Hace un año, los cuatro hijos de Rosa, cuyas edades iban desde los seis años hasta los doce, fueron ubicados en un hogar de guarda, debido a una queja anónima que decía que ella los dejaba frecuentemente solos durante la noche para entregarse al uso de drogas. Se acuerda una audiencia y los trabajadores que se encargan de la ubicación de los chicos se reúnen para decidir qué recomendaciones hacer al juez.
Rosa, que ronda los treinta años, vive en el mismo barrio en el que fue criada. Acaba de completar un programa de rehabilitación de drogadependencia y está presta a mudarse a un departamento más grande –las dos condiciones fundamentales dispuestas hace un año para mantener su custodia sobre los chicos. Sin embargo, Tom, el trabajador social de este caso, no siente que Rosa esté lista para llevarse a sus hijos debido a que falta a algunas de las visitas programadas y se muestra desinteresada en sus hijos cuando asiste a ellas. Nadie en la reunión hace mención al nombre de Elisa Izquierdo, pero el alboroto público acerca de el ahora famoso caso del niño de seis años muerto por las manos de su madre sigue haciendo eco en la habitación. Rosa no parece tan alterada, pero ¿quién sabe?
El staff del sistema de guarda concluye que, aunque una recomendación para concluir los derechos parentales de Rosa está fuera de cuestión, debido a que ella se ha comprometido con las condiciones establecidas en el plan original, la agencia no podía «abogar por la reunificación » en la audiencia. Más bien, la agencia tendría que pedir por la continuación de la colocación en el hogar de guarda, y luego trabajar con ahínco para volver a enviar los niños a Rosa.
Ambos, el dilema de la agencia y su «resolución» son típicos del sistema de hogares de guarda. Una y otra vez, las agencias y las cortes posponen tanto la decisión de reunir familias o quebrarlas definitivamente, extendiendo ubicaciones «temporarias» ya sea para seis, o quizás doce, meses. Como resultado, muchos chicos terminan incapacitados de volver a sus familias y de ser adoptados por otra familia. El costo financiero para las ciudades y estados es enorme; el costo emocional exigido a los chicos, familias y trabajadores es aun mayor.
Participé en la reunión del staff sobre los chicos de Rosa como supervisor invitado para ayudar al staff a revisar y mejorar su trabajo con las familias. Luego de que decidieran sobre la recomendación al juez, sugerí que observáramos un video sobre la primera reunión de la agencia con Rosa luego de la ubicación de sus hijos hacía un año.
El video muestra a Rosa, a sus cuatro hijos, a la madre adoptiva y a Tom, todos sentados alrededor de una mesa. Llorando, Rosa habla acerca de sus sentimientos de vacío desde que los niños le fueron quitados. «Cada vez que entro al departamento…estaba acostumbrada a hacer cosas para mis chicos…ahora siento como un agujero dentro mío…» . Alisha, la hija de siete años, se apoya sobre su brazo y se chupa el dedo; los tres varones, con los codos sobre la mesa y sus mentones descansando sobre sus manos, miran ansiosamente a Rosa y a Tom. La madre adoptiva asiente compasivamente.
«Comprendo sus sentimientos», dice Tom. «Pero antes de entrar en ello, déjeme preguntarle si podemos hacer algo por Ud., si hay algún servicio que Ud. precise de nosotros». Componiéndose, Rosa dice: «Bueno, podría tener un departamento más amplio«.
La conversación cambia, de repente, de cómo Rosa extraña a sus hijos hacia el tópico de la vivienda, y de allí hacia otros servicios que la agencia de Tom puede ofrecer a Rosa o la puede derivar. Eventualmente, Rosa acepta que podría beneficiarse con un programa de rehabilitación de drogas. Sus sentimientos de vacío no son retomados; ella y Tom nunca «se adentran en ello». La reunión finaliza con el acuerdo de que Rosa se va a focalizar en la rehabilitación de las drogas y en la vivienda. Y, por implicación, que no focalizaría en sus hijos. Por el bien de su recuperación se le concede a Rosa el permiso de la ausencia de la maternidad. El mensaje medio dicho es: «No te preocupes por los chicos, nosotros nos ocuparemos de ellos. Sólo concéntrate en esas otras cosas, ponete en forma y luego te transformarás en una madre nuevamente».
Este mensaje, enquistado en la cultura institucional del sistema de guarda, contradice lo que ambos, la teoría psicológica y el sentido común, nos enseñan: los afectos no funcionan como aparatos mecánicos que pueden apagarse y prenderse por medio del deseo, sino más a la manera de músculos, que se aflojan cuando no se los ejercita. Rosa iba a estar autorizada a mantener el título de madre, sin tener que enfrentar la responsabilidad o las recompensas de ser un padre o una madre, mientras visite a sus chicos una o dos veces al mes. Pero impedida de ejercer la maternidad Rosa va a perder gradualmente la confianza en su habilidad para ser madre y la motivación para reconectarse.
«Entonces», le pregunté a Tom, » ¿recordás qué fue lo que te hizo cambiar de tema, de hablar de cómo Rosa extraña a sus hijos a hablar de los servicios que la agencia tenía que ofrecer?».
Tom recuerda que pensaba que precisaba escribir un «plan de servicios» detallando los pasos que Rosa debía atravesar para recuperar la custodia de sus hijos. El plan sólo podía contemplar a Rosa como un recipiente de servicios; no había lugar para Rosa como madre, la parte de Rosa que extrañaba a sus hijos.
En Nueva York, como en la mayor parte de los lugares, los servicios de hogares de guarda están divididos en dos carriles separados: los servicios que buscan especialmente el cuidado de los chicos, como el hogar, la educación y el cuidado de la salud; y servicios separados que buscan corregir los déficits de los padres (generalmente, soltera, mujer, joven y pobre, como Rosa), como rehabilitación de drogas y asistencia con la vivienda. El niño debe ser «mantenido estable» en su carril hasta que la madre complete lo suyo, o falle en ello, en cuyo caso los derechos del padre o de la madre, pueden finalizar. No debe ejercitar ningún aspecto de su rol parental –no involucrarse con el colegio del niño o su tarea, no preocuparse por la salud del niño o sus necesidades emocionales, no intervenir en la vida social del niño. No se espera que vea al niño a menudo; la frecuencia estándar es de una hora cada semana, en una agencia y bajo la supervisión de los trabajadores.
Entonces, el cambio de tema de Tom desde los sentimientos de añoranza de la madre no era un error. No fue que inadvertidamente se le escapó la oportunidad de reforzar la relación de Rosa con sus hijos. Lo evitódeliberadamente, como es prescripto por la práctica standard del sistema de guarda. Cualquier cosa que Tom podría haber hecho para alimentar la relación habría perturbado la estructura del sistema de hogares de guarda.
Cuando les pregunté a Tom y a sus colegas por qué el sistema de guarda está diseñado para excluir a los padres completamente de la vida de sus hijos, el nombre de Elisa Izquierdo apareció – seguramente mantener a los padres a distancia los previene de lastimar físicamente a sus hijos. Pero esto sólo explica la renuencia a facilitar encuentros privados y cara a cara. No explica por qué los padres y los chicos no son estimulados a encontrarse en compañía de otros o a hablar por teléfono. O por qué a los padres biológicos se los separa no sólo de sus hijos sino también de los padres temporarios que los están criando, los maestros que los educan y el personal médico que cuida de su salud.
El desaliento incluso de estas formas «seguras» de participación parental, se basa en la premisa de que la práctica de los hogares de guarda debe prevenir no sólo de la posibilidad de daño físico sino también de la posibilidad de malos sentimientos. Los trabajadores y sus supervisores creen que el chico puede «sentirse rechazado por el padre», «recibir irreales promesas de un próximo retorno» o «esperar un llamado telefónico que no aparece». Y si la visita es plácida y positiva, puede disparar la «ansiedad de separación» en el niño.
Pero el rechazo, la desilusión, la tristeza, el mutuo rencor y, por supuesto, la «ansiedad de separación» son ingredientes naturales de la situación de hogares de guarda, y de la vida.
Intentar proteger a los chicos y a los adultos de experimentar esos sentimientos los lleva a desensibilizarse entre ellos, al tiempo que destruye la trama real de su sistema relacional. A los chicos a los que no se les permite experimentar en primera instancia la falta de confiabilidad de un padre, se les niega también la oportunidad de demandar su responsabilidad; al padre que es protegido de las demandas de sus niños también se lo priva de la oportunidad de ser más responsable y ser compasivos hacia ellos.
La utilización intrusiva de una estrategia de mutua desensibilización delata un desdén por los valores de las relaciones familiares. A pesar del foco en los «mejores intereses del niño», los chicos son frecuentemente tratados como distracciones de los objetivos más importantes de los padres o como una zanahoria que puede ayudar a coercionar al padre a cumplir.
Debido a que las relaciones familiares son devaluadas, la preocupación acerca de los riesgos implicados en mantenerlas no es balanceada por una preocupación acerca de los riesgos de no mantenerlas. El sistema de guarda es practicado como si los padres pudieran transformarse en mejores padres sin ejercer su rol, y los chicos pudiesen mantener un «vínculo virtual» con ellos mientras tanto. Pero el aislamiento conlleva desafección y mientras los vínculos que unen al padre y al hijo se disuelven, ellos quedan adheridos a realidades separadas.
Los hijos de Rosa, a esta altura, se han «estabilizado»en su hogar temporario, mientras Rosa se ha acomodado a la vida como una mujer sin chicos. Una consecuencia trágica del aislamiento es, irónicamente, un agravamiento del riesgo a largo plazo para el chico: los chicos que son lanzados con sus padres luego de un largo período de alejamiento, es más probable que se sientan heridos, producto del quiebre de la mutua acomodación que hace posible la empatía y la compasión.
La buena noticia es que un número creciente de agencias de guarda están explorando maneras de desarrollar servicios más humanos en los cuales las relaciones familiares son alimentadas más que descalificadas, donde el vínculo de una madre con su hijo es visto como una ventaja más que como un ruido molesto.
Como supervisor de alguna de las agencias, he encontrado que una vez que el valor de la conexión familiar es reconocido, las «intervenciones» no son tan complicadas de diseñar. Los planes del servicio comienzan a ser guiados por preguntas como: «¿En cuántas actividades puede involucrarse el padre?» «¿Cuánto contacto puede ser permitido?» «¿Cuánta perturbación emocional puede ser aceptada como parte normal del proceso?» «¿Cuántas decisiones acerca del chico pueden ser dejadas a discreción de los padres biológicos y adoptivos, trabajando juntos?»
Cuando las agencias nutren las relaciones familiares, las comunicaciones escritas se parecen más a invitaciones, el espacio de encuentro es reorganizado para acomodar a grupos más grandes y algunos encuentros pueden tener lugar en las casa de las personas en lugar de las agencias. En sus conversaciones con los padres, los trabajadores aprenden a escuchar los sentimientos de pérdida de los padres, alentando la añoranza por sus hijos y apoyando su sentido de responsabilidad.
Esta y otras innovaciones están cambiando las agencias de cuidados adoptivos, pero no a tiempo para la familia de Rosa. Luego de la audiencia, se ordenó una extensión de la ubicación por seis meses. Tom se encontró una vez más con Rosa, sus hijos y la madre adoptiva para discutir cómo acelerar el proceso de reunificación. Esta vez, Rosa sólo podía pensar que la reunión con sus hijos podría «comprometer su recuperación». La madre adoptiva se mostraba más sorprendida que compasiva; los niños, aburridos más que ansiosos. Alisha continuaba chupádose el pulgar, pero esta vez se recostaba sobre su madre adoptiva
Notas
1N. del T.: En inglés, la expresión «foster care» designa el cuidado temporario o permanente de un niño bajo la tutela de una familia extraña o institución.
(*) Jorge Colapinto es psicólogo, coautor de «Working with poor families»con Patricia Minuchin y Salvador Minuchin; y director del Foster Care Project en el Instituto Ackerman para la Familia en Nueva York.
Este artículo fue publicado en el Family Therapy Networker (Noviembre/ Diciembre 1997)
Publicado en el Nº 50 de Perspectivas Sistémicas