El vuelo del cambio
Las aves migratorias vuelan miles de kilómetros para llegar a su destino y luego, al tiempo, retornan a su lugar de origen. Lo hacen, a diferencia de los seres humanos, instintivamente.
Roberto García, colega especialista en el tema de inmigración, Él mismo emigró nos cuenta el relato de la aventura humana de emigrar, en un mundo globalizado por cierto pero donde sin embargo, las raíces y las culturas locales cuentan en nuestra identidad, más allá del enriquecimiento que nos produce ingresar en nuevas y diferentes culturas. Claro que irse (o llegar), con una mano adelante y otra atrás, como lo hicieron muchos de nuestros abuelos inmigrantes, o escapando de una guerra, hambruna o pogrom, no es lo mismo que ser contratado para un muy buen trabajo en el extranjero, o cumpliendo con algún sueño artístico o proyecto científico muy anhelado. Pero escuchemos al autor del artículo, el Lic. García: «…centro mi trabajo en la llegada al nuevo lugar, al ingreso y a la adaptación. Para ayudar a las personas que llegan a la consulta, para poder trabajar con ellas y sus experiencias, es necesario entender qué les ocurre. Un modo de poder explicar esto lo encontramos en la definición de Persona Emigrante o Inmigrante, clarificador para entender este proceso: es la que se traslada de un país a otro, o de una región a otra, suficientemente distinto, distante y por un tiempo tan prolongado, que implica tener que vivir y desarrollar una actividad cotidiana como trabajar o estudiar, que permita o asegure la subsistencia. Decir «me voy» no es igual que decir «vivo en otro lado». Partir, con todo lo que esto implica en cuanto pérdidas, lutos, abandonos, rabias, forma parte de la persona que en el nuevo lugar será una extraña. Emigrar significa perder de repente todo un contexto que actúa como un andador, la propia cultura permite a cada uno caminar, siendo sostenido en su propia identidad, y brindando continuidad y consistencia psicológica».
Pietro Barbetta, prestigioso formador italiano quien nos visita a fines de agosto, nos presenta la irreverente y creativa clínica de Gianfranco Cecchin, además de deleitarnos con fragmentos de conversaciones sobre terapia familiar entre él, sus alumnos y nuestro colega y compatriota Marcelo Pakman. Atisbemos de qué se tratan las reflexiones de Barbetta:
«…Cuando salíamos de terapia –contaba Cecchin– para ir detrás del espejo, los alumnos querían saber por qué nosotros hacíamos ese tipo de pregunta justo en ese momento, o bien como era posible esa intervención, etc. En conclusión los alumnos no se interesaban por la familia, se interesaban por el terapeuta, o mejor dicho, por el juego que el terapeuta construía con la familia durante la conversación». La Escuela de Milán, con Boscolo y Cecchin, ha creado un método para realizar terapia y para, al mismo tiempo, analizar su construcción social. Antes de ellos, el investigador externo analizaba la construcción social de la terapia y el terapeuta hacía la terapia. Las dos partes (investigador y terapeuta) hablaban lenguajes distintos. El investigador desarrollaba una observación crítica con respecto a la terapia, restringiéndola a ser una práctica de salud mental; el terapeuta hacía la terapia prisionero de un discurso clínico realista…».
El tema que desarrollan Roberto Pereira y Tatiana Pérez García es tan impactante que basta con una pequeña muestra para comprobar cuanto vale la pena leer lo que han trabajado estos colegas de la Escuela Vasco Navarra de Bilbao: «…La violencia filio-parental supone un desafío máximo a la autoridad parental, pues –además de que se trata de un tipo de violencia ejercida por parte de quien es supuestamente débil hacia el supuestamente fuerte– representa la expresión última del poder ostentado por un niño/a sobre sus padres…».
Un colega francés, Serge Hefez, afirma que «…la familia de antes construía lazos de dependencia que se nutrían en lealtades implacables transmitidas de generación en generación, asignando a cada uno un lugar inmutable. Curiosamente, la exacerbación de la libre elección y de la búsqueda afectiva, conduce a situaciones idénticas. Las familias de hoy no se rigen más por leyes o mandatos externos sino por la paradojal obligación de amar, de ser libres y felices. La abolición de las obligaciones o coacciones sociales tendrían que dar lugar a la libertad; sin embargo, nos condena muy a menudo a la duda, a la incertidumbre, a no saber como conducir nuestra vida privada, a la terrible angustia de equivocarse de camino…».
Tanto Comisiones Internacionales de Familia y Parejas, como importantes Asociaciones Familiares de distintos países, se preocupan y sobre todo se ocupan de estos temas, y denuncian la «fragilización» de los vínculos interpersonales desafiados por contextos sociales humanitarios, solidarios, enfrentados con las «Leyes del Mercado» o «Capitalismo Salvaje Globalizado», depredador de la naturaleza y de las relaciones humanas en general y de la familia y de las parejas en particular. Como especialistas en este campo, somos testigos comprometidos, lo padecemos como personas y somos también co-protagonistas de cambios en nuestros lugares de trabajo.
Entiendo que debemos reunirnos con estas asociaciones civiles locales e internacionales para aportar lo nuestro, aprender de estas y crear una red de tal magnitud que pueda tener peso en las decisiones que toman muchas veces funcionarios que no consultan a nadie, ni tienen en cuenta más que sus propios intereses que suelen resumirse en permanecer en el poder.
Hasta la próxima querido/a lector/a,
Claudio Des Champs