Inestabilidad del vínculo conyugal

Voy a referirme a parejas conyugales de clases medias urbanas heterosexuales casadas o unidas. Las parejas homosexuales comparten algunas características pero son un poco distintas y lo mismo sucede con parejas de otros sectores sociales.

Parejas eran las de antes.

El continuo cambio en las prácticas sociales modifica tanto los modelos ideales como las prácticas relacionales al interior de la Pareja Conyugal. Nos encontramos todo el tiempo con formas de vivir mestizas, hibridas, que nos invitan a los Terapeutas a un permanente proceso de reflexión y revisión de Teorías y Criterios. Este trabajo trata de ser una respuesta parcial a esa invitación.

Venimos observando una creciente inestabilidad en los vínculos de pareja: la pareja, que se suponía para toda la vida, termina rompiéndose casi en uno de cada 2 casos. 

Para algunos esta inestabilidad es preocupante, no sólo porque la ruptura conyugal, vivida como fracaso, acarrea mucho sufrimiento a sus miembros, sino porque además, altera el ámbito de crianza, poniendo en riesgo lo que se supone son las condiciones más saludables para el crecimiento de los niños.

Para otros, el divorcio lejos de ser un fracaso, es una de las etapas normales de la vida familiar. Los que así piensan, sostienen que la fidelidad y la monogamia (y monoandria) son creaciones abstractas de la Modernidad, que podían, en algunos casos, sostenerse cuando la esperanza de vida rondaba los 50 años pero que son impracticables hoy cuando hay tiempo para vivir 2 o más amores «para toda la vida».

Algunas cuestiones en torno a los modelos

¿Cuáles son hoy expectativas legítimas en torno de la Pareja Conyugal? ¿Es viable la pareja conyugal duradera? 

Veamos un caso: Ariel tiene 37 años, es un profesional exitoso, casado y padre de 2 nenas de 6 y 4 años. Pide terapia de pareja y dice muy angustiado: –»ya no amo a Guadalupe y la idea de pasar el resto de mi vida con una mujer a la que no amo me resulta insoportable. Tengo derecho y quiero buscar un gran amor… Pero yo me casé para toda la vida, la idea de tener un fracaso matrimonial me mata». Y agrega –»Mis hijas son chiquitas, no puedo dejarlas con una familia rota…». 

La tensión entre los diferentes modelos, no por evidente result a menos dañina. Encontramos continuamente en el consultorio distintos estados de transición entre legalidades más tradicionales y modelos más actuales no sólo en diferentes consultantes sino, como en el caso de Ariel, en el mundo interno (sistema de creencias) de un mismo consultante. 

El amor para ser feliz

Consideramos el matrimonio por amor como un logro de la libertad. En «El malestar en la cultura» Freud (Freud 1968) señala que el ser humano «toma el amor como punto central y espera la máxima satisfacción del amar y ser amado». El amor sexual era considerado entonces el método por excelencia para conseguir la felicidad. Y esta idea hoy sigue manteniendo su vigencia.

Sin embargo…

Sabemos que esta modalidad romántica de formar parejas, nacida hace poco más de unos 200 años a partir de la que Shorter llamó revolución sentimental de la Modernidad (Shorter 1977) lejos de fortalecer la relación conyugal, ha contribuido a su inestabilidad al incrementar y complejizar las expectativas con las que se accede al vínculo. Sabemos que, cuando las expectativas se incrementan, es más fácil resultar frustrado. Aprendimos duramente que «con el amor no basta». (Beck 1990)

El amor 

Pero ¿de qué amor hablamos? Del amor pasión, del amor romántico. Esa especie de de liciosa folie à deux. Ahora bien ¿cómo sostener una pareja a largo plazo, y más aún una familia, con el tejido ilusorio del enamoramiento que, para que valga la pena, debe ser ciego? Tal vez por eso hay quien, como la líder política paquistaní el pasado año, sigue recurriendo a los matrimonios arreglados por sus mayores. O, ya en versiones cibernéticas, se busca la sabiduría de una computadora.

Volviendo al enamoramiento, la psicóloga Cindy Hazan, experta en psicología del apego, de la Universidad de Cornell Nueva York, afirma que: «los seres humanos se encuentran biológicamente programados para quedar enamorados durante 18 a 30 meses». Luego de entrevistar y estudiar a 5.000 personas de 37 culturas diferentes, Hazan postuló que el amor posee un «tiempo de vida» lo suficientemente largo para que la pareja se conozca, copule y tenga un hijo. «En términos de evolución– afirma –no se necesita de emociones palpitantes». (Hazan2006)

Aunque no todo se acaba allí. Para alivio de nuestros románticos corazones, Hazan aclara que, cuando la pasión declina, el cerebro pasa a producir otro tipo de endorfinas relacionadas con ciertas manifestaciones menos calurosas del amor como son el compañerismo, el afecto, la confianza (lo que llama «amor maduro»).

Estos hallazgos correlacionan con otro aspecto que había resaltado el psicoanálisis, es decir que la pasión, al estar supeditada a la ley del goce, es formalmente incompatible con la felicidad. En el decir de Assoun: «El amor es la más poderosa ‘técnica de la felicidad’ pero socava la felicidad con máxima eficacia» (…) ya que «el amor conlleva un riesgo correlativo a su goce: el de que el yo se vacíe en provecho del objeto.» Dado que el amor implica un «contrato» de hacerse Objeto del otro, la pareja enamorada se forma no tanto como intersubjetivación sino como reciprocación de «hacerse objeto». Pero ser objeto no garantiza la felicidad, más bien nos pone en gran riesgo de sufrir. «El enamorado tiene la impresión, no del todo infundada de que el otro se lo «traga». (Assoun 2006)

Frente a estos riesgos, un modo alternativo más posmoderno, de acercamiento a la pareja es lo que Bauman (Bauman 2005) llama el amo r líquido, refiriéndose a que, en un entorno fluido como el actual, «comprometerse con el futuro es tan imposible como ofensivo», y a que el modelo más actual de relación se basaría más en las «ganas» que en el amor y el deseo. Es que, en una cultura que promueve la «satisfacción instantánea», sembrar, cultivar y alimentar el deseo lleva un tiempo insoportablemente largo. Mientras que, cuando está inspirada por las ganas, la relación sigue la pauta del consumo y sólo requiere la destreza de un consumidor promedio, moderadamente experimentado. Al igual que otros productos, la relación es para consumo inmediato (no requiere una preparación adicional ni prolongada) y es para un uso único, es decir descartable. 

Creo que todos tenemos experiencia con el vacío que nos traen los consultantes que practican este modelo relacional.

Las cuestiones de género

Jugarse por amor ya no tiene buena prensa. Pero «que un amor me haga feliz» es lo que todos esperan, con una lógica binaria: o me hace feliz o fracasé. 

Esto es especialmente así para las mujeres. «La mujer que al amor no se asoma no merece llamarse mujer», decía el bolero. Hoy no podemos negar que han cambiado mucho las prácticas de género. Y que han mutado las definiciones de lo femenino y lo masculino. Y podríamos con la misma justificación decir aunque no rime «el hombre que al amor no se asoma no merece llamarse hombre… es un impotente afectivo (alexitímico)».

En general hoy tienden a encontrarse mujeres que se plantan más o menos seguras peleando por su ciudadanía plena, y varones «más o menos desorientados e inseguros, buscando la identidad perdida y un referente identificatorio fuerte pero que no se base en la inequidad y la violencia». (Ibarra Casals 2006)

De todos modos, convengamos que, con honrosas excepciones, el bienestar de la familia todavía reposa bastante más en los hombros de las mujeres que en los de los hombres. Niños, ancianos y enfermos son aún, con una frecuencia abrumadora, temas femeninos. Pese a que ya no se discute la equidad entre géneros como valor social, no podemos decir que la equidad esté totalmente lograda. 

Sin embargo, es cada vez más evidente que las mujeres ya no están tan dispuestas a abnegarse, lo que dicho sea de paso no deja de contribuir a su propia salud mental y a la de su familia. Pero no es tan fácil. Por esto de la transición, seguimos encontrando profundamente inscripto en las mujeres mayores pero también en las jóvenes, estos ideales del amor maternal (incondicional, altruista, abnegado) no solamente hacia los hijos, sino también hacia su pareja. No se si valdría aclarar que este (tipo de) amor maternal va dejando de ser necesario y útil a medida que los niños dejan la niñez y transitan la adolescencia.

Por otro lado, nuestro modelo erótico, y esto lo analiza muy finamente Jessica Benjamin (Benjamin 1996), sigue entretejiendo amor con dominio. Dominio (preferentemente a favor del varón) que es muy evidente en el control posesivo de los casos de Violencia doméstica, pero que también se transparenta en intercambios tan cotidianos como la pregunta amorosa «¿de quién es esa boquita»? Esta vez la pregunta puede ser hecha también por mujeres. Donde la respuesta esperada es que el/la interpelado/a diga «es Tuya». 

Amor conyugal y crianza

Había mencionado que la preocupación por la fragilidad del vínculo tiene también relación con la familia de crianza. Dado que la reproducción humana se da, aún, en contextos familiares, la fragilidad de la pareja conyugal nos enfrenta también a la problemática social de la crianza de niños. 

Los niños siguen necesitando un enorme caudal de afecto y asistencia para su desarrollo, que se traduce en tiempo, energía y también dinero. Los dos primeros aportes (tiempo y energía) han sido tradicionalmente asumidos por las mujeres. Hoy se espera que la mujer también tenga un desarrollo laboral y aporte dinero y que el varón, sin dejar de proveer, sea un padre amoroso y dador. Los niños siguen necesitando un ambiente calmo y estable pero los diseños del mercado de trabajo siguen siendo incompatibles con la vida familiar, y con una distribución equitativa del trabajo doméstico y de crianza. Como resultado es casi infaltable la doble jornada femenina y el creciente malestar, y enojo, de las mujeres que, como dijimos, ya no están tan dispuestas a abnegarse. 

Pero, cuando las mujeres ya no eligen abnegarse, ¿quién lo hará? Hay aquí una deuda social muy grande con las mujeres. Las que ayudan en la crianza son generalmente otras mujeres (abuelas, mucamas que dejan sus hijos a su vez al cuidado de otras mujeres, etc.).

El factor género interviene en no pocos desencuentros en la vida familiar. No voy a extenderme aquí porque no es el tema de este artículo, pero quiero señalar que estimo imprescindibles la formación en género del terapeuta y el trabajo personal con su propia ideología de género para que sea capaz de detectar prejuicios y puntos ciegos que perpetúan conflictos y/o legitiman actitudes y conductas sexistas en la familia. 

Criar niños y adolescentes requiere muchísimo trabajo y muchas decisiones que agobian, es más fácil, o por lo menos más acompañado, criar en pareja. Sabemos que el divorcio en sí no destruye necesariamente a los hijos, pero también sabemos que la dinámica de familia binuclear o ensamblada es mucho más compleja, aunque no necesariamente más patológica, que la familia nuclear. De allí que resulta legítimo tratar de preservar la pareja existente mientras resulte viable.

Una mirada a las Neurociencias

¿Qué buscamos los seres humanos? Las neurociencias están aportando una mirada que ilumina ciertos aspectos. Es sabido que la Neurobiología distingue filogenéticamente 3 cerebros, y señala el cerebro límbico, el cerebro mamífero, como el centro regulador de nuestro estar en el mundo.

Como señaló muy certeramente Maturana, los humanos, en tanto mamíferos, somos seres de apego, necesitamos sintonizar con otro ser humano (o por lo menos otro ser sensible: a algunas personas les resulta más accesible sintonizar con su mascota que con otro humano). Obtener en nuestras relaciones sintonía y regulación, nos dicen los neurobiólogos, son elementos necesarios de nuestro bienestar.

En efecto, la soledad, la carencia de relaciones significativas, nos empobrece y nos desestabiliza y cuando la deprivación es extrema puede llegar a enloquecernos y a matarnos. 

Hay nuevos aportes que resultan muy interesantes. El hallazgo por ejemplo de un «cerebro cardíaco» (Armour, J y Ardell, J 2006) un centro neurológico en el corazón que posee un campo magnético 5000 veces superior al del cerebro, o el descubrimiento del electrotonismo de las ondas cerebrales por el que se sincronizan las frecuencias cerebrales de los compañeros, aportan luz a la microfísica de esta regulación relacional. También dan correlato biológico a viejos conocidos de los psicoterapeutas como el valor del encuentro personal, o lo que llamábamos experiencia emocional correctiva, o el factor inespecífico que hace que distintas psicoterapias produzcan resultados similares, y aún el por qué de la ineficacia de la mera lectura de libros de autoayuda para resolver los problemas psicológicos. También pondrían en cuestión la eficacia de las terapias on-line.

Las neurociencias, en fin, nos informan que los humanos tenemos una capacidad para reestructurarnos mutuamente el cerebro límbico. Estamos regulados desde afuera, necesitamos para vivir sanos y para curarnos cuando nos enfermamos, una fuente de estabilización externa: la presencia de y la interacción con otros seres significativos. 

El malestar 

Creo que podemos convenir en que el malestar en la cultura es hoy mayúsculo. En parte porque vivimos en un mundo fluido (Corea C y Lewcowicz I. 1999), centrado en el significante dinero que no tiene en cuenta nuestras necesidades personales y que fluye a una velocidad que conspira contra nuestros ritmos biológicos dado que las relaciones no son fast food. Esta es una causa que podríamos llamar «objetiva» del malestar.

Pero también, como nos muestran nuestras teorías y nuestras prácticas, el malestar es intrínseco a las relaciones humanas. Lejos de ser una patología, un relativo desencuentro y malestar es la forma en que transcurren los vínculos reales.

En un muy lindo trabajo Seiguer y Moguillanski dicen: «Hay una violencia intrínseca a todo vínculo de amor que nace de la tensión entre la tendencia a fusionarse en uno y la existencia de inextinguibles diferencias de la otredad (…) la violencia de desconocer la existencia diferente del otro y de sentir que el otro desconoce la propia.» La salud vincular dependerá de la posibilidad de aceptar la diferencia como diversidad. (Seiguer y Moguillanski, 2005). 

La trampa del «haceme feliz»

Decíamos que sabemos desde hace tiempo que con el amor no basta. Pero que los humanos seguimos intentando construir parejas estables basadas en el amor.

¿Cómo salir de la idealización del amor sin caer en el cinismo relacional?.

Spinoza nos enseño que nadie sabe lo que puede un cuerpo (Spinoza 1980). Si hay pasión por convivir (Maturana (1980) se pueden recrear las relaciones. Los humanos somos seres de una complejidad inimaginable. Tenemos infinita cantidad de facetas que pueden activarse en diferentes momentos brindando el toque de novedad que puede despertar el deseo. 

Para sentirse bien, parece ser más efectivo mantenerse vivo en la pareja que pedir al otro «haceme feliz». Mantenerse vivo significa no nublarse al llegar a casa. Mantener cierto humor, cierta capacidad de juego, cierta aceptación del otro (no sólo tolerancia) y una buena dosis de curiosidad. Mantenerse vivo sería no esperar todo del otro/a y tener intereses propios en áreas que puedan ser fuentes de gratificación extra amorosas. Y no olvidar un poco de misterio, Rosa, una mujer madura, contestaba a ciertas preguntas de su marido con la frase «es un secreto milenario», y esto se había transformado en un juego que estimulaba la fantasía de los dos. 

Para conservar la vitalidad de la pareja también parecen ayudar un periódico «service» o puesta a punto, en forma de lecturas, orientación psicológica, grupos de reflexión, talleres, experiencias o laboratorios que conecten con las facetas creativas y constructivas de la propia personalidad. Así como las personas dedican tiempo al perfeccionamiento laboral, como el asistir a un congreso por ejemplo, también deberían programar actividades estimulantes para la relación que «tiene que hacerme feliz»..

Me gusta la metáfora del amor como una obra de arte en colaboración. Los seres humanos llegamos inacabados al mundo y tenemos que seguir cultivándonos y creándonos, terminándonos artesanalmente en un proceso que sólo se detiene con la muerte. Lo mismo sucede con la pareja.

Bibliografía:

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Notas

Artículo originalmente creado para el VII Congreso de la Asociación de Psicoterapia Sistémica de Buenos Aires 2006, V Congreso Panamericano de Terapia Sistémica. Mesa Redonda: Preocupaciones Actuales en Terapia de Pareja.

* Irene Loyácono. Psicóloga. Terapeuta y Formadora de Terapeutas de Parejas y Familias. Directora de CeTEF. 
Email: iloyacono@bpg.com.ar; cetef@bpg.com.ar; www.cetef.org.ar

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