Juan, 50 años, es para la mayor parte de sus conocidos un hombre exitoso. Tiene una familia, trabajo, amigos. Incluso en el último año tuvo un ascenso laboral y nació su primer nieto. Su esposa no puede entender cómo frente a situaciones tan deseadas por ellos, Juan se encuentra desinteresado y triste. Sus amigos, desorientados respecto de su conducta, no saben cómo ayudarlo. Hablando del tema Juan deja deslizar frases como: «…de qué me vale un ascenso laboral si de todas maneras el dinero no nos alcanza para vivir mejor», «unos nacen y otros mueren», «me estoy convirtiendo en un viejo que cada vez sirve para menos» . Se podría decir que tanto en el caso de Juan como en el de cualquier otra persona, lo que influye en gran medida en su estado emocional, en sus ideas y en su conducta no son los sucesos de la vida en sí mismos sino la interpretación que se hace de ellos. Los mismos sucesos que provocan tristeza en Juan pueden provocar alegría en su esposa o admiración en sus amigos, ya que seguramente cada uno los enfocaría de manera distinta. El tener en cuenta que «todo depende del cristal con que se mire», o sea de la visión particular que cada persona tiene del mundo, de sí mismo y del futuro, es una de las premisas básicas, de la terapia cognitiva. Si Juan consultara a un profesional buscando ayuda, sería fundamental para el terapeuta escuchar el reporte que hace de su situación tratando de entender los significados especiales que él atribuye a los hechos. A estos significados personales que la gente adjudica a los eventos los llamamos construcciones. El terapeuta cognitivo trata de armar –a la manera de un rompecabezas– la construcción particular de la realidad que hace el consultante. Desde un enfoque cognitivo las piezas claves que guían el rompecabezas son las denominadas cognicionesque incluyen los pensamientos e imágenes.
Otras piezas importantes directamente relacionadas con las cogniciones son las reacciones emocionales y la conducta concomitante. Supongamos, para entender mejor estos conceptos, que Juan desarrollara una cadena de pensamientos tal como: «Hay gente que nace –como mi nieto– y otra que envejece –como yo–, si yo envejezco la muerte se acerca; y si yo no muero pronto de todas maneras voy a estar viejo e inservible, entonces de nada sirve que me asciendan en el trabajo ya que lo hacen por mi antigüedad y no por lo que vale mi tarea, y además ni siquiera voy a tener una vejez con bienestar económico, ni me merezco que me den un sueldo mayor porque de todas maneras cada vez sirvo para menos».
Supongamos además, que ciertas imágenes acompañen a estos pensamientos, como por ejemplo visualizarse como un Juan viejo cometiendo errores cada vez mayores en su trabajo, imaginando la expresión de un jefe enojado. También podría continuar su cadena de imágenes y visualizar una situación en la casa en la cual su mujer trata de consolarlo con tono de lástima. A esta altura no es difícil entender desde la visión de Juan tanto su conducta de desinterés como la tristeza que lo invade.
No escapará al lector, a esta altura, cierta alteración en la lógica de la cadena asociativa de pensamientos e imágenes de Juan. A estas inadecuadas interpretaciones se las denomina distorsiones cognitivas y se las considera en gran medida responsables de alteraciones emocionales y conductuales a veces leves, otras severas. Todos nosotros tenemos en nuestra historia personal situaciones en las que una cadena asociativa con una modalidad como la anteriormente mencionada pudo originar un sentimiento de desesperanza, dolor, resignación, etc. También es probable que en algunos casos hayamos podido revertir el sentimiento a través de un mirar el problema desde otro ángulo, buscar en el medio pruebas de nuestras aseveraciones, al cuestionamiento de un amigo sobre nuestro enfoque sobre los hechos, etc. Pero muchas veces el sufrimiento se instala con mayor fuerza, duración y nos sentimos encerrados en un círculo vicioso de ideas, sentimientos y conductas.
Este es el momento en que uno siente que precisa ayuda profesional. Muchos enfoques psicoterapéuticos pueden ayudar, pero el consultante tiene derecho a elegir aquél con el que se sienta más identificado y que le brinde una respuesta o solución a su preocupación. Asimismo, el terapeuta puede elegir para el paciente que consulta cuál es la alternativa terapéutica que considera tenga mayores posibilidades de éxito. El objeto de este artículo (el primero de una serie) es ofrecer al lector un panorama de la terapia cognitiva, cuáles son sus características, cómo se desarrolla en otros países y en qué problemáticas es una alternativa psicoterapéutica válida.
Lo que plantea el modelo cognitivo es una correlación entre las variables cognitivas (aquello que pensamos e imaginamos) y los estados emocionales. Por ejemplo: en la medida en que uno piensa que es una persona incompetente, que nadie lo comprende y que no hay esperanzas en el futuro, esto va a estar asociado a un sentimiento de decaimiento, tristeza o soledad. Otra característica de la terapia cognitiva es que para los «desórdenes afectivos» que no involucren alteraciones severas de la personalidad se utiliza un tratamiento breve (entre 21 y 21 sesiones).
«El tratamiento es fundamentalmente un trabajo centrado en objetivos. La efectividad de esta terapia se ha demostrado no sólo en sus resultados inmediatos, sino en el hecho de que los pacientes tienen menos recaídas. La terapia cognitiva se basa en la colaboración entre terapeuta y paciente: el terapeuta tiene las técnicas adecuadas pero el paciente puede proponer temas y tareas. El diálogo se caracteriza por una forma socrática de cuestionamiento que lleva al descubrimiento guiado. Este tipo de terapia se asienta en un modelo educacional y en este sentido es importante, por ejemplo, no sólo que el terapeuta ayude al paciente a superar una crisis sino también que éste pueda adquirir los mecanismos para afrontar futuras crisis».
Dr. Camilo Castellón Suárez
Director del Centro de Terapia Cognitiva, Santiago, Chile
La terapia cognitiva es una forma de psicoterapia relativamente breve, activa y colaborativa entre el paciente y el terapeuta. Tiene como objetivo ayudar a los pacientes a descubrir sus pensamientos disfuncionales e irracionales; contrastar con la realidad sus conductas, creencias y construir técnicas funcionales y adaptativas para responder a los otros y a sí mismos.
Los pensamientos e ideas no son la «causa» del problema sino un aspecto de ellos que proporcionan un área sobre la que intervenir para modificarlos. Hasta ahora, las «cogniciones» eran la Cenicienta de la psicología clínica; todos las dejaban en casa. El aporte original de la terapia cognitiva es que se centra en ellas para abordar el proceso terapéutico. Este no es un enfoque del «poder del pensamiento positivo» que ofrezca una visión optimista del universo, al estilo de Walt Disney, sino una terapia reflexiva que se interesa por el diálogo interno del paciente y que le da voz a lo no dicho.
Nos preocupa discriminar los problemas que tiene quien consulta y ver cuáles son los factores que los mantienen. Para ello debemos conocer los modos (esquemas) con los que ve el mundo, el futuro, y a sí mismo. Estos esquemas son distintos para cada persona y cambian a lo largo de la vida. Para evaluarlos se necesita un buen entrenamiento y un conocimiento teórico considerable. Que nuestro enfoque sea entendible para el paciente no significa que sea entendible desde el punto de vista teórico y técnico. Esta cuidadosa evaluación nos puede brindar la posibilidad de ayudar a la gente a que no llegue a padecer ciertas dificultades, colaborando con ellos ya desde el momento en que vemos que sus esquemas comienzan a ser disfuncionales. Se nos abre así otro campo interesantísimo de trabajo que es el de la prevención.
Otras áreas en las que me he especializado y en las que este tipo de enfoque se ha mostrado promisorio son las de parejas, grupos y familias.
Arthur Freeman
Ex director clínico del Center for Cognitive Therapy, Philadelphia, Profesor de psicología en Psiquiatría en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Pennsylvania.
(*) La Dra. Sara Baringoltz es Directora del Centro de Terapia Cognitiva