El maltrato psicológico en la familia y otros contextos 

Publicado en el número especial 94/5

Fragmento

6. QUÉ HACER FRENTE AL MALTRATO PSICOLÓGICO

Cuando un tema suscita, justificadamente, alarma social, no basta con reconocer su existencia e intentar comprenderlo. Aunque esos son movimientos necesarios, conviene, también, encontrar salidas prácticas que aporten criterios de actuación. De lo contrario se corre el peligro de que la alarma no disminuya y, en una atmósfera emocional de ansiedad generalizada, se acaben generando respuestas inadecuadas y falsas soluciones.

¿Qué hacer, pues, frente al maltrato psicológico? Ante todo, una precisión filosófica. Como decíamos al principio de esta obra, el maltrato es un fenómeno humano: somos criaturas primariamente amorosas y secundariamente maltratadoras. En consecuencia, no tiene mucho sentido pretender erradicar el maltrato. Como dice Eduardo Cárdenas (1999), lo que se consigue entonces es lo contrario, exacerbarlo y estimularlo. Eso no quiere decir que no haya que controlar a los maltratadores, pero el objetivo de la acción política, social y cultural ha de ser fomentar el «buen trato» , es decir, el amor.

6.1. Cómo limitar el maltrato psicológico: la prevención

Prevenir el maltrato psicológico de forma sensata es la mejor inversión que se puede hacer en el campo de la salud mental. Y citamos la sensatez porque, desde luego, ella no incluye perseguir a los maltratadores psicológicos con el código penal, o implantarles chips que se activen cuando se aproximan al maltratado o … cuando aumenta el volumen de su expresión verbal (esto último, un disparate que todavía no se le ha ocurrido a nadie, que sepamos, pero toquemos madera). 

Educar relacionalmente a la población es, en cambio, una medida practicable y utilísima, que, desgraciadamente, dista de estar siendo realizada. Por el contrario, basta con hojear las páginas sanitarias de El País para darse cuenta de que en un tema tan importante como la salud mental, los medios, incluso si son liberales e ilustrados como el citado diario, proceden sistemáticamente a desinformar y a sembrar la confusión. ¿Cuántas veces se habrá anunciado el descubrimiento del origen biológico de la esquizofrenia, e incluso las raíces genéticas de la homosexualidad? Y, sin embargo, la tozuda realidad se empeña en demostrar una y otra vez que el neurotransmisor de turno termina siendo descartado como causa del citado trastorno y que los genes, que compartimos en un 95% con la mosca drosófila, no pueden dar razón más que de procesos biológicos importantísimos, pero elementales. Sólo que el periodista que recogió rápidamente la primera noticia no se muestra en absoluto interesado en informar de la segunda. Simplemente porque la no confirmación de una remota hipótesis científica no interesa a nadie.

La biología es, por supuesto, fundamental para la actividad psicológica. Sin cerebro no hay procesos mentales, pero si el sistema nervioso central es el hardware del psiquismo, la actividad relacional es el software, que lo programa y le da contenidos. El amor y el maltrato son elementos fundamentales de esa programación.

Siempre que se enfatiza la importancia de las bases biológicas en el desarrollo psicológico, normal o patológico, y se silencia la enorme trascendencia de los aspectos relacionales, se está desinformando y, por tanto, fomentando el maltrato psicológico por vías indirectas. Y ello se realiza sistemáticamente a la mayor honra y gloria de la industria farmacéutica, que es la que hace negocio con la biología. Un negocio tan ingente (pensemos en el fenómeno consumista del Prozac, como simple símbolo de las fortunas que se ganan con los psicofármacos), que exige un importante presupuesto de publicidad.

Informar que las maneras como tratamos a nuestros hijos, así como la forma en que seguimos relacionándonos de adultos, tienen una decisiva importancia sobre nuestros estados mentales, es ya, aunque muy general, una forma de hacer prevención del maltrato psicológico. Porque, si el sentido común y la cultura popular dicen que nos angustiamos con los conflictos difíciles de resolver, que la soledad y el aislamiento nos deprimen, que el trato injusto nos vuelve agresivos y que la confusión puede llegar a enloquecernos, es bueno que el discurso científico confirme tales obviedades, en vez de contradecirlas u obscurecerlas. Quizá así nos lo pensaremos dos veces antes de triangular a nuestros hijos en desgarradores conflictos de lealtades, de abandonarlos prematuramente a su destino, de tratarlos arbitrariamente o de desorientarlos con mensajes contradictorios.

Por eso hay que acercar el máximo posible la información a la población, aprovechando cuantos foros estén al alcance para debatir sobre la necesidad de tratarse bien y tratar bien a los niños en beneficio de la salud mental de todos. Unas autoridades sanitarias sensibles sabrían encontrar los contextos adecuados, que deberían buscar la participación de los usuarios trascendiendo los clásicos spots o vallas publicitarias. Las reuniones de padres en las guarderías y en los colegios podrían brindar excelentes oportunidades para tratar, de forma sistemática y planificada, una amplia gama de temas, y los centros sociales y culturales deberían incluir estas cuestiones en su programación. Y, en cuanto al acoso laboral, los sindicatos y las asociaciones profesionales deberían dedicarle la atención que se merece, no sólo desde el punto de vista reivindicativo, sino también facilitando un enfoque preventivo.

Hay temas específicos, como el divorcio, que, por su gran trascendencia, necesitan de un tratamiento particularizado. Más aún cuando algunas ideologías muy influyentes siembran confusión prodigando soflamas sobre la indisolubilidad de los vínculos matrimoniales. Pocas ideas sobre las relaciones humanas son tan peregrinas como ésa, y las ideologías que usan su influencia para dificultar el divorcio, aunque luego vendan hipócritamente a buen precio la «nulidad del matrimonio», son cómplices de maltrato.

Cuando la pareja deja de constituir un espacio de amor, forzar su mantenimiento es la mejor manera de garantizar que se acabe convirtiendo en un espacio de odio y destructividad. Por eso la prevención del maltrato pasa por generar en los cónyuges expectativas razonables de que, separados de la forma menos traumática, es posible reorganizar exitosamente la vida sentimental. 

La separación y el divorcio no son un fracaso, sino una etapa cada vez más transitada del ciclo vital, y su influjo benéfico no se limita a los cónyuges, sino que se extiende a los hijos. El hecho de que éstos no quieran, mientras son pequeños, que sus padres se separen, no significa que la separación sea negativa para ellos. Se trata de una de tantas opciones irracionales en las que los niños intentan imponer su voluntad, exigiendo de los adultos una gran serenidad para hacerles comprender que no todo lo que desean es lo mejor. Cuando la pareja parental funciona para el odio, mostrándose incapaz de resolver armoniosamente los conflictos, su disolución civilizada es un beneficio para la salud mental de los niños, sea cual sea su edad. No tiene, pues, sentido que los padres esperen a que los hijos sean mayores para separarse. Puede que entonces algunos males tengan peor remedio. 

6.2. Cómo afrontar el maltrato psicológico. La intervención en crisis y el tratamiento

Una vez detectada la existencia de maltrato psicológico, se plantea la necesidad de interrumpirlo, así como de neutralizar sus efectos inmediatos. Podemos llamar intervención en crisis a la que se propone como objetivo principal la interrupción de la secuencia de maltrato, mientras que el tratamiento propiamente dicho apuntará a aliviar y suprimir el sufrimiento y los síntomas generados en el proceso. Es evidente que, en la mayoría de los casos, ambas intervenciones se deberán realizar de forma unificada o conjunta, puesto que son los síntomas y el sufrimiento los que ponen sobre la pista de la existencia de una pauta de maltrato psicológico.

Y aquí se impone una recapitulación, consecuente con lo expuesto en los capítulos precedentes, a saber, que en muchas situaciones de sufrimiento psicológico subyace maltrato, ya sea en forma de triangulación, de deprivación o de caotización, aunque no por ello se debe realizar una aproximación acusatoria o estrictamente controladora. Si en el maltrato físico el control puede ser necesario cuando existe un riesgo grave e inminente para la salud, pero, aún así, dicho control se debe realizar en el contexto de una aproximación terapéutica, ésta es todavía más conveniente en el maltrato psicológico, cuyos riesgos son siempre menos inmediatos.

El control sin terapia, que en el maltrato físico está condenado al fracaso, en el maltrato psicológico simplemente carece de sentido. Sólo un abordaje terapéutico permite cumplir los objetivos anunciados, es decir, interrumpir la secuencia de maltrato y, simultáneamente, poner en marcha un proceso reparador. Y, puesto que estamos hablando de pautas relacionales disfuncionales que se desencadenan y se desarrollan principalmente en el contexto de la familia, parece de sentido común que sea la terapia familiar la opción más indicada.

La terapia familiar es una modalidad de psicoterapia que, como su nombre indica, se realiza trabajando con la familia. También se la conoce como terapia sistémica porque el modelo teórico que la inspira es el sistémico, que recibe su nombre de la Teoría General de Sistemasde Ludwig von BertalanffyA diferencia de las psicoterapias individuales, la terapia familiar sistémica no focaliza primariamente el mundo interno de las personas, sino sus relaciones. No representa ninguna opción ideológica a favor de la familia en abstracto, sino que parte de la evidencia de que, hoy por hoy, las relaciones familiares son las más importantes y las que más influyen en la construcción de la personalidad individual. Por eso, cuando esas relaciones son inadecuadas o presentan aspectos negativos que hacen sufrir a sus miembros, ayudar a la familia a cambiar es una práctica muy útil. Cambiando las relaciones familiares, cambian las personas y desaparecen los síntomas y el sufrimiento psicológico.

NOTAS

* Fragmento del libro recientemente publicado en España, Las formas del abuso –La violencia física y psíquica en la familia y fuera de ella–, de Juan Luis Linares, Ediciones Paidós Ibérica (2006).

1 El Dr. Linares es psiquiatra y psicólogo, profesor titular de Psiquiatría de la Universitat Autónoma de Barcelona y director de la Unidad de Psicoterapia y de la Escuela de Terapia Familiar del Hospital de la Santa Cruz y San Pablo. Asesor Editorial de Perspectivas Sistémicas. En Paidós también ha publicado Identidad y narrativa, Tras la honorable fachada (con C. Campo), Del abuso y otros desmanes y Ser y Hacer en Terapia Sistémica (con M. R. Ceberio).

(Lea el texto completo en Perspectivas Sistémicas Nº 94/95 en kioscos y librerías)

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