Editorial de Perspectivas Sistémicas Número 70

De la fantasía a la reconstrucción

«Para crear más espacio en mi y en mis relaciones, para aprender y crecer, voy a tener que renunciar a los cuentos que me cuento, ya sean gloriosos y grandiosos o desgraciados»

Cuentan que Bush, Castro y Menem conocen a Dios y que este les anuncia el fin del mundo. De vuelta en su país, el presidente norteamericano dirigiéndose a sus compatriotas les dice: «- Tengo una buena y una mala noticia: la buena es que conocí a Dios; la mala es que viene el fin del mundo». Simultáneamente el líder cubano le anuncia a su pueblo: «- Tengo dos malas noticias: Dios existe y llegó el fin del mundo». A su vez, el presidente argentino, en su discurso de asunción a su tercer presidencia dice lo siguiente: «Queridos compatriotas, tengo dos buenas noticias: ¡dios me conoció a Mi y la crisis argentina llega a su fin!». Como todo chiste expresa, en pocas palabras, los mitos, las ilusiones, las narraciones colectivas que generan y que se esfuerzan por sostener los miembros de una determinada sociedad. Para ello hay que negar determinados hechos, modificar otros, transformarlos, tergiversarlos hasta obtener la realidad deseada contra viento y marea, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Para el mito de la Argentina potencia, del país de riquezas y recursos inagotables, de los infinitos paisajes pampeanos y patagónicos que mejor mitología que la de los delirantes años neoliberales y que mejor encarnación de ella que la de un líder megalómano, con la energía maníaca de un cocainómano, asegurándonos que pertenecíamos al Primer Mundo. Paralelamente a este discurso, ligado a la saga más profunda del inconsciente colectivo argentino, los sectores de poder eran seducidos, corrompidos, desorganizados y finalmente inmovilizados, mientras las redes de contención social que aún funcionaban, eran destruidas. Todo esto frente a nuestros ojos atónitos en algunos casos, deslumbrados en muchos otros. Recordemos que un hipnotizador por poderoso que sea, necesita mucha colaboración para lograr como el mejor ilusionista, frente a la mirada encandilada de todos ( o casi todos), la modificación de la Constitución Nacional para ser reelegido y para la creación de una Corte Suprema que consagre su poder absoluto y avale jurídicamente todos sus actos. Tampoco (como aún se discute por efecto seguramente del síndrome de la víctima) hubo una primera etapa «buena» y otra «mala», el objetivo siempre fue el mismo: obtener más y más poder, enloquecer a muchos dirigentes con » el anillo del poder»(como en la saga de la novela alegórica de Tolkien, «El Señor de los Anillos», ahora llevada al cine ) y eternizarse en ese trono imperial. Los excluidos del sistema crecían mientras la ceguera del discurso economicista vacío de contenido humano hacía estragos, creaba miedos y paralizaba a todas las fuerzas vivas de una nación. Finalmente, cayó el telón: el sufrimiento en carne viva, la rabia y el exilio de los jóvenes (y no tan jóvenes) y la dura realidad que nos golpea a todos domina la escena. Los grandes «salvadores de la patria» han desaparecido (ojalá así sea) de la mente de los argentinos. La desazón es enorme, la asistencia social crece al mismo ritmo vertiginoso que la pobreza: todos asistimos a alguien, todos somos asistidos por otros. Nuestro imaginario social, nuestras creencias más arraigadas parecen derrumbarse. El poder que delegamos (delegar no es abdicar decía alguno), a ineptos y corruptos, parece estar hoy en manos de una nación poderosa y de una organización supranacional aún más poderosa que les exige a nuestros gobernantes de turno, lo mismo que ahora les exigimos nosotros: conducta, responsabilidad y austeridad. Simultáneamente, nacieron y se multiplicaron cientos de organizaciones formales e informales; asociaciones dive rsas reorganizaron sus redes; los ciudadanos se encuentran cara a cara en lugares públicos para resolver temas puntuales entre todos. O sea no delegamos más el derecho a peticionar, a participar y sobre todo a controlar de cerca la gestión de los funcionarios. Lenta y dolorosamente, reconstruimos los lazos sociales para contenernos, resistir y crecer. Queremos nuevas reglas de juego: salir de la anomia y construir una sociedad con normas que se cumplan, con planes económicos al servicio del bienestar de los seres humanos que constituyen esta nación. Renunciamos a los sueños grandiosos y no soportamos más los discursos grandilocuentes. Rechazamos la mentira y la impunidad institucionalizada, la palabra vacía de contenido de los políticos de turno. Nos empezamos a hacer cargo de lo que nos compete. Nos falta, la más profunda de las autocríticas.

Por todo ello lector/a , elijo compartir con vos el artículo del Dr. Pereira que incorpora el duelo como fundamento del trabajo clínico de las familias reconstituidas (o ensambladas como las llamamos por aquí): qué mejor metáfora para asumir la reconstrucción social de una comunidad que ya no es la misma y que necesita cambiar para seguir adelante . Luego la entrevista al legendario maestro Mauricio Andolfi, mostrando la vitalidad de nuestra especialidad, los riesgos que la amenazan, la formación, la vigencia de una clínica para el individuo entramado en la familia, en las instituciones y en los diversos ámbitos sociales en los que despliega su identidad relacional, sufriendo y gozando por ello. Por último, el Dr. Ceberio evoca el compromiso de la persona del terapeuta en la tarea psicoterapéutica, recorriendo las cuestiones transferenciales, las resonancias y la diferencia entre la potencia y la omnipotencia en el trabajo clínico. Tanto este último escrito, como el de Andolfi, conectan con la persona vulnerable, comprometida, sensible al dolor propio y ajeno del terapeuta y que precisamente, desde el reconocimiento de su humanidad, ejerce su profesión y se vincula con el otro, su prójimo. Tal vez de esto se trate en este trance que nos toca vivir.

Gracias más que nunca por acompañarnos querido /a lector /a.

Hasta la próxima,

Claudio Des Champs

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