El Cura. —Ermenegilda Pérez, ¿acepta usted por esposo a Guillermo Paz?
La Novia. —Sí, acepto.
El Cura. —Guillermo Paz, ¿acepta usted por esposa a Ermenegilda Pérez?
El Novio. —Depende.
El Cura. —¿Cómo que depende?
El Novio. —Claro que depende, si me promete que no me va a estar amargando la vida, acepto.
La Novia. —¡Pero Guillermo, cómo dices eso!
El Novio. —No, no, yo sé cómo son las mujeres, ahorita lo prometes todo, pero después se te olvida y empiezas a volverme la vida un infierno.
La Novia. —Pero mi vida, si yo te adoro…
El Novio. —Bueno, entonces yo creo que lo mejor es que dejemos las cosas claras de una vez, si me prometes que no me vas a venir a fregar, me caso, si no, mejor lo dejamos así.
El Cura. —Mire joven, ¿usted se va a casar o no? La Santa Iglesia no prevé esas situaciones.
El Novio. —Bueno, señor cura, entonces cásese usted, yo no tengo por qué calarme lo que sea así porque sí. Yo me caso bajo condición, no tengo ninguna necesidad de echarme una broma.
La Novia. —Pero Guillermo, mi amor, ¿qué estás diciendo?
El Novio. —Lo que oíste, chica.
El Cura. —Joven, ¿usted está loco?, el matrimonio es un sacramento que no puede estar sujeto a condiciones.
El Novio. —Bueno, entonces no me caso.
Los Familiares (a coro). —¡Pero Guillermo!
La Novia (rompiendo en llanto). —Tú no me quieres, yo lo sabía…
El Novio. —Deja la lloradera, porque yo sólo estoy pidiendo seguridad.
El Padre de la Novia. —¡Mire joven, usted no le puede hacer esto a mi hija!
El Novio. —¡Ah!, o sea, ¿que yo me la tengo que calar salga lo que salga?
La Novia. —Está bien, está bien Guillermo, pide lo que quieras…
El Novio. —Okey, primero me vas a dejar llegar de noche cuando me provoque, no me vas a pedir más dinero del que te doy, nada de exigencias de salidas, comida caliente a toda hora, en caso de divorcio la que se va del apartamento eres tú, los muchachos repartidos equitativamente y nada de pensiones. ¿Está claro? Por otra parte, quiero dejar constancia aquí de que si en el curso de un año encuentro defectos ocultos, vicios y cosas que me molesten, automáticamente me considero divorciado.
La Novia. —Está bien, acepto.
El Cura. —Bueno joven, entonces, ¿acepta usted por esposa a Ermenegilda Pérez?
El Novio (poniéndose a meditar). —No, pensándolo bien no, yo no creo que ella esté aceptando de verdad mis condiciones. Las mujeres son muy hipócritas, ahora me dice que sí para que yo acepte, pero después me lo va a cobrar…
La Novia: —¡Pero Guillermo, qué dices…!
El Novio. —Nada, nada, que yo no me voy a venir a casar con una hipócrita, chica, ¿o es que tú crees que me vas a venir a engañar?
El Cura. —Pero joven, venga acá, si ella le ha dicho que acepta sus condiciones.
El Novio. —No padre, que va, yo sé que esta mujer ahora lo que quiere es casarse conmigo para después vengarse… definitivamente no me caso.
La Novia (cayéndole a golpes al novio). —¡Desgraciado, perro, te voy a enseñar!
El Novio (protegiéndose). —Se fijan… yo se los dije… yo se los dije y eso que no estamos casados… de la que me salvé (y se escapa corriendo con todo el gentío atrás).
De «La miel del alacrán», por Otrova Gomas