Ecología de las ideas. Constructivismo, construccionismo social y narraciones ¿En los límites de la sistémica?

Hacia fines de los año setenta, el sistema que se estudiaba la mayoría de las veces en terapia familiar era el de la familia, y se consideraba generalmente al terapeuta como un observador externo. Muy pocos terapeutas se interesaban en el sistema terapéutico.

Este abordaje aceptaba implícitamente que existía una realidad objetiva exterior a nosotros, realidad que era necesario develar para ayudar a los pacientes a deshacerse de la red en la que estaban capturados.

Sin embargo, a partir del comienzo de los años ochenta, y más particularmente después de la publicación en alemán en 1981 de la obra dirigida por Paul Watzlawick, «La realidad inventada» (1), un nuevo movimiento llamado constructivismo se expandió en el ambiente de los psicoterapeutas de familia: este enfoque invocaba los trabajos de Ernst von Glasersfeld (2), de Heinz von Foerster (3), de Humberto Maturana (4) y de Francisco Varela (4).

Luego, unos años más tarde, el constructivismo fue atacado a su vez en nombre del «social construccionismo» (construccionismo social); nuevas formas de terapia que insistían sobre las narraciones o las soluciones propusieron, entonces, reemplazar la metáfora cibernético/sistémica por la metáfora, esta vez postmoderna y antropológica (5). Querría comenzar esta introducción describiendo brevemente las tesis constructivistas, exponiendo las teorías de los representantes del construccionismo social y las críticas que estos han dirigido al construccionismo; después de lo cual presentaré las principales escuelas de estas dos corrientes, así como ciertos autores que han encarnado estos movimientos en el campo de la psicoterapia.

Los trabajos e Heinz von Foerster sobre la segunda cibernética, así como los de Humberto Maturana y Francisco Varela sobre la percepción, estuvieron parcialmente en el origen de la aplicación de las teoría constructivistas al dominio de la terapia familiar.

Heinz von Foerster (6) insistió sobre la relación entre el sistema observador y el sistema observado, mostrando que estos dos sistemas son inseparables. Poniendo el acento sobre la ética y adjudicando un lugar esencial al vínculo que ponen en relación al otro con uno mismo («esta relación es la identidad», decía él), consideraba que realidad y comunidad van del a mano; y además desarrolló este punto de vista en una introducción a un artículo de Francisco Varela en la cual indicaba que al ubicar la autonomía del observador en el centro de su filosofía «Kant no tenía como intención efectuar un movimiento desde la objetividad hacia la subjetividad, sino más bien fundar una ética, porque había visto claramente que sin autonomía no podía haber responsabilidad ni por consiguiente ética».

El terapeuta era generalmente considerado como un observador externo y muy pocos terapeutas se interesaban en el sistema terapéutico.

Maturana y Varela (8), en lo que a ello respecta, subrayaron que la percepción visual nace en la intersección de aquello que se ofrece a nosotros y de nuestro propio sistema nervioso: ellos han demostrado que aquello que nosotros vemos no existe en tanto que tal, al exterior de nuestro campo de experiencia, sino que resulta de la actividad interna que el mundo externo dispara en nosotros. Maturana ha establecido igualmente que los criterios de validación de una experiencia científica no tiene necesidad de la objetividad para funcionar: lo que es necesario para el investigador no es un mundo de objetos, sino una comunidad de observadores cuyas declaraciones formen un sistema coherente, y es por esto que este biólogo pone la objetividad «entre paréntesis».

En definitiva, tanto para Maturana como para Varela, el lenguaje no fue inventado por un sujeto que buscaba aprehender el mundo exterior; los seres humanos son para ellos seres «lenguajeantes» (**) fundamentalmente indisociables de a trama de acoplamientos estructurales que teje el lenguaje.

Gracias a estos pensadores constructivistas, los terapeutas familiares han sido llevados a descubrir que la construcción mutua de lo real en psicoterapia cuenta más que la búsqueda de la verdad o de la realidad. Este descubrimiento ha tenido por lo menos cuatro implicaciones capitales en el campo terapéutico:

  • en la medida en que acoplamientos diferentes hacen emerger mundos diferentes, y sin embargo compatibles, una psicoterapia exitosa no implica que el terapeuta ha tenido razón, sino que la construcción que él h edificado con los miembro del sistema terapéutico es operativa; – asimismo, la intervención del terapeuta, en lugar de apuntar a hacer surgir alguna «verdad» pretendidamente aprovechable para el sistema o para sus miembros, debe tender más bien a aumentar el campo de las posibilidades;
  • es conveniente notar, por otra parte, que el concepto del acoplamiento estructural tal como Maturana y Varela lo han elaborado para describir aquello que se manifiesta en la intersección de un sistema determinado por su estructura y un medio en el que el sistema se inserta (8) , mantiene la importancia de la autonomía individual y, por lo tanto, de la responsabilidad personal;
  • finalmente, aquellos que, como Foerster, se niegan a separar al observador del sistema observado son confrontados inevitablemente con una paradoja auto referencial; les es necesario formular imperativamente el problema en otros término para evitar recaer en la eterna pregunta: ¿Cómo es posible hablar de una situación de la cual nosotros participamos sin que nuestras descripciones sean contaminadas por nuestras propiedades personales?

Entre los numerosos congresos de terapia familiar que se llevaron a cabo acerca de temas constructivistas en los años ochenta, algunos han tenido una importancia particular. Uno de los primeros congresos referentes a este dominio fue organizado en febrero de 1985 en Saint- Etienne bajo la égida de Reynaldo Perrone, psiquiatra y terapeuta familiar especialista en el tratamiento de comportamientos violentos intrafamiliares; fue en el curso de este encuentro, en el cual participaron Edgar Morin y Carlos Sluzki, que Humberto Maturana y Heinz von Foerster fueron presentados por primera vez a los terapeutas franceses. Luego el Mental Research Institute ( Instituto de Investigación Mental) de Palo Alto organizó en 1987, en San Francisco, un coloquio titulado «Maps of the world, maps of the mind» ( Mapas del mundo, mapas de la mente»). Es conveniente, finalmente, agregar a esta lista los dos seminarios que la Gordon Research Conference organizó sobre el tema de la cibernética, primero en junio de 1986 en Wolfeboro (New Hampshire), luego en enero de 1988 en Oxnard (California): muchos terapeutas interesados por las tesis constructivistas (entre ellos, Lynn Hoffman, Tom Andersen, Bradford Keeney, Carlos Sluzki, Kart Tomm y yo mismo) se encontraron allí.

Fue hacia fines de los mismos años ’80 que las teorías del construccionismo social tomaron vuelo en los Estados Unidos.

Kenneth J. Gergen, profesor de psicología e el Swarthmore Collage en Pennsylvania, que se encuentran entre los principales representantes del construccionismo social en el dominio de la psicología, ha descrito este nuevo campo en ocasión de un encuentro reciente.

A sus ojos, las significaciones, así como el sentido de sí mismo y las emociones nacen de un contexto intrínsecamente relacional: no solamente el «yo» y el «tu» se manifiestan en el ceno de los diálogos permitidos por las relaciones humanas, sino que la identidad, ella misma, es producida por las narraciones surgidas de intercambios comunes, remitiendo, en efecto, a las narraciones del yo a las relaciones sociales más que a las elecciones individuales (III); desde esta óptica, incluso las emociones corresponden a modos de funcionamiento social, porque ellas están insertas en secuencias y escenarios comunes.

Gergen propone a los terapeutas reemplazar las metáforas mecánicas de la cibernética por metáforas extraídas de la teoría literaria o de la antropología postmoderna: él sitúa decididamente al construccionismo social en la era postmoderna, definiendo el modernismo como una visión del mundo enraizada en los siglos XVI y XVII.

Según este autor, el modernismo asimilaba al mundo a una gigantesca máquina que los hombres debían y podían comprender, esperando que la comprensión del funcionamiento de esta máquina produjera conocimientos garantes de un progreso ilimitado: de manera que el pensamiento moderno ponía el acento sobre los proyectos, la evolución, la objetividad y la racionalidad. Mientras que el pensamiento postmoderno habría nacido hacia el fin de los años sesenta, juntamente con el cuestionamiento de un orden político amoral que se preocupa únicamente en acumular más riquezas y poderes; el enfoque moderno asocia, por consiguiente, la reivindicación ética con la desconstrucción de los conceptos de la racionalidad, objetividad y progreso.

En su obra titulada «Realities and relationships» (Realidades y relaciones»), Kenneth Gergen analizó las relaciones anudadas entre el constuctivismo y el construccionismo social: al concebir ambos el saber como una construcción del espíritu y al rehusar uno y otro definir el conocimiento como el reflejo fiel de una realidad o de un mundo independiente de nosotros (concepción característica del modernismo), estos dos enfoques rechazan el dualismo sujeto/ objeto. Pero para los construccionistas, conceptos tales como «el mundo» o el «espíritu» no tiene el estatus ontológico que parecen atribuirles los constructivistas, porque ellos pertenecen a prácticas discursivas y son, por lo tanto, susceptibles de ser discutidos y negociados en el lenguaje. Según Gergen, el constructivismo está ligado aún a la tradición occidental del individualismo en la medida en que describe la construcción del saber a partir de procesos intrínsecos al individuo, mientras que el construccionismo social, por el contrario, busca remontar las fuentes de la acción humana a las relaciones sociales. En ese sentido que él afirma: «la construcción del mundo no se sitúa en el interior de la mente del observador, sino más bien, en el interior de diferentes formas de relación». Las consecuencias de este enfoque para la psicoterapia podrían ser las siguientes, de acuerdo a Gergen:

  • -los intercambios verbales entre el terapeuta y el paciente no refleja una cierta verdad, no se trata de verificar o aplicar una teoría preconcebida, sino de comprometerse en un diálogo potencialmente productivo;
  • -cuando el paciente habla de tal o cual problema, es importante interrogarse acerca del contexto relacional preguntándose hacia quién dirige ese discurso y con qué fin. La evocación de una depresión, por ejemplo, puede ser un medio de reunirse con el prójimo, de invitar a otras personas a entrar en ciertas «danzas» específicas;
  • – al ser los significados co- generados por el paciente y el terapeuta en el contexto terapéutico, no existe más una voz única, así como no existe un yo unificado: no hay una voz sino varias, e incumbe entonces al terapeuta, a partir del especto pragmático del lenguaje terapéutico, ayudar al paciente a hacer surgir en él otras voces que le permitan orientarse hacia otras formas de «conversación».

«Los conversadores»

Numerosas escuelas se hicieron eco de estos últimos desarrollos. Harry Goolishian y Marlene Anderson (12), estimando que el vivir es comprendido y sentido a través de las realidades narrativas socialmente construidas, se pronunciaron a través de terapias centradas en la «disolución del problema» (dissolving therapies), por oposición a los solving therapies, centradas sobre el síntoma.

Para estos dos autores, la intervención terapéutica es un principio obsoleto: el terapeuta no interviene más sino que se contenta de participar en la conversación terapéutica a partir de una «posición de perplejidad».

Para Michael White, terapeuta familiar que ejerce en Adelaida, Australia, el terapeuta, inspirándose en Derrida, debe buscar reconstruir las «verdades» que fueron separadas de las condiciones y los contextos de su producción. Pensando en la senda de Michael Foucault, que los dominios de conocimiento son dominios de poder, White adhiere a la definición foucaultiana de la exclusión como consecuencia del a aceptación de una identidad socialmente atribuida: tanto para las personas como para los grupos, sería la identidad impuesta al individuo marginalizado la que crearía la exclusión, más que la no- pertenencia a tal o cual colectividad. Reencontrando por otro lado las intuiciones antipsiquiátricas de los años sesenta, él estima que es fundamental develar la «naturaleza política» de las interacciones locales y se esfuerza, por lo tanto, en exteriorizar los discursos interiorizados gracias a las «conversaciones terapéuticas» que apuntan a «repolitizar» aquello que había sido despolitizado. Muy atento, en definitiva, a la importancia de los «relatos» para la construcción de las significaciones de las experiencias individuales, él considera que los conocimientos culturales pueden terminar por constituir un factor de «subjetivización»; para él entonces, es en el espacio creado en terapia por la exteriorización de algunos de estos discursos interiorizado, en la distancia nueva que la persona tiende a establecer con «sus relatos», que las narraciones alternativas pueden eventualmente, edificarse.

Aunque Withe se haya definido en algún momento como «constructivista radical», haya elogiado también a los estructuralistas (para quienes los comportamientos reflejan la estructura de la mente), como a los funcionalistas (que se polarizan más bien hacia la función que el comportamiento tiene a cumplir en un sistema dado), su escuela está, sobre todo, inserta en el movimiento del construccionismo social.

Como Anderson y Goolishian, Steve de Shazer, del Brief Family Therapy Center de Milwauke, en los Estados Unidos, piensa que los problemas están inscriptos en el lenguaje, pero en oposición a estos autores, él se adjudica como principal objetivo resolver lo más rápidamente posible las dificultades de los pacientes: al interesarse mucho menos en la causa de los problemas que en el descubrimiento de las soluciones, él se dedica a promover estas resoluciones amplificando los recursos latentes de las personas que han solicitado su ayuda, conforme al método de Erickson. Y también busca las «excepciones», porque está convencido de que la realidades construida más bien que descubierta: junto con Insoo Kim Berg, él se esfuerza por señalar los momentos en los cuales sus clientes han superado relativamente bien los problemas de los cuales se quejan, con el fin de ayudarlos a luchar mejor contra aquello que los oprime. Este enfoque, centrado sobre las soluciones, se desarrolla rápidamente en los Estados unidos, como testimonian las numerosas obras recientemente publicadas por los representantes de esta corriente: «In Search of Solutions: A New Direction in Psychotherapy (9), de William Hudson O’ Nalón y Michele Weiner- Davis; «Becoming Solution Focused in Brief Therapy», de John L. Walyter y Jane E. Séller; o incluso «Solution Talk: hosting Therapeutic Conversations», de Ben Furman y Tapan Ahola.

Tom Andersen, profesor de psiquiatría social en la universidad de Tromso, en Noruega, comenzó a experimentar el dispositivo denominado «equipo reflexivo»a mediados de los años ochenta (10): en este tipo de escenarios, el equipo que trabaja detrás del espejo unidireccional reflexiona en voz alta en presencia de la familia que consulta, la cual comunica seguidamente a los terapeutas las reflexiones que estos comentarios suscitaron. Este enfoque, que aspira a desarrollar el respeto hacia el paciente por oposición a la orientación demasiado jerárquica de ciertas psicoterapias sistémicas, han inspirado a numerosos practicantes, tales como Esther Wanschura del Instituto para el Estudio e Intervenciones Sistémicas de Viena, o Elida Romano. Jean- Clair Bouley, Patrik Chaltiel, Didier Destal, Serge Hefez y Francoise Rougeul, miembros de la Asociación parisina de investigación y trabajo con las familias (APRTF). Después de haber estado muy próximos a Mara Selvini Palazzoli, estos seis terapeutas apelaron en un segundo momento al modelo de «intervención provocativa» de Mauricio Andolfi, al modelo conversacional y constructivista de Carlos Sluzki –así como han creado además, sensibles también a mi concepto de resonancia- pequeños grupos de formaci ón donde cada estudiante es libre de experimentar un estilo de intervención específico. Estas referencias múltiples son un rasgo común a la mayoría de las escuelas de formación: en efecto, es relativamente rara en Europa la formación en un solo abordaje. Pero la riqueza de la APRTF está todavía amplificada por la pertenencia de sus formadores a un sistema psiquiátrico institucional en el seno del cual han desarrollado numerosas unidades de psicoterapia familiar.

Los que preguntan

En el contexto en el cual el diálogo tiende cada vez más a ser preferido a la «intervención» para modificar las significaciones y aumentar el campo de las alternativas posibles, la importancia terapéutica de las «preguntas» no puede más que incrementarse: esta noción ha sido tomada en cuenta por Luigi Boscoso, Gianfranco Cecchin, Kar Tomm, Carlos Sluzki, Peggy Pen, Lynn Hoffman y muchos otros, que han subrayado el hecho de que las preguntas podían ser poderosos instrumentos de autocuración.

Es interesante remarcar cómo ciertos terapeutas familiares han sido llevados a distanciarse del constructivismo para tornarse hacia el construccionismo social. Lynn Hoffman y Herlene Anderson han contado de qué manera Harold Goolishian se separó del constructiviamo desde el final de los años ochenta: esta separación se produjo, según ellas, en la villa de Sulitjelma (Noruega), donde Tom Andersen había organizado un encuentro en el cual habían participado, entre otros, Ernst von Clasersfeld, Heinz von Foerster, Humberto Maturana, Lynn Hoffman, Harold Goolishian Marlene Anderson, Gianfranco Cecchin y L. Boscoso. Anderson y Goolishian habían proyectado en un video a los teóricos para brindarles un ejemplo concreto de su estilo no-directivo, y no solamente su trabajo pareció haber sido poco comprendido, sino que ciertos miembros de la asistencia se habían mostrado decididamente refractarios a su demostración. Poco después, en el momento en que Lynn Hoffman no conseguía seguir más un debate entre dos teóricos constructivistas, Harold Goolishian se aproximó a ella para anunciarle que venía de hacerse un «click» en su mente: acababa de comprender que la cibernética no era una ciencia de la comprensión sino una suerte de energía fundada sobre el control, y dijo estar convencido de la necesidad de renunciar en adelante a las analogías de tipo cibernético. En el curso de la conversación en la cual Lynn Hoffman me puso al tanto de este hecho, Harlene Anderson precisó el hecho de que, para aquella época, Goolishian y ella misma estudiaban tanto a Kennet Gergen como a los autores constructivistas –ellos se estaban esforzando hasta esa fecha en hacer coexistir estos dos corpus teóricos como referencias complementarias y fue solamente a partir de este encuentro en Sultijelma que ellos se separaron del movimiento constructivista para interesarse en el construccionismo social, la hermenéutica y las teorías de la narración. 

La terapia de colaboración

Como motivo de un seminario que ellos animaron en noviembre de 1994 en Chicago, en el marco del quincuagésimo segundo congreso de la American Association for Mariage and Family Therapy, Joan Aderman, Tom Andersen, Harlene Anderson, Marilyn Frankfurt, Peggy Penn, Tom Russell y Kathy Weingarten difundieron un texto que precisa los puntos esenciales del enfoque que ellos preconizan: denominada collaborative therapy (terapia colaborativa) y queriendo ser una co-construcción de lo nuevo ligada al postmodernismo, este abordaje opone los sistemas sociales definidos por las estructuras y los roles a los sistemas lingüísticos, las familias, los individuos viviendo en el lenguaje, y las organizaciones jerárquicas a las organizaciones horizontales e igualitarias. Para los partidarios de esta collaborative therapy, el yo es una instancia múltiple que se funde en el lenguaje y las relaciones, en tanto que el «no- saber» del terapeuta en considerado indispensable para la eclosión de nuevas posibilidades. Al concebir la terapia como una colaboración entre dos personas con experiencias y perspectivas diferentes más que como una colaboración entre un experto y sujetos que demandan ayuda, este grupo dedujo lógicamente que el terapeuta debe aceptar instalarse en un «no-saber» a fin de abrirse a las posibilidades que el saber haría peligrar. Esta posición, que permite mantenerse en un proceso de aprendizaje, privilegia la búsqueda común del terapeuta y el cliente sin implicar sin embargo, el rechazo de todo saber anterior. 

(*) Mony Elkaim fue presidente y fundador de la Sociedad Europea de Terapia Familiar.

(**) N. del T.: En el original, «langagiers». Cabe consignar que los autores Maturana y Varla suelen utilizar el neologismo «lenguajear».

Bibliografía:

(1) Watzlawick, P. (Ed), La realidad inventada. Ed. Gedisa. 1998.

(2) Glasersfeld, E. von, «Introducción al constructivismo radical». En (1)

(3) Foerster, H. von, «Construyendo una relidad». En (1).

(4) Maturana, H. Varela, F., «Autopoiesis and Cognition», D. Reídle Publishing Company, 1980.

(5) Hoffman, L., «Constructing realities: An art of lenses», Family Process, 29, 1990, p. 1-12.

(6) Foerster, H. von «Observing Systems», Sea side, California, Intersystems Publications, 1981.

(7) Foerster, H. von, y Howe, R. H., «Intrductory comments to Francisco Varela’s Calculs for selfreferene». Int J Gen Systems, t2, 1975, p 3.

(8) Maturana, H y Varela, F. «El árbol del conocimiento». Ed. Universitaria, S. de Chile, 1984.

(9) O’ Hanlón, W. H y Weiner- Davis, M, «En busca de soluciones» Ed. Paidós

(10) Andersen, T. «El equipo reflexivo». Ed. Gedisa. 1994.

Este artículo y el recuadro que sigue continuación fueron publicados en el Nro. 42- Julio- Agosto 1996 de Perspectivas Sistémicas

«Los riesgos de la terapia conversacional»

David Waters (*)

«…Les recordaría a los que proponen la terapia conversacional que así como los problemas y las cuestiones internas y las emociones «negativas» no lo son todo, tampoco son nada. Así como las personas pueden tornarse prisioneras de sus problemas y ser ciegas hacia cualquier otra cosa que esté ocurriendo en sus vidas, así también pueden ser capturadas por sus excepciones, únicos resultados y soluciones y cerrar los ojos ante verdaderas partes de sí mismas;-partes que no pueden ser «disculpadas dando explicaciones» o ignoradas sin correr verdadero peligro. Espero que los pensadores conversacionales no inviertan simplemente el error de Freud de ignorar el futuro y en contrapartida, exijan ignorar el pasado. El verdadero progreso nunca se da incitando a ningún tipo de ignorancia.»

(*) David Waters Ph. D, es profesor asociado del departamento de Medicina Familiar de la Universidad de Virginia.

Extracto del artículo: «Prisioneros de nuestras metáforas: las terapias conversacionales, ¿tornan obsoletos a los otros métodos?, aparecida en «The Family Therapy Networker» (Nov/ Dic. 1994).

(Este recuadro es responsabilidad de Perspectivas Sistémicas, no pertenece al artículo original de Mony Elkaim)

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