El problema de la violencia en la familia y la pareja vuelve una y otra vez a escena. El dictado de una nueva ley sobre el tema y el casi simultáneo desenlace trágico de un caso famoso (1) reavivaron el debate. En esta entrevista, la Lic. Silvia Mesterman, psicóloga de reconocida trayectoria en este campo, describe su enfoque en cuanto al abordaje de la violencia familiar, haciendo hincapié en los aspectos ideológicos del problema y de la posición del terapeuta, además de los aspectos técnicos. Comparte su tarea y han escrito obras en conjunto con la Dra. Cecilia Grosman, abogada especialista en Derecho de familia quién, a continuación de la entrevista, comenta algunos aspectos puntuales de la ley de protección contra la violencia familiar.
PS (Perspectivas Sistémicas, Horacio Serebrinsky): En términos generales, ¿Cuáles son los fundamentos teóricos que guían tu trabajo con la violencia familiar?
SM (Silvia Mesterman): El punto de partida es un modelo contextual que articula, basado en una epistemología cibernética, componentes individuales, familiares y socio-culturales.
Si bien trabajamos con la idea de totalidad, particularizamos nuestra mirada en los aspectos ideológicos de la cuestión. Como terapeutas familiares, sabemos que la formación de las familias está apoyada en un conjunto de supuestos que circulan en la sociedad y que se expresan, de modo específico, en los distintos grupos sociales y en cada familia en particular.
Algunos de esos supuestos corresponden a concepciones culturales actuales que aparecen explicitadas en el lenguaje social, tales como el principio igualitario en la relación hombre-mujer, la libre elección basada en el amor y la educación sin coacciones respecto de los hijos.
Estos explícitos coexisten con implícitos provenientes de anteriores etapas sociales que actúan de modo subyacente y que, en el caso de la violencia familiar, determinan la acción. Los implícitos corresponden a la denominada ideología patriarcal, en la que se afirma una desigualdad por naturaleza en la que el hombre es superior a la mujer Y, por lo tanto, tiene mayor poder. La mujer y los hijos son propiedad del hombre quien, en ejercicio de sus derechos, tiene el poder de disciplinarlos y educarlos, pudiendo hacer uso de todo tipo de castigos con el objetivo de cumplir con tales fines.
Esta ideología de patriarcado, caracterizada por el autoritarismo, es la base en la que se apoya el desarrollo de la violencia doméstica, la cual, como puede verse, se vincula con estructuras jerárquicas por género y edad que conforman relaciones de subordinación/ dominación. Estos sistemas familiares funcionan a predominio de cohesión, sin ninguna posibilidad de diferenciación entre sus integrantes. Vemos que circulan pautas cercenadoras de la autonomía que definen un ‘poder ser’ sólo bajo la imposición de un otro. La rigidez que caracteriza a estas estructuras lleva a que las personas se relacionen sólo en términos de funciones. De este modo es como recortan su identidad: cada uno ‘es’ por la presencia del otro.
Esta modalidad de funcionamiento permite que los actos de abuso pasen inadvertidos y se registren como «naturales» y/o «normales»’.
Asimismo, la presencia de una situación externa, diaria, reiterada, cada vez más sutil, de consenso, otorga legitimidad a los actos violentos y anula los posibles mecanismos de control social».
Ciclo Violento
PS: Cuando se habla de la violencia, se hace referencia a un ciclo que se repite en el tiempo; ¿Cuál es tu visión sobre este aspecto?
SM: Para simplificar, voy a contestar la pregunta sólo en relación a la violencia
hombre-mujer, por cuanto el ciclo de la violencia contra los niños presenta aspectos específicos.
El ciclo de la violencia es un paradigma útil para pensar el fenómeno y, sobre todo, para comprender mejor cuáles son los mecanismos perpetuadores y los aspectos centrales por los que las mujeres, que son mayoritariamente las víctimas de la violencia física, permanecen con sus parejas.
De acuerdo con este esquema, la violencia acontece en situaciones cíclicas que pueden ser referidas a tres fases que varían en duración o intensidad según los casos: 1) acumulación de tensión, 2) fase aguda de golpes, 3) calma ‘amante’.
La Fase 1, es la del incremento de la tensión en las relaciones de poder establecidas. El corrimiento de las expectativas referidas a los estereotipos de género pone en peligro la estabilidad del sistema en tanto atenta contra la estabilidad de sus miembros. Cuando la tensión alcanza su punto de máxima tolerancia llega la fase 2, de golpes. Esto significa que en el transcurso de los intercambios recurrentes, cada vez más tensos, emerge la violencia física en los momentos en que la relación de dominación/ subordinación necesita ser reconfirmada. El golpe del hombre debe ser visto como un acto de impotencia frente a la posible pérdida de un poder real o nunca alcanzado, más que como una simple demostración de fuerza. Los resultados de la fase crítica de golpes reconfirman la identidad de cada uno, basada fundamentalmente en la relación mujer débil y pasiva y hombre fuerte y activo. En tanto ambos están vinculados sólo en términos de funciones, cada uno conserva un reconocimiento de sí mismo en la medida en que el otro no deje de ser lo que ‘supuestamente’ es.
La fase 3 es radicalmente opuesta a la 2. En términos relacionales se distingue por una conducta de arrepentimiento y afecto del golpeador y de aceptación de la mujer que cree en su sinceridad. En esta etapa predomina una imagen idealizada de la relación acorde con los modelos convencionales do género. Luego, tarde o temprano, todo recomienza y la fase 1 vuelve a escena. Para finalizar, el ciclo de la violencia física casi siempre va acompañado de una violencia emocional mucho más difícil de registrar y cuantificar, pero no por ello menos agresiva y riesgosa. Asimismo, en una proporción muy elevada de casos la violencia es sólo psíquica. Este tipo de violencia ocurre centralmente en la fase 1, de acumulación de tensión, y se caracteriza por intercambios descalificatorios, indiferencia, desconfirmaciones, amenazas e insultos, entre otros. Cuando llega el punto de máxima tensión, la descarga se produce en forma de gritos, enojo, furia, golpes contra objetos, portazos, ida de la casa, etc. después reaparece la etapa de la calma que cierra y renueva el ciclo. La detección de este circuito de violencia emocional es importante porque existe un concepto generalizado que une la idea de violencia solo con la violencia física, dejando por fuera una amplísima cantidad de situaciones de abuso».
Tratamientos
PS: ¿De qué manera abordás el tratamiento de la violencia en la pareja?
SM: «En tanto el fenómeno de la violencia responde a una articulación de instancias es imprescindible abordarlo con un enfoque interdisciplinario. En distintos momentos y bajo diferentes circunstancias se requiere la participación, simultánea o distribuida en el tiempo, de varias disciplinas. No voy a detenerme en el desarrollo de las características que tiene que reunir un equipo interdisciplinario, pero quiero remarcar como fundamentales la necesidad de compartir un marco teórico, la clara distinción entre las competencias de cada disciplina, y por último la reflexión permanente sobre el tema en cuestión, el rol profesional y los aspectos personales comprometidos en la tarea. Desde el campo de la Psicología, vemos que el problema comprende el uso, conjunto o alternado, de diferentes modalidades de intervención según los casos. De este modo, trabajamos en el desarrollo de proyectos de sensibilización de toma de conciencia, en la creación de redes de sostén, en grupos de autoayuda para mujeres y para hombres, en terapias grupales e individuales y en terapias familiares y de pareja, entrevistando a los miembros juntos, por subsistemas o individualmente. El objetivo común de estas alternativas de intervención es una revisión de la ideología patriarcal, además de un proceso de deslegitimación y desnaturalización de la violencia y un aumento de su visibilidad.
El proceso terapéutico se desarrolla alrededor de un conjunto de momentos que avanzan de modo espiralado produciendo, a lo largo del tiempo de tratamiento, un efecto acumulativo (ver recuadro aparte). Este proceso es concebido como una actividad que se desarrolla principalmente en el diálogo y no como una acción interventiva sobre el individuo. El terapeuta intenta, según esta postura, insertarse en la construcción del mundo de la familia, la pareja o la persona, para generar propuestas de miradas alternativas. Las técnicas que utilizamos son variadas e incluyen la narración de cuentos, el humor, el juego, la escenificación, el uso de imágenes metafóricas y los diálogos vinculares, entre otras».
PS: Uno de los temas más discutidos en el abordaje de la violencia familiar es el que se refiere al tratamiento conjunto o individual de los miembros del sistema. ¿Cuál es tu opinión?
SM: «En principio, considero que la violencia debe ser controlada antes que pueda hacerse cualquier otro trabajo. De este modo, el tema principal es la violencia y luego la atención a los diferentes aspectos de la relación.
El abuso físico no es negociable y, en consecuencia, en un primer momento debemos lograr que cese. Después nos movemos hacia los diferentes estadios del proceso teniendo como foco principal la cuestión del género, que implica una valorización e igualación del lugar de la mujer con respecto al hombre. La terapia conjunta es posible cuando el hombre ha acordado cesar con la violencia y la mujer quiere continuar con la relación. Esto sólo es viable si se analiza en el contexto de la ideología patriarcal y con la clara intención de encontrar una formulación alternativa que lleve a nuevos comportamientos. En caso contrario, el efecto de las entrevistas conjuntas puede llevar, especialmente al hombre, a una evasión de su responsabilidad y a fortalecer la idea justificatoria de los hechos como respuesta ante una supuesta provocación. En síntesis, pienso que la terapia de familia y de pareja son sumamente productivas y factibles mientras el terapeuta conozca las implicancias de la ideología en su trabajo».
La Persona del Terapeuta y el Compromiso Ideológico
PS: Por último, ¿Cuál es el lugar del terapeuta y sus características esenciales?
SM: «El terapeuta ocupa un lugar central en la terapia de la violencia familiar. Del modo en que haga uso de su posición depende, en parte significativa, la efectividad del tratamiento. Una idea básica es que las personas poseen sus propios recursos y siempre encuentran una salida. El terapeuta desarrolla y reorienta esos recursos favoreciendo habilidades y aptitudes. Para ello, debe asumir riesgos parecidos a los que pretende que asuman los pacientes. El principal riesgo es que esté dispuesto a comprometer su persona. Esto significa que tanto su ideología como sus cualidades personales son los recursos más valiosos con los que cuenta. Mediante el uso de su self el terapeuta se incluye y excluye de los vínculos con los pacientes, ocupando algunas veces el lugar de activador y otras el de observador externo de las situaciones. En otros casos ocupa el lugar de modelo. Este rol dinámico debe permitirle una gama múltiple de movimientos tales como entrar y salir de las relaciones, hacer uso de su autoridad, jugar y retraerse, permanecer central o periférico, etc. Todo esto requiere por parte del terapeuta una gran plasticidad, un uso flexible de sí mismo, un compromiso ideológico (en particular con las cuestiones referidas al tema del género), y una importante disposición personal para el cambio y la reconsideración permanente de su tarea, con el objeto de detectar resonancias e isomorfismos que se filtran constantemente, obstaculizando la acción. El trabajo con la propia persona se ha convertido para mí en un aspecto básico (3). En ese sentido, en todas las actividades (tanto de supervisión de equipos como de capacitación) que desarrollo desde hace tiempo, no sólo me ocupo del problema de la violencia en los casos planteados, sino también, de lo que le sucede a la persona del operador (u operadores) implicado en la situación».
Instancias del proceso terapéutico en casos de violencia
Encuadre. Base segura de sostén y continencia. Flexibilidad y control máximo de la conducción. Condiciones referidas al cese de actos de violencia.
Vuelta sobre sí mismo/a. Proceso de diferenciación individual y subsistémica. Valorización. Desarrollo de la autoestima y la igualdad. Desarrollo de la responsabilidad.
Co-construcción de argumentos alternativos. Circulación de significados relativos a los estereotipos de género. Confrontación de ideologías. Desnaturalización.
Ampliación de contextos. Extensión hacia la familia de origen y otros significativos. Ruptura del aislamiento y del silencio. Visibilización de la violencia.
Denuncia indirecta y directa. Incorporación del control social. El contexto terapéutico como deslegitimador de la impunidad.
Consolidación de la diferenciación, la autovaloración y la autoestima.
NOTAS
(*) El Dr. en Psicología, Horacio Serebrinsky, es director de ESA (Escuela Sistémica Argentina).
(1)Nos referimos al ex-campeón mundial de boxeo Carlos Monzón quien, al momento de su deceso, cumplía una condena por la muerte de su ex-esposa Alicia Muñiz.
(2)La Lic. Silvia Mesterman es psicóloga y terapeuta familiar. Profesora Titular de la Universidad de Belgrano y del Posgrado de Derecho de Familia de la Universidad de Buenos Aires.
La Dra. Grosman y la Lic. Mesterman dirigen el Centro Interdisciplinario de la Familia, institución dedicada a la investigación, prevención, capacitación y asistencia en problemáticas de familia y género, como ser violencia, adopción, divorcio, mediación, etc.
(3) La Lic. Mesterman destaca entre sus formadores al reconocido maestro italiano, Maurizio Andolfi (ver Perspectivas Sistémicas N° 22, Julio/Agosto 1992), con quien estudió y aún entrena el uso de su propia persona en su práctica de la terapia familiar.
Este artículo fuel publicado en Perspectivas Sistémicas N° 35, año 8, marzo/abril 1995