NOTA: Este artículo es un fragmento de la introducción del libro: «Dentro y fuera de la caja negra. Desarrollos del modelo sistémico en psicoterapia«.
Epistemológicamente, todas las construcciones que realiza un terapeuta durante la sesión, son elaboradas en el acto de percibir a partir de distinciones que se ejecutan por medio de la comparación. En este sentido, la acción nuclear de la epistemología consiste en crear una diferencia y en las distinciones que se trazan, radica la posibilidad de conocer o percibir el mundo, más claramente, la construcción que efectuamos de él: un mapa paupérrimo al lado de la inconmensurabilidad de la realidad que, por supuesto, nunca podremos conocer. Podemos construir mapas creativos y vastos, pero siempre resultarán pobres en comparación con la infinitud de la realidad.
En esta dirección, G. Spencer Brown señaló en su libro Laws of the form (Las leyes de la forma, 1973) que trazar una distinción es la premisa básica de las acciones, descripciones, percepciones, pensamientos, teorías y hasta la misma epistemología. Afirmó: «Un universo se genera cuando se separa o aparta un espacio», por lo tanto, los límites de la creación son infinitos y pueden ser trazados en donde se desee. Al final de cuentas, lo que conocemos es un recorte, tan sólo una construcción (nada más ni nada menos) que se adapta a un modelo conceptual previo, al cual otras construcciones de posteriores actos cognitivos se adecuarán y enriquecerán, y así recursivamente. Por lo tanto, no son datos los que ofrece la realidad sino se trata de qué es lo que llega a captar el perceptor. A propósito, el célebre psiquiatra inglés Ronald Laing afirmaba que es preciso llamar captos a lo que la ciencia empírica denomina datos, puesto que concomitantemente con la percepción se trazan distinciones y estas son seleccionadas arbitrariamente por hipótesis ya concebidas.
Dato, significa lo que es dado. Esta definición es coherente con la antigua concepción representacional del conocer, en donde se afirma que el mundo externo ofrece un sinnúmero de datos observables. Hablar de los datos que nos ofrece la realidad, implica creer utópicamente que nuestra cognición tiene la posibilidad de percibir en forma aséptica sin atribuciones de sentido, los elementos del mundo externo. Capto, refiere a lo que es captado y se aplicaría al concepto del conocimiento adaptativo, o sea, la persona en la percepción construye un infinito número de captaciones, que no son ni más ni menos que las construcciones que elabora del objeto. [Ceberio y Watzlawick. 1998]
Las propias estructuras conceptuales almacenadas, que devienen del modelo epistemológico, solamente le permiten al observador captar algunos de esos estímulos exteriores, mientras que el resto aparece como puntos ciegos ante sus ojos. Con lo cual, el conocer se convierte en autorreferencial y constitutivo de una realidad única (la del observador). Esta realidad podrá reformularse, reestructurarse, confirmarse, destruirse, etc., cuando en la interacción otro observador desde su modelo de conocimiento nos muestre cualidades diferentes del fenómeno. En este acto co-constructivo, la realidad se redefine. Esta selectividad perceptiva, admite captar solamente algunas particularidades del objeto que se constituyen en estímulos para el observador y nada más que para él. También pueden construirse percepciones similares, en la medida que un grupo de personas compartan códigos y creencias comunes. Pero cuando entramos en el terreno de una selectividad de la percepción debemos abandonar, por así decirlo, los mecanismos cibernéticos para desarrollar una teoría de la cognición que de cuenta de cómo se atribuyen de significado las interacciones en la comunicación.
Un modelo terapéutico, por ejemplo, pauta la observación. Los recortes, puntuaciones y abstracciones que se desarrollan a partir de éste, crean efectos en la pragmática mediante interacciones que generan realidades. A la vez, esta misma construcción de acciones y sus consecuentes retroacciones es observada desde la perspectiva del modelo que trazó las distinciones y desde donde se crearon dichas acciones. Por lo tanto, también son infinitas las recursividades de cogniciones e interacciones.
Un grupo de distinciones que se interceptan, crean una premisa y un grupo de premisas conforman una hipótesis. La hipótesis, entonces, consiste en una estructura conceptual que explica los hechos y también los ajusta a sus propias premisas. Razón por la cual, a partir de su construcción, la hipótesis pauta la mirada reforzando el trazado de distinciones inicial. No obstante, también los fenómenos que no entran dentro de la variable esperada, son explicados por el paradigma epistemológico personal que descarta o corrobora. Este juego de recursividades y recursividades de recursividades, acentúan las distinciones en el intento de afirmar la manera subjetiva y particular de conocer.
Una hipótesis es una afirmación que conecta entre sí, dos o más aseveraciones descriptivas que constituyen la evidencia de la realidad. Pero es el observador, el que traza las distinciones, elabora comparaciones y describe. Además, las deducciones e inducciones que se realizan sobre estas premisas, también son efectuadas desde la individualidad del sistema de creencias.
El significado que se construye por sobre el hecho, que aparece como fenómeno frente a los ojos -la evidencia-, es el resultado de un complejo de abstracciones que seleccionará al estímulo y cegará algunos aspectos (de lo cual no somos conscientes). H. Von Foerster señala que, «no vemos que no vemos», y si bien la lógica indica que dos negaciones dan como resultado una afirmación, en este caso no sería aplicable, puesto que no quiere decir que podamos ver otros aspectos de la cosa (esto se registra con mucha claridad en algunos fenómenos visuales de la biología).
Entonces, si la observación es autorrefencial, la construcción que se efectúa es nuestro resultado. Mirando nuestra construcción, nos miramos a nosotros mismos. Como señala Spencer Brown (1973): «El universo debe expandirse para escapar de los telescopios a través de los cuales, nosotros -que somos el universo- tratamos de capturar ese universo -que somos nosotros-«. Cualquier inferencia descriptiva acerca de lo que vemos, seguirá esta misma línea de subjetividad. Los conoceres del percibiente, están sesgados por su mapa y las construcciones que emergen del mismo.
Desde esta óptica, cualquier intervención en el ámbito de la psicoterapia será tendenciosa, a pesar que se esté convencido que es objetiva. Dependerá de las hipótesis que el terapeuta construya del caso, en función de las premisas que se elaboran a partir de sus abstracciones mediante su estructura conceptual. Se creará así, la realidad del problema de consulta y la posible tentativa de solución. Pero un intento de solución, también implica crear una realidad alternativa. Fundamentalmente, sugiere exceder del marco referencial-conceptual del consultante, incrementando las variables de outputs de cara al problema. Pero, por otra parte, estas hipótesis nacen de la interacción que se desarrolla, en ese día, esa hora y con ese paciente. Por lo tanto, en la sesión se realizan abstracciones sobre una situación en la cual el terapeuta es parte activa.
Por ejemplo, una manera clara donde se trazan distinciones es mediante las preguntas que se realizan. Si bien son producto de una co-construcción, la interacción va pautando las diferentes formulaciones. En tal proceso, se edifica la corroboración o descarte del esquema conceptual del terapeuta. Este esquema conceptual o mapa, es el resultado de los saberes adquiridos, el modelo teórico y la historia del terapeuta en conjunción con la interacción con el paciente. Esto explica, el porqué algunos terapeutas tienden a fijarse más en ciertos miembros de una familia o establecen alianza con un integrante de la pareja o son más confrontativos con otros. Pero también el trazo de distinciones se desarrolla sobre la sintaxis de discurso del consultante. La estructura sintáctica de una frase puede estar compuesta por diferentes focos sustantivos, adjetivos, o de verbos y cada uno puede desenvolver una vasta red de asociaciones. Las preguntas se establecen a partir de esos focos y aunque el terapeuta se empeñe en pensar la semántica del paciente -es decir, la atribución sobre la sintaxis- la evaluación y segmentación del mensaje es arbitraria, porque parte de la distinción del profesional a partir de su propia estructura conceptual.
Suele ocurrir que se pregunte o enfoque el diálogo, colocando mayor énfasis en algunos temas en desmedro de otros. Como también evitando algunos temas. En última instancia, el ciclo vital, el sexo, las situaciones particulares del momento de vida del terapeuta, etc., en un proceso recursivo, llevan a un trazado de distinciones que delimita un perímetro de acciones con los consecuentes feed-back por parte de los pacientes. Si bien, conociendo el armazón cognitivo del paciente, el terapeuta puede hacer foco en lo que considera semánticamente relevante para el paciente, es indefectible que su pregunta provenga del trazo que deviene de su propia epistemología. La diferencia entre un diálogo común y una sesión, es que el terapeuta estará más pendiente de entender cómo piensa, siente y construye la realidad, el paciente, aunque todo este proceso analítico pasa por el tamiz de la propia percepción y de allí el subjetivismo.
La labor de un equipo sistémico, por medio del espejo unidireccional, permite establecer divergencias en el trazado de distinciones y su correlación en las puntuaciones de secuencia de interacción. De esta manera, se cuenta con una gama más variada de descripciones que posibilitarán co-construir una hipótesis de mayor complejidad. Pero la diferencia es que esta hipótesis, es el resultado de la confluencia de numerosos puntos de vista, con respecto a lo que sucede con él o los pacientes. De igual forma, es factible ampliar, redefinir o certificar la construcción de la hipótesis sobre un caso, en el espacio de supervisión.
El supervisor -como profesional de mayor formación y experiencia- trabajará, desde su modelo, intentando construir el problema del consultante del terapeuta supervisado. Pero la narración de lo que le sucede al paciente, es el resultado de la interacción -única e irrepetible- del terapeuta y dicho paciente. Es el cuento que se cuenta y cuenta el terapeuta de su cliente. Esto significa que lo que en realidad evalúa es dicha narración. La intersección de dos mapas: el del terapeuta y el de su paciente y la consecuente interacción. De allí, la importancia de que el supervisor conozca la historia, valores, creencias, etc., de su supervisado, incrementando la comprensión acerca del problema. El supervisor trabaja en conjunción de tres niveles:
Trabajando sobre la problemática del paciente, intentando describir los juegos y estilos relacionales y las consecuentes atribuciones de significado.
El problema del terapeuta, describiendo si existen bloqueos en el desarrollo de intervenciones. Reconociendo algunos aspectos del mapa del terapeuta, en el intento de destrabar y posibilitar el libre afluir de las interacciones en miras a la solución.
Por último, los aspectos relacionales entre paciente y terapeuta. Si dichos bloqueos responden a temas o aspectos de interacción con el paciente.
En la exploración de estos tres niveles, el supervisor indagará sobre tres planos (cognitivo, emocional y pragmático), el pensar, el sentir y el actuar, en pos de profundizar descriptivamente el armazón epistemológico del terapeuta en relación con su paciente. No obstante, como señalábamos anteriormente, el juego de distinciones es infinito: el supervisor también desde su mapa traza distinciones y establece descripciones y comparaciones. Se encuentra escuchando desde su estructura conceptual, un cuento que se cuenta un terapeuta acerca del cuento que le cuenta su paciente de lo que le sucede. Por lo tanto explica y devuelve, tratando de ampliar el mapa del terapeuta, el cuento que se cuenta él del cuento que se cuenta el terapeuta del cuento que le cuenta su paciente.
Este juego de recursividades no termina nunca. Si existiese un supra-supervisor, evaluaría todo este interjuego y agregaría un cuento a la secuencia. El cuento al que nos referimos, está constituido por una serie de distinciones que revelan nuestro libreto interno. Es un cuento autorreferencial, que habla del modelo del que describe, pero que a la vez surge de la observación en la cuál el terapeuta esta inmerso y es parte activa.
Las hipótesis entonces, son producto de la interacción, con lo cual la lectura no es unidireccional: en el contexto terapéutico, terapeutas y clientes co-construyen una realidad, a pesar de las diferentes distinciones epistemológicas que establecen y más allá de la directividad de los terapeutas.