De ayer a hoy: nada importante 

«Doctor Bóscolo, usted dijo que el pasaje de la terapia psicoanalítica de familia al modelo de Palo Alto se tradujo en mejores resultados. Al describir el cambio de este modelo por el que quedó luego plasmado en Paradoja y contraparadoja, lo fundamentó en la necesidad de responder a las inquietudes teóricas de los alumnos y al desplazamiento de su interés desde Teoría de la Comunicación Humana a Pasos hacia una Ecología de la Mente. ¿Quiere decir con esto que no hubo razones clínicas, sino exclusivamente ontológicas, por así decir, para el cambio de modelo?».

«Así es, no hubo razones clínicas. Nosotros estábamos muy satisfechos con los resultados. El cambio se debió a otras razones».

Del curso dictado por los doctores Cechin y Bóscolo en Santiago de Chile, noviembre de 1987.

La cita precedente sirve para ilustrar la tesis central de este artículo: en la mayoría de los casos los modelos psicoterapéuticos son sustituidos por otros, no porque los nuevos tengan mayor alcance clínico, sino porque dicha novedad contribuye a mantener vivo el entusiasmo de los terapeutas y por ende les permite atender a sus pacientes con interés renovado. Como es sabido el interés por lo que el paciente presenta constituye un factor esencial en todo tipo de tratamiento, de modo que la formulación de nuevas teorías tiene esencialmente un efecto clínico, no porque permita entender más, sino porque ayuda a seguir prestando atención con entusiasmo.

David Malan se refirió a esta cuestión en su dominio específico, la psicoterapia breve, al decir: «Parece indudable que casi todos los factores de prolongación que han desempeñado un papel tan abrumador en el desarrollo de la técnica psicoanalítica pueden contrarrestarse o evitarse en ciertos casos (…) Sin embargo, se ha dejado afuera un factor que bien podría resultar el más difícil de contrarrestar entre todos. Es, por supuesto, el decaimiento del entusiasmo».

«Todo lo que queda por hacer es situar este trabajo dentro de su perspectiva histórica. Comenzó con una tentativa de volver atrás el reloj y retornar a una técnica primitiva utilizada por los primeros analistas y desacreditada durante años. Terminó con el desarrollo de una técnica derivada de la que utilizan los analistas hoy en día. Si sólo pudiera resolverse el problema del decaimiento del entusiasmo, parece mucho más posible que semejante desarrollo sobreviviera a la prueba del tiempo».

La afirmación de que los nuevos modelos no tienen mayor alcance clínico que los anteriores, probablemente no sea compartida por el terapeuta que formula o modifica un modelo, ni tampoco por los que adhieren a él. En general, de muy pocos puede esperarse la lucidez que se manifiesta en el comentario del doctor Bóscolo, y es natural que así sea porque la falta de neutralidad ante la propia obra o ante el modelo que nos da identidad es condición misma de su posibilidad de producción o de nuestra adhesión. Dicho de otro modo, nadie inventa algo o adhiere a un modelo que considera esencialmente no superior a otros.

Debemos decir sin embargo, que todas las investigaciones sobre psicoterapia muestran con abrumadora monotonía que las diferentes técnicas terapéuticas obtienen porcentajes idénticos de resolución sintomática, lo que implica que ninguno puede reivindicar superioridad sobre los otros.

¿Qué es lo que lleva entonces a desarrollar febrilmente modificaciones, reinterpretaciones, inventos y revivals de diferentes modelos psicoterapéuticos?

El terreno en el que crecen las teorías parece una selva húmeda en la que constantemente crecen a gran velocidad plantas de diverso tamaño que luchan entre sí por ocupar el espacio y la luz suficientes, que decaen también rápidamente y al disgregarse sirven de fertilizante para sus sucesoras, sin que ninguna sea capaz de suscitar interés ni consenso por un tiempo prolongado.

Los que hacen crecer esas plantas o se trepan a ellas quizá conserven cierta ilusión de que han elegido la más fuerte y duradera, pero seguramente no pueden tener la convicción con que Freud o Watson hacían crecer la suya. Si siguen desarrollando esa tarea es que obtienen otras gratificaciones. Seguramente una de las más importantes se refiere al doctor Bóscolo al decir que el cambio de modelo se debió en parte a la necesidad de responder a las preguntas de los estudiantes. Ellos, al igual que los terapeutas ya formados (o quizá debiéramos decir al igual que la mayoría de las personas en esta cultura), dirigen su interés hacia «lo nuevo», lo que parece representar un adelanto respecto de lo preexistente. En el campo científico, la novedad suele consistir en una extensión o aplicación del modelo existente. Cada tanto se produce una «revolución» y el modelo vigente es sustituido por otro, siguiendo al proceso admirablemente descripto por Kuhn. Pero aún en estos casos, el conocimiento es acumulativo, puesto que los antiguos hechos no son simplemente desdeñados, sino incluidos en la nueva explicación. Además, y quizá esto sea lo central, un nuevo modelo es «respetable» sólo si promete una capacidad predictiva mayor, de la que suele resultar una mayor capacidad de influencia sobre los fenómenos. La biología puede constituir un ejemplo en ese sentido, para apartarnos un poco de los remanidos ejemplos de la física.

Los terapeutas suelen considerarse científicos, pero en general sus modelos no cumplen con este requisito. Ya Popper había demostrado hace muchos años que el psicoanálisis, al no incluir predicciones que lo hicieran empíricamente refutable, caía fuera del marco de 1a ciencia. No nos parece que otros modelos terapéuticos puedan alardear hasta ahora de cumplir mejor las condiciones necesarias.

Es más, pareciera que en muchos casos ni siquiera lo intentan, con la notoria excepción de los diezmados remanentes de conductismo puro y de las vigorosas huestes cognitivas. En el campo particular de las terapias «sistémicas», el constructivismo ampara una coexistencia cada vez más confortable entre mapas discrepantes. Esos modelos a su vez no son testeados empíricamente, sino sustituidos por especulación. Lo importante es crear todos los días algo nuevo. De hecho, una breve hojeada a la historia de los modelos psicoterapéuticos muestra que cada uno ellos deja paso a otros sin que realmente se haya verificado que los nuevos son mejores. Es simplemente que cae en desuso, sale del zeitgeist. Sospecho que cualquier terapeuta familiar podría leer a Adler con provecho, por ejemplo, y sin embargo la gran mayoría de los que se formaron en los últimos diez años apenas sabe quién es. «Pasó de moda».

Nos guste o no, los terapeutas nos asemejamos en nuestro comportamiento mucho más a los artistas que a los científicos. No avanzamos, sino que cambiamos. Lo que da respetabilidad es estar al día con la corriente (que no es lo mismo que estar al día con el descubrimiento aunque pretendamos engañarnos). Falta saber qué es lo que lleva a que esta característica se esté intensificando con el tiempo (los modelos cambian o son sustituidos cada vez con mayor rapidez), y qué consecuencias acarrea en la práctica clínica. Hablaremos de ello en un próximo artículo, si el editor sobrevive a éste.

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