Historias de Nueva York, o cómo distinguir las buenas de las malas artes

La primera víctima del divorcio es la inocencia. Después de más de 11 años de conformar una pareja distinta pero estable, Woody Allen y Mia Farrow se están divorciando (1). Ahora, en vez de agitar toallas como forma de mensaje desde sus respectivas casas a ambos lados del Central Park, intercambian agrias acusaciones. Como sabemos, un divorcio adversarial puede ser perjudicial para la salud y particularmente para la de los hijos involucrados en él.

Cuando existen mujeres que ven sus sueños hechos pedazos y hombres que sienten su masculinidad amenazada, pueden llegar a odiar mucho más fervientemente de lo que jamás hayan logrado amar.

Allen nos ha entregado, cinematográficamente hablando, innumerables reflexiones en forma de gag o de comentario hablado. Ha mantenido muchas veces que la vida en familia entorpece la carrera de un artista y que es sólo después de los 50 años de edad que uno empieza a darse cuenta de dónde está parado. Nos acostumbró a dramas psicológicos que trataban inseguridades, miedos e infidelidades del ser humano. Su antihéroe derrotado devino símbolo de victoria moral. Pero ahora, con su divorcio en la vida real, se ha colocado él en el centro de la trama. Aun más, parece haber creado, como él mismo ha dicho, «problemas neuróticos innecesarios para evitar enfrentarse con problemas universales irresolubles» (Manhattan, 1979).

Se presumía que después de cierta edad y habiendo sido padre biológico por primera vez, dejaría de ser un héroe cómico y egocéntrico.

Cuando las circunstancias más se lo exigían, no renunció a la autoconmiseración ni se conectó con el mundanal ruido.

Transfirió sus afectos de Farrow, su pareja por más de diez años, a la hija adoptiva de ésta, Soon Yi, de 21 años. Niega que esto implique alguna forma de incesto pues sólo se reconoce como padre de tres de los once hijos que viven con Mia. Esta, por otro lado, lo acusa de abuso sexual a Dylan, de 7 años, lo cual lo llevó a plantear que los que él considera sus hijos conviven con una madre hostil a su imagen y persona. Como forma de evitarlo, reclamó la tenencia de Satchel (hijo biológico de cuatro años) así como de Dylan y Moses (adoptados). En medio de una cortina de acusaciones mutuas, Allen de 56 y Mia de 47 años, han sacado a la luz los trapos sucios de la pareja. Los abogados de Mia tratan de demostrar «el estado de debilidad mental de un hombre que desea obtener la custodia y el derecho de visitar a sus hijos». Parece confirmarse que los vínculos sentimentales entre ambos eran simplemente cordiales durante los últimos cuatro años. La relación romántica fue desapareciendo llamativamente después del nacimiento de Satchel. 

Ellos nunca contrajeron matrimonio ni convivieron en forma continuada (él se considera claustrofóbico).

Mientras tanto, la distribuidora Tri Star Pictures decidió adelantar la fecha de estreno de la última de las trece películas en las que ambos trabajan en conjunto: Maridos y esposas. Una escena promocional del flamante film los muestra a ambos discutiendo enérgicamente sobre la necesidad de ella de ayuda psiquiátrica.

Más allá del escándalo entre una conocida actriz con un renombrado humorista, dramaturgo, clarinetista, actor, libretista y director de cine, existe aquí un grave conflicto familiar mal resuelto, con romance paralelo y pleito adicional.

Para evaluar adecuadamente lo que les está pasando a estos personajes que hacen pública su vida privada, no sólo es importante conocer las reglas en juego de la sociedad en que viven y sus particulares valores, sino que es necesario justipreciar las consecuencias de sus acciones.

Cuando Allen afirma que jamás llegó a representar una figura parental para Soon Yi, excusándose en que nunca la conoció demasiado bien, lanza una imagen temeraria, aun cuando dice que «sólo cuando esta relación se volvió íntima y excitante dejó de ser una nota al pie de página en la vida de la joven, un flirt con el novio de su madre».

Cabe agregar que la joven contaba con menos de diez años cuando Allen comenzó a ser participante continuo del grupo familiar. La triste ironía de esta situación es que sus hijos son ahora hermanos de su novia y su ex pareja deviene su posible suegra. Pero él no considera aparentemente demasiado importantes los problemas de parentesco. Ni él ni Mia se cuestionan el tironeamiento psicológico al que han estado (y siguen) exponiendo a los menores involucrados en esta situación. Los adolescentes y niños están siendo ubicados como espectadores, testigos y jueces privilegiados de la pelea entre sus así llamadas figuras adultas. Se les ha permitido, aun favorecido, tomar partido.

Lo que cabe preguntarse es si ésta es una crisis de personas de cierta edad, una crisis de formato matrimonial o la expresión de una crisis de valores sociales. O las tres al unísono. Es ciertamente visualizable la situación competitiva en este caso entre madre e hija. Existe también una perversa coalición intergeneracional de dos (padre e hija adoptiva) contra una tercera persona (madre supuestamente autoritaria).

Parece también que ésta manifiesta deseos de venganza como esposa herida y madre engañada. Mia reconoce que ha pasado » casi una docena de años con un hombre dispuesto a destruirla y a corromper a su propia hija, empujándola a traicionarla. Es difícil de imaginar una manera más cruel de perder una hija y un amante al mismo tiempo», dice.

Han aparecido, como casi siempre en un divorcio, los clanes guerreros que «defienden» a cada una de las partes; en el rincón de Mia, su madre, ex marido y hermanas; en el de Woody, parientes, amigos y ex esposa.

Batallar sobre la tenencia es un síntoma de ruptura coparental. Los argumentos descalificatorios mutuos exponen aún más a los hijos a tener que optar sobre qué parte de sí mismos deben amputar.

Los interrogantes son múltiples y la evolución incierta.

¿Ha sido esta pretendida gran mamá de tantos hijos (dentro de muy poco, trece) un continente adecuado para ellos? ¿Ha sido desatendido su cuidado cualitativo? Soon Yi ha declarado que éste ha sido el caso.

¿Es por ello también que vemos aparecer otro padrastro más manteniendo un vínculo erótico con una de las hijas de su pareja?

¿Se utiliza aquí nuevamente la acusación de abuso sexual a un hijo como forma de bloquear el derecho de visitas o la tenencia?

En un film de 1989, Crímenes y pecados, Allen presenta un profesional médico rico y famoso envuelto en una relación extramarital que se confiesa a uno de sus pacientes, un rabino ciego. Luego de la conversación con éste concluye que «Dios es un lujo que él no puede permitirse». Es así que ante un universo moralmente neutral y con un Dios ciego existe la posibilidad de que Edipo se transforme en un chiste.

Es cierto que las fronteras interpersonales de un padrastro son ambiguas. Pero si se ubica y es ubicado como adulto a cargo jerárquicamente diferenciado, tanto de la madre como del padre, la confusión parece inevitable.

Es indiscutible que en las familias post-divorcio expandidas y ensambladas por volver a formar pareja, todos los adultos son personajes influyentes en mayor o menor grado afectiva y normativamente para con todos los hijos a cargo.

Lo incestuoso, por otro lado, no puede discutirse sólo desde si Allen fue o no un padrastro comprometido, sino desde si Soon Yi contaba con la madurez y el cuidado suficientes como para no involucrarse o ser involucrada en la vida de pareja de sus adultos significativos. 

Los hijos pertenecen, en principio, al mundo de la realidad y, para protegerlos adecuadamente, se requiere de una forma familiar pre y post divorcio que así lo garantice. 

Se pueden negar compromisos de pareja, pero no es cuestión de elección cuando se trata de seres necesitados de adultos responsables a cargo, sean hijos biológicos o adoptados. 

Esta no es una historia más de un par de personajes de película, ni siquiera otra historieta de hombre maduro enamorado de joven muchachita como las que aparecen en Hannah y sus hermanas (1986) o en Manhattan (1979). 

Este es un hecho real que trata de las consecuencias en hijos desprotegidos. Para cuidarlos bien no es suficiente coleccionarlos ni seleccionarlos. No es posible vivir las realidades como si fueran ficción (donde todo es posible). No son sólo adultos los que padecen los efectos de sus conductas erróneas. Cuando una pareja se constituye con hijos a cargo (propios o ajenos) su compromiso no sólo es entre sí sino con los que dependen de ellos. Si no se anteponen las necesidades de éstos, el cuadro de desorganización familiar y sus consecuencias puede aparecer como vemos (no sólo en familias pobres). Lo más relevante no es la exposición pública de la vida privada o la repetición de una pauta interaccional de constituir pareja con hombres mucho mayores de edad (Mia con Sinatra y Previn-Soon Yi con Allen) sino otras situaciones psicológicamente más tóxicas.

Aun cuando Allen no sienta ningún dilema moral y niegue haber representado una figura parental, es responsable junto con Farrow por el conflicto edípico y de lealtades en el cual involucraron a niños y jóvenes.

Cuando se trata del bienestar de los hijos, la neutralidad y la así llamada información libre de valores se transforma en éticamente cuestionable.

Todas las estructuras familiares no resultan iguales en relación a cómo mejor acomodar las necesidades de los hijos.

Al abuso de menores sólo corresponde una respuesta de responsabilidad real por parte de padres, abogados, terapeutas, jueces, etc.

La patética conclusión final de Crímenes y pecados puede ser evitada. En ella se plantea que «la felicidad humana no está incluida en el plan universal. Tomamos decisiones agonizantes y nos definimos a través de esas decisiones, pues sino no podríamos seguir viviendo».

Las buenas artes nos han conectado emocionalmente con aspectos vitales del mundo. Las malas (artes) producen el efecto inverso, amenazan nuestra libertad de seres sensibles, pues tienden a desconectarnos de lo humano.

Clásicamente también la tragedia ha sido una forma de terapia, una catarsis para los espectadores. Los defectos del héroe enfurecen a los dioses y es por ello que se lo enfrenta a aquél con un destino decadente. La tragedia es un cuento moral sobre el precio de la ambición y de la traición a las lealtades.

Notas

(*) El Dr. Herscovici es terapeuta familiar, director de la institución Thesis.

Publicado en Perspectivas Sistémicas N° 23, año 5, septiembre/octubre 1992.

(1) N de R.: El artículo fue escrito en pleno divorcio de la pareja Allen – Farrow. Más allá del tiempo transcurrido, los conceptos y reflexiones del autor sobre este tipo de conflictos maritales permanecen absolutamente vigentes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *