Padre de adolescente hoy

Ser padre de adolescente hoy, he aquí un tema vasto, inagotable del cual sólo abordaremos algunos aspectos parciales, teniendo en cuenta en nuestra mente, la necesaria multidisciplinariedad que le convendría. 

Esta temática comporta dos tipos de preguntas: 

¿Se pueden definir características generales de la función paterna relacionadas con los adolescentes?.

¿Éstas difieren de aquellas del pasado?. ¿Existen características emergentes nuevas, propias de nuestra época?.

Estos dos cuestionamientos llevan de hecho a muchos otros:

¿Cuál es el lugar del adolescente en nuestra sociedad? ¿Qué representaciones manifiestas e implícitas tenemos nosotros de la función parental?, ¿Cómo se reparten los roles entre los padres y los otros sectores en las tareas de transmisión?.

Nosotros no tenemos respuestas exhaustivas a estas preguntas.

Sin embargo, el lugar del psicoterapeuta de adolescentes, en contacto con la diversidad de formas de organización familiar y de las problemáticas interactivas que se inscriben, constituye un puesto de observación precioso en lo que se refiere a los efectos microsociales de los cambios afectando las representaciones socioculturales en su conjunto.

Naturalmente, esta observación no es objetiva, está sesgada por la población particular que viene a las consultas. Está sesgada por el contexto de encuentro que favorece la expresión de lo que no va más, del malestar, del sufrimiento; está sesgada por nuestra propia implicación en la actividad terapéutica, nuestros itinerarios personales, nuestras propias representaciones concernientes a la familia. A pesar de estos sesgos, es bastante posible que las preocupaciones de nuestros clientes como nuestras propias representaciones no estén totalmente alejadas de los demás, de las del mundo que nos rodea. Es desde este lugar de observador implicado que nosotros querríamos presentar dos situaciones clínicas que ponen en juego la función paterna de los padres de adolescentes. 

Cyril, adolescente depresivo e impulsivo, es traído por su abuela materna, inquieta por el sufrimiento de su nieto y del poco interés de la de su hija, la madre del joven en cuestión. 

La primera fase del tratamiento es ocupada por una reflexión sobre el lugar de Cyril en el seno de su familia. Único descendiente de la línea materna, es el objeto en disputa en el marco de una rivalidad pseudomutual entre la madre y la abuela. 

La segunda fase está marcada por el retiro de la abuela, la apropiación de la madre de su lugar de madre y el compromiso de Cyril en su psicoterapia. Esta no lleva a una mejoría de la relación apasionada y violenta entre Cyril y su madre. En el seno de la pareja madre – hijo poco diferenciada en el plano intergeneracional, se expresa una lucha por el dominio y el control del otro. Cyril se orienta sin embargo, hacia la búsqueda de su padre, padre genitor, por él desconocido. La madre lo sostiene en esta búsqueda y Cyril encuentra a su padre. Lo que sigue es decepcionante pare él: si bien desde ese momento visita regularmente a su padre, no consigue ver en él un padre. Toma conciencia que de hecho, el hombre que para él se parecería más a un padre es su tío, el hermano de su madre. A pesar de esta connotación incestuosa, se le hace notar que el modelo que él propone de un tío materno cumpliendo la función parental es de uso corriente en otras culturas. 

Pedro es una persona de 50 años, tiene una buena situación económica, es un buen marido, trabajador ejemplar, adjunto al alcalde en su pequeña comunidad, goza de la estima de todos. Tiene cuatro hijos de los cuales los tres primeros tuvieron una adolescencia tumultuosa, el cuarto, Sylvain de 16 años se encuentra bajo tratamiento en el un marco de expertos judiciales. Hasta los 11 años, Sylvain era un niño agradable y estudioso. En séptimo, es atraído por malas compañías, se vuelve la mascota de estas personas de mala influencia y participa en todas las malas acciones que estos cometen. El habla de los años transcurridos en el seno de esta banda con excitación y placer, todavía permanece en la fascinación de pertenencia al grupo y de transgresión de la ley. Tiene una cierta conmiseración por los proyectos de reinserción que le son propuestos. El ama mucho a su padre pero no tiene nada interesante para compartir con él. Se sirve de él como de un esclavo que responde siempre a sus caprichos. Sin embargo él mismo se sorprendió un poco cuando, después de su reciente salida de la cárcel, su padre lo llevó inmediatamente a un negocio para comprarle la guitarra que él deseaba. Él piensa que su padre le podría haber propuesto al menos de pagar la mitad de la guitarra con sus ahorros: -«es como si me hubiese recompensado por mis macanas» dijo él mismo. 

Más que deprimido, Pierre, su padre, está muy cansado. Este cuenta algunas situaciones donde salió de esta sumisión y se rebeló contra este hijo. En una de ellas, luego de un episodio donde Sylvain había agredido a su madre, Pierre, harto de esta cuestión, tomó su auto, encontró a Sylvain caminado por la calle e impulsivamente trató de arrollarlo. Poco faltó para que lo consiguiera y en ese instante, dijo que dejó de ser el padre de Sylvain. Este dejó en ese momento de ser su hijo y se convirtió para él en un delincuente anónimo. Después de este grave episodio, retomó con resignación su lugar de padre real. 

Estas dos observaciones, a las cuales se les podrían sumar muchas otras, ilustran un hecho clínico contemporáneo, que consiste en la emergencia ruidosa de una psicopatología de la primera etapa de la adolescencia. Que se trate de delincuencia, de toxicomanía, de depresión, de violencia, de descompensación persecutoria o de expansión megalomaníaca, uno de los datos de observación es la precocidad cada vez mayor de la aparición de estas problemáticas. En un gran número de casos, la emergencia de esta patología deja su marca e influenciará por las consecuencias sociales y las trayectorias que ella inicia, el futuro, el porvenir a largo plazo de estos jóvenes. Y sin embargo, estos sujetos que están viviendo dificultosamente esta temprana etapa de la adolescencia, raramente derivan en organizaciones patológicas estructuradas a pesar de que, en lo que a ellos se refiere, a menudo – demasiado a menudo – se utiliza el diagnóstico de patología border line y a la inversa muy excepcionalmente el de variación de lo normal.

En un trabajo reciente, nosotros denominamos a estos espectaculares y precoces desvíos de conducta como: «accesos (o ataques) de locura de la temprana adolescencia». Los hemos analizado desde una perspectiva psicodinámica y fenomenológica, tratando de comprenderlos como avatares de una etapa particularmente crítica del desarrollo. Sobre un fondo de incertidumbre y de desestabilización del sentimiento de realidad, el sujeto pasa por diferentes niveles de fluctuación del Yo. En esta lucha para sentirse reconocido y por lo tanto como lo expresaba Winnicot, en esta lucha por sentirse real, oscila entre sentimientos de impotencia, de duda y movimientos de afirmación de sí mismo. Este reconocimiento buscado en la más temprana adolescencia tiene un aspecto muy paradojal porque se trata para él o ella de ser reconocido/a como un adulto por sus interlocutores, en primer lugar por el padre quien a su vez lo debe gratificar incondicionalmente, es decir, en el fondo como un bebe. Por otra parte, en su imitación del adulto, el adolescente en esta etapa se muestra alienado a una imagen magnificada y megalomaníaca del adulto, lo que puede llevarlo a actos propiamente inhumanos por poco que su entorno lo empuje a ello. Esto fue lamentablemente demostrado en gran escala en el curso de las masacres perpetradas en Camboya o en Ruanda o en otros países.

La conmoción psicosexual y la búsqueda de identidad que afectan a la adolescencia, tienen relación naturalmente con la relación entre padres e hijos adolescentes. Las imago (o imágenes) parentales del adolescente son modificadas, sometidas a la desidealización y a la exacerbación de la ambivalencia. Los conflictos infantiles son reactivados al mismo tiempo que se afirma un trabajo de separación psíquica, fuente de angustia, de desilusión y de sentimientos de pérdidas. Las funciones parentales se ven sometidas a una difícil prueba y en todo caso a una ruptura bastante brutal en relación al estado anterior. La relativa adecuación de las funciones parentales a las necesidades del niño, deja lugar a una perplejidad de los padres relacionada con las necesidades del adolescente o con la fundamentación de sus propias actitudes. D. Marcelli y A. Braconnier (7) han descripto la crisis parental y en particular las cuestiones pulsionales y el trabajo de duelo con sus diferentes componentes, en resonancia con la crisis del adolescente.

Nosotros no insistiremos sobre estos elementos que son bien conocidos, pero querríamos resaltar dos aspectos de la manera en la cual el adolescente solicita a sus padres: 

El primero se refiere a la capacidad del adolescente a involucrar a su entorno en sus propios conflictos psíquicos. 

La pérdida de las identificaciones anteriores, una especie de pérdida de una parte de sí mismo, según E. Kestember, lleva a una falta de referencia interna y a una cierta confusión. Por la proyección o la externalización de su malestar, así haga responsables a sus padres de sus dificultades o que desplace sus problemas sobre los eventuales problemas que pueda tener la pareja parental, el adolescente parece depositar en su entorno una parte de sus propias instancias psíquicas y sólo se compromete con sus conflictos utilizando a su entorno como continente intermitente de su aparato psíquico, según sus necesidades. T. Giammet utiliza el término muy explícito de «espacio psíquico ensanchado del adolescente» como metáfora de este funcionamiento.

El segundo aspecto se refiere a lo que hemos denominado «heterocronía» y nos remite a fluctuaciones del Yo.

Mientras que en las etapas anteriores del desarrollo las organizaciones sucesivas del sujeto – niño, se correspondían relativamente con las funciones parentales, en la adolescencia, la reactivación de los conflictos infantiles parece hacer revivir al sujeto, de manera ampliada, su relación con el conjunto de los aspectos de la función parental pasadas y presentes. Esto acentúa el aspecto heterocrónico de las representaciones del sujeto relacionadas con sus padres y da a las vicisitudes de la relación actual con los padres múltiples significados. Así la relación actual con los padres permite al adolescente volver a poner en juego conflictos desplazados, formularse antiguas preguntas, expresar inquietudes regresivas. El adolescente nunca está exactamente donde se le espera y un conflicto banal puede desencadenar un estado de desesperación como si se tratara de un niño pequeño.

Esto indudablemente puede sorprender y desconcertar a los padres. Estos tienen el sentimiento angustiante de no comprender que quiere de ellos su hijo lo que antes les resultaba fácil de entender.

De parte de los padres no hay buenas o malas respuestas a priori. 

Los efectos de estas respuestas se manifiestan un cierto tiempo después incluso de manera muy paradojal, por ejemplo el efecto apaciguador de un límite impuesto en el momento oportuno. Nos parece que lo esencial, es la capacidad de los padres de mantener la relación, el vínculo, tolerar expresiones emocionales y preservar el narcisismo del adolescente, sin demasiado daño para el propio. La función continente de los padres es esencial, pero se desarrolla de una manera muy diferente que en las edades tempranas de la vida. Si la madre es a menudo solicitada en las interacciones, la función paterna debería asegurar, tanto en la realidad como en la dimensión simbólica, una gran parte de esta función continente tanto de manera directa como indirecta, preservando así a la madre. De manera esquemática, podríamos decir que Cyril en su búsqueda de un padre, busca esa función parental susceptible de contener la violencia de la relación con la madre mientras que Pierre, falla en esta función continente dada la identificación masiva materna relacionada con su hijo Sylvain.

Nuestra hipótesis es que el ataque de locura de esta primer etapa de la adolescencia en sus expresiones exacerbadas, se debe más a un debilitamiento de las condiciones relacionales y culturales propicias al acompañamiento y a la elaboración de una fase tan crítica que a un cambio psíquico anormal o excesivo. Esto no prejuzga para nada de la evolución a largo plazo en la edad adulta pero da cuenta de la frecuencia creciente de los desbordes de la adolescencia (ver por ejemplo, el problema de la violencia en la escuela). Este debilitamiento nos parece referirse en primer lugar a la función paterna.

Breve historia de la adolescencia.

Volvamos brevemente a la perspectiva histórica. Procesos de cambio que le permitieron al infante humano el pasaje de la niñez a la edad adulta reconocida como tal, existieron indudablemente en todas las épocas.

En una especie de recorrido más mítico que histórico, es posible detectar, en la historia de la evolución de estos procesos, cuatro períodos. Cada uno de estos períodos se superpone con el precedente sin borrarlo y esto resulta en una complejidad creciente de este pasaje de la infancia a la edad adulta en tanto que cada período deja huellas en los fenómenos actuales de la adolescencia y de la función parental.

Recorramos rápidamente el primer período, él de la horda primitiva sometida a un padre tiránico tal como lo describió Freud en Totem y Tabú. Este primer período precede a la prohibición del incesto, el padre se interesa más en las mujeres que en los niños, éstos no tienen otra elección que la sumisión o la muerte y el único recurso es fundirse en el pensamiento colectivo rudimentario. El padre es eminentemente castrador para los hijos y eventualmente iniciador para las hijas. Nosotros reencontramos las huellas de este período en ciertas sectas que fascinan a ciertos jóvenes, en el imaginario y un tipo particular de padre incestuoso así como en las convulsiones colectivas que conciernen al incesto.

Segundo período: donde el adolescente todavía no ha sido inventado. Las sociedades primitivas ejemplifican muy bien este período de preadolescencia. El sujeto pasa del statu quo de niño al de adulto en un tiempo relativamente limitado, marcado por ritos iniciáticos. Incluso si la iniciación no está exenta de sufrimiento y pone a prueba al sujeto, su valor está garantizado por las costumbres y las creencias de vida. Ello conlleva por otra parte al sujeto a abandonar sus ilusiones de niño para compartir las creencias de los adultos. El lugar del proceso o del conflicto es el grupo más que el individuo. Podemos imaginar la función paterna como una función sobre todo educativa que contribuye a preparar al niño para la prueba de esta etapa de reconocimiento del grupo. Es probable que los lazos de los padres con el grupo sean más fuertes o tan fuertes como los lazos que lo unen a su hijo. La función paterna educativa es por otra parte compartida por numerosos adultos y no está solamente a cargo de los padres. Este período permanece vigente en ciertas culturas, en ciertas comunidades y continúa expresándose en algunos aspectos bajo la forma de un lazo social sostenido por las instituciones que apuntan a la educación de la juventud. 

Desde la antigüedad, se han secretado diversas formas de relación padre – niño, originarias de estos dos primeros períodos, los cuales ligan aspectos patriarcales con aspectos clánicos. Notemos que el viaje iniciático está reservado a Ulises, en el viaje de Telémaco en cambio, el hijo es menos épico y se limita a la búsqueda del padre.

El tercer período, el de la adolescencia romántica, Se destaca por la emergencia del adolescente propiamente dicho. Existen similitudes entre el héroe romántico, el autor romántico, (como Rilke por ejemplo) y el adolescente o más bien una cierta imagen obsoleta y poética del adolescente (recordemos el film, «la Sociedad de los Poetas Muertos). Entre los temas románticos, citemos el espíritu rebelde, la ruptura con el pasado, la insatisfacción del presente y la búsqueda de un ideal, el rechazo a los límites, la exaltación de los sentimientos personales, el desgarro entre lo carnal y lo espiritual y un gran desprecio por la búsqueda prosaica de la felicidad… Los temas románticos nos remiten a las descripciones más clásicas del adolescente dadas por los psicoanalistas en particular a la descripción de los mecanismos de defensa del adolescente descriptos por Ana Freud.

El lugar del proceso y del conflicto es esencialmente la persona misma del adolescente. La función parental, la función paterna, frente a esta crisis personal, no alcanza ser educativa porque el adolescente debe encontrar él mismo su propio camino. Por otra parte no tiene el deseo de ser comprendido ni de aprender y busca la soledad y poner a pruebas sus propias capacidades. La función paterna implica distancia y tiene un lugar de referente prestándose a las identificaciones tanto negativas como positivas del adolescente. En esta función de referente, que puede ser también descripta como una función de formación, de acompañamiento de un sujeto que vive una experiencia de transformación, los lugares de los padres y los del niño son netamente diferentes. Una reflexión banal para aquellos que vivieron la adolescencia romántica es notar que más allá del amor que sentían por sus padres, se hablaban poco y en particular evitaban temas tabúes como el amor y la sexualidad. Los padres deben aceptar que su niño se les escape mientras que el adolescente debe vivir el sentimiento que es abandonado por ellos. Esta concepción tiene aún vigencia en las familias donde los lazos intergeneracionales con los abuelos permanecen muy presentes. También impregna gran parte de las presuposiciones de los terapeutas sobre la adolescencia.

El cuarto período, actual o posmoderno, Se distingue por el repliegue de la familia nuclear en sí misma y de sus formas derivadas. Integra los elementos del adolescente romántico pero los atenúa y sobre todo los reformula no ya en un destino individual sino en una lógica de pertenencia familiar. Esta punto, está muy bien descripto por los terapeutas familiares, como por ejemplo, Jay Haley en el libro «Teoría de la Emancipación Familiar» (Leaving Home). La adolescencia de un miembro de la familia es sobre todo vivida como un cambio de la familia misma. El lugar de la crisis es toda la familia cuyo mantenimiento parece constituir el tema principal: el pasaje a la vida adulta de un miembro entra en conflicto con el equilibrio familiar. El trabajo psíquico de individuación se inscribe en un contexto donde la distancia entre el adolescente y sus padres evoluciona hacia una reducción de la diferenciación de los roles y de las funciones.

Todo sucede como si los padres y los hijos adolescentes deben administrar juntos el futuro de la familia a costa de la instauración de una especie de sociedad democrática donde el poder y la autoridad se distribuyen de manera más matizada que en el pasado. Así las consideraciones socioeconómicas no bastan para explicar el hecho que en numerosas familias, el adolescente sea reconocido como una persona que puede vivir su vida sexual en el domicilio de los padres y casi bajo su mirada.

Las funciones paternas y parentales involucradas son entonces, más que la educación y la formación, el diálogo y la competencia en el campo de los intercambios, de las transacciones comunicacionales. El riesgo acá es el de la ruptura y del rechazo de los adolescentes si estos intercambios son muy insuficientes o si exacerban la angustia de ruptura familiar. Ciertos adolescentes prefieren sacrificar su destino personal, incluso pagando el caro precio de una patología severa más que poner en peligro o imaginar hacerlo, la unidad familiar. 

Este breve repaso histórico, esquematizando una evolución de muy larga duración, muestra la aceleración de los cambios de los procesos de cambio. No pretende ocultar el hecho que el pasaje de la infancia a la edad adulta, se juega de manera muy diversa según las especificidades individuales, familiares y culturales, esta variedad constituye un factor de complejidad suplementaria en la escala de nuestra sociedad.

En esta evolución, el hecho principal es la transformación de la función paterna y la decadencia de la autoridad del padre. La evolución de las teorías analíticas postfreudianas, en particular la escuela Kleiniana, centran la fase determinante de la constitución del sujeto en la relación con la madre. En algunos lacanianos, el énfasis puesto sobre la función simbólica del padre no basta para enmascarar el decaimiento de la función paterna sino que más bien lo revela. De tanto poner el acento sobre la estructura, ¿no se produce acaso la ilusión de la estructura? ¿Es eterna y trasciende los fenómenos sociales cualesquieran que sean?. Nosotros aceptamos con J. Dor que en el campo conceptual del psicoanálisis el padre interviene como un operador simbólico ahistórico, pero como clínicos, nosotros debemos constatar la fragilidad que siente este operador, incluso la ineficiencia frecuente de sus operaciones y esto particularmente en lo que se refiere a su doble función de prohibidora y productora de ideal. El reconocimiento de la función simbólica del padre no implica que ésta sea una obligación constitutiva del organismo, de la organización del psiquismo al mismo título que una restricción biológica. Conviene interrogarse sobre las condiciones antropológicas que ligan a la función paterna a la función simbólica como así también, del futuro de este lazo.

Paternidad y parentalidad hoy.

Mientras tanto, los datos clínicos alcanzan para justificar la tensión puesta en las condiciones actuales que parecen interrogar profundamente la función paterna y modifica la función familiar en su conjunto.

La primera de esas condiciones se refiere al cambio de valores socialmente reconocidos y en particular a la prioridad acordada en términos de ideal, al desarrollo del individuo y a la legitimidad de su búsqueda de felicidad personal. El ideal individualista no es nuevo en el plano de las ideas pero ha alcanzado en nuestra época una legitimidad y una difusión sin precedentes, haciendo de él paradójicamente un ideal colectivo incuestionable. Este valor otorgado a la individuación y a la felicidad transforma a la familia en el crisol de esta individuación. La función paterna es profundamente modificada: el padre antes tenía como misión de transmitir a su hijo lo que su padre le había transmitido a él mismo. El padre de hoy debe sobre todo evitar perturbar la felicidad presente o futura de su hijo. Una de las quejas más frecuentes de los padres es su temor de no hacer felices a sus hijos. Numerosos padres prefieren renunciar a toda manifestación de autoridad antes que imponer límites, que sin embargo son tan necesarios en la adolescencia. Inversamente, el ejercicio de la autoridad paternal es probablemente el hecho en el que existe menos consenso cuando se trata de comprenderse bajo sus formas legítimas y no sobre su principio. Es frecuente que un padre severo sea descalificado por todos aquellos que intervengan socialmente en la situación dada tan grande es la tendencia a victimizar al niño. Uno puede preguntarse si el control social ejercido sobre la función paterna no contribuye directamente a tornar imposible incluso impensable tal función.

Como es bien sabido, la adolescencia es todo menos un período feliz. Esto contribuye a acentuar la distancia entre el ideal parental de felicidad para el niño y el ejercicio mismo de la función paterna. Es más, en numerosas familias la búsqueda individual de éxito y de felicidad de los padres es desplazada masivamente sobre el niño. El control adquirido sobre la producción del niño inscribe al niño en un proyecto personal de los padres, muchas veces colmado de objetivos que recae en expectativas que tienen los padres sobre los hijos que van constriñendo, presionando a este adolescente. 

Así, más y más padres tienen tendencia a comportarse en relación a sus niños como entrenadores, como hinchas o fans, el niño se vuelve el campeón de un ideal de familia sin el cual la existencia misma de esta familia perdería todo sentido. Así el adolescente, tradicionalmente contestatario del orden familiar establecido, es investido de la misión de sostenerlo ya que se convirtió en el centro. Con frecuencia, el proceso adolescente choca no con la dificultad de construirse en oposición a la familia sino más bien, con la imposibilidad de encontrar una confrontación con padres que acepten ocupar posiciones diferenciadas en el juego familiar… Ya sea que los padres no quieran sostener más este lugar de confrontación ya sea que el adolescente se encuentre con padres identificados ellos mismos con posiciones adolescentes. Un modelo bastante frecuente es del adolescente «parentificado» frente a un padre aún psíquicamente adolescente.

La nueva segunda condición se refiere a las conmociones de la relación entre conyugalidad y filiación. Han sido profundamente descriptas por I. Théry en un artículo titulado «La familia en proceso de ser desheredada (revista Esprit, Diciembre 1966). El autor se interesa en la evolución que desemboca en la creación de una tensión en el seno familiar, del carácter precario del lazo conyugal y del ideal de un lazo de filiación que sería indisoluble. El lazo conyugal se volvió un lazo privado, contractual, fundado en el deseo en una dimensión de alteridad y de igualdad. Comporta un riesgo que le da sentido al compromiso. El lazo de filiación porel contrario permanece marcado por un ideal de indisolubilidad, uno no se divorcia ni de los padres ni de los hijos. El padre debe amar a su hijo sin condiciones y el amor paterno no debería depender de las satisfacciones que le brinda el hijo. Es igualmente así para la madre.

Sin embargo la ruptura conyugal pone en evidencia que el lazo de filiación depende de la conyugalidad. En los hechos, cerca de la mitad de los niños de padres separados pierden contacto o tienen contacto muy infrecuente con uno de sus padres, habitualmente el padre varón. La indisolubilidad del ideal del lazo padre – niño y la precariedad real de la posición parental crean para muchos padres, una paradoja insoluble que favorece la carencia paterna o conduce a la evicción padre. Esta precariedad es particularmente desorganizadora para el adolescente, en un período de su vida donde necesita una referencia paterna en su búsqueda de identidad.

Esto lleva a interrogarse sobre otra dimensión que sobrepasa nuestro propósito de hoy a saber, las condiciones sociales, culturales y jurídicas que organizan el lugar y las funciones del padre. Como lo hace notar I. Thery en nuestra herencia cultural y jurídica, nada prevé la situación donde dos personas son padres del mismo hijo, sin ser una pareja. O sea, en numerosas situaciones vividas por el niño no existen marcos jurídicos ni ninguna instancia simbólica que garantice la función paterna. Sin embargo como lo sostiene P. Legendre (6), es necesario instituir la vida en particular por medio de una inscripción simbólica de los lazos de filiación, para evitar el caos y la barbarie.

Ser padre hoy implica una complejidad nueva.

Esta complejidad no es forzosamente un defecto o un problema si estimula la creatividad, en particular la de los padres y si favorece la riqueza de los vínculos familiares y sociales. La crisis actual de la cultura debería producir nuevas formas de contrato familiar y social. En lo que se refiere al psicoterapeuta de adolescentes, esto implica que pueda reemplazar su escucha de los adolescentes y de los padres en una perspectiva antropológica y no normativa.

(**) Gerard Schmit es profesor de psiquiatría del niño y adolescente, URS de medicina de Reims, jefe de sector , servicio de psiquiatría del Niño y del Adolescente Hospital Robert Debré (Reims). 

M. Wawrzyniak es psicoterapeuta, maestro de conferencia en Psicología Clínica y psicopatología, departamento de psicología, UFR de letras y ciencias de Letras y Ciencias Humanas de Amiens.

(*) El artículo fue traducido por Claudio Des Champs de la revista Générations ( Revue Française de Thérapie Familiale, nº 18, noviembre 1999) y publicado en Perspectivas Sistémicas nº 62 (Adolescencia y Paternidad, Julio/ Agosto 2000)

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