El Hospital Psiquiátrico de San Luis. Una experiencia de transformación institucional dirigida por el Dr. Jorge Luis Pellegrini

Jorge Luis Pellegrini es médico psiquiatra, ex director de Salud Mental en Chubut, ex Subsecretario de Salud Pública, Director de Salud Mental y Director Provincial del Hospital Escuela de Salud Mental de San Luis, docente de la Maestría de Salud Mental en la Universidad Nacional de Entre Ríos y creador de los Grupos Institucionales de Alcoholismo. Es autor de los libros «Gerónima» -en base al cual se filmara la película del mismo nombre- «Alcohol, alcoholismo, alcohólicos», «Alcoholismo y GIA» y «Crónicas Agudas».

Hacia el hospital de agudos

En noviembre de 1993 (cuando el Dr. Pellegrini fue nombrado director por el Ministerio de Salud de la Provincia), el Hospital Psiquiátrico de San Luis tenía entre 100 y 120 camas, con un 100% de ocupación y un tiempo promedio de internación de siete años y medio. En 1998 había once camas, con un 65% de ocupación y un tiempo promedio de internación de ocho días. El Hospital era un manicomio clásico, referente del centro del país. Al número indefinido de internos, típico de las instituciones manicomiales, se sumaba la internación como una noción ambigua, sin fines claros, por un tiempo incierto y arbitrario que quedaba a merced del abuso de poder que los profesionales a cargo.

En esta Argentina -donde las palabras vaciadas de contenido están de moda- Pellegrini es un ejemplo de coherencia. Siempre tuvo clara la diferencia entre decir «vamos a trasformar» y transitar esa transformación. Por eso se instaló a vivir en el Hospital, sabía -por su experiencia previa en Chubut- que había que andar rápido, antes que apareciera la resistencia de los sectores afectados había que tener una base de resultados que permitiera defender el proceso de cambio. 

Se empezó declarando al hospital en asamblea durante una semana. En un lugar donde no se actualizaban muy rara vez las historias clínicas, los profesionales decían que no podían asistir a la asamblea porque tenían que actualizar las historias en cuestión Después de esos cinco días se acordó por unanimidad (con excepción del ex director que renunció) transformar el hospital en un hospital de agudos. No era este el proyecto original, pero hasta ahí llegó la decisión de la gente en la asamblea. Para Pellegrini era de fundamental importancia generar un proceso de participación democrática que permitiera un movimiento de opinión. 

Se tomaron dos decisiones concretas: no internar a pacientes cronificados y sacar el hospital a la calle. Pero el desafío principal fue transformar esta institución con las mismas personas que habían sostenido el manicomio durante veinte y cinco años: los profesionales, los trabajadores, los enfermos y los familiares. 

Dice Pellegrini 

«Hay que dejar de pensar en la enfermedad mental como un proceso que marcha fatalmente hacia la cronicidad, depende del trato, de la operación, de cómo se trabaje en la crisis, que ese proceso marche en un sentido o el otro. En general la cronificación trabaja de tal modo que el principal diagnóstico a los 2 meses es la institucionalización… Hoy, con el desarrollo que tienen las técnicas en el campo de la psicoterapia, de la psicofarmacología, de la expresión corporal, el psicodrama, las terapias grupales y todo lo que se ha ido desarrollando en Argentina, es absolutamente insostenible que haya internaciones que duren mas de 20 días. Es insostenible científicamente. Salir a la calle implica ir donde la enfermedad se produce, no donde va a parar. Los enfermos no nacieron en los hospitales, y cuando vienen al hospital vienen como un producto terminado. Vayamos a trabajar al comienzo…

El tema de la irreversibilidad se corresponde con el pensamiento positivista que plantea que hay capacidad o incapacidad. Si me preguntan a mí, para algunas cosas soy incapaz, para otras más o menos y para otras más o menos bueno. El criterio de la irreversibilidad es insostenible, con lo cual tampoco estoy afirmando que se curan el 100% de los pacientes… 

Que una persona se rehabilite no significa que vuelve al estado previo a la enfermedad, ni siquiera de un resfrío, porque una vez que te curaste aprendiste algo y el próximo resfrío te va a agarrar con mayor experiencia frente a la enfermedad y el siguiente también. Hay pacientes que quedan con lesiones importantes, hay pacientes que requieren tratamiento toda la vida, pero no encierro toda la vida. Tratamiento e internación no son sinónimos. La internación es una conducta médica y el tratamiento es una estrategia.

Las pinturas más caras que existen hoy las pintó un esquizofrénico que tuvo la suerte de encontrar un psiquiatra que le presto su casa y le permitió crear (Van Gogh) y desarrollar sus partes sanas. Hasta el enfermo más enfermo tiene algo de sano que puede preservar».

Todo el mundo estaba de acuerdo con cerrar ingreso a los pacientes cronificados, pero siguieron viniendo y con recomendaciones que era recomendable no rechazar. Se volvió a lo elemental: diagnóstico, pronóstico y tratamiento y así se restituyó la dimensión sanitaria en el hospital y se recuperó la tarea específica.

También tenía un peso enorme el argumento: «pobre, no tiene a donde ir», como si no viniera de alguna parte. Se comenzó a citar a los familiares. Se acabó ese gran mito de la familia mala, abandónica. Había familias que abandonaban, pero otras que no. La institución nunca había ayudado a los familiares a ayudar, porque los había dejado del otro lado de la puerta.

Los manicomios van despojando a las personas de todo lo que pueden decidir libremente, los internos no deciden el horario en que se levantan o se acuestan, la ropa que usan, el largo del pelo que tienen, no deciden nada. Se van volviendo dependientes, se van institucionalizando, de modo que cada día que pasa suma dificultades para la reinserción social. 

La salud de los trabajadores de la salud

Al principio el personal creía que las asambleas de todos los lunes eran para hablar de los pacientes y como los pacientes no estaban… hablar de los ausentes era fantástico. Siguiendo a Pichón Riviere las intervenciones en las asambleas eran para hablar de los presentes y en primera persona del singular

Era común escuchar intervenciones que depositaban la responsabilidad por el problema afuera: «Yo no puedo trabajar en el hospital porque no me dan secretaria, no me dan consultorio adecuado, no tengo medicamentos». La asamblea, como un grupo operativo, se enfocaba en la tarea y en las acciones que cada integrante podía concretar para materializar la transformación acordada.

Había cuatro calabozos de tres paredes con placa de chapa, como en la cárcel, por lo tanto oscuros. Hubo un paciente un año y medio en esas condiciones. En enero de 1994 Pellegrini planteó cerrarlos. Estaba en absoluta minoría. Los enfermeros los defendían y desde otro ángulo muchos profesionales decían que era necesario establecer un sistema de premios y castigos. 

Un día a las dos de la tarde una mujer que estaba en uno de esos calabozos prendió fuego al colchón. Afortunadamente, como el calabozo era hermético, empezó a salir el humo por debajo de la puerta. Las enfermeras no querían abrir por temor a que la paciente las matara. Finalmente abrieron la puerta y llevaron a la mujer a terapia intensiva. Pellegrini volvió a plantear el tema en la asamblea y hubo que votar. El argumento de la resistencia era «los pacientes ahora se van a tomar venganza», Pellegrini contestaba: «prepárense, porque a lo mejor hay venganzas justas«. No hubo venganza, no hubo violencia y se empezó a ver que otro camino era posible. 

Se evidenció la necesidad de ampliar los espacios de participación democrática y de habilitar un nuevo programa que comenzó en febrero del 94, «Ocupándonos de la salud de los trabajadores de la salud». Se empezaba muy temprano con masaje, relajación y técnicas psicodramáticas. Se fueron dando cuenta que cada uno «tenía su quintita», hablaban del dolor en los cuerpos de la gente que lavaba, las ollas pesadas de las cocineras y las cicatrices -por los golpes- de las enfermeras. Empezaron a reconocer los miedos y obstáculos de cada uno, el personal se daba cuenta de la crueldad y del daño que habían producido con los calabozos. Cuando los que habían aplicado electroshock percibieron que hablando con el paciente se conseguían mejores resultados pasó algo similar. Podían contar que se encariñaban con los pacientes, sufrían cuando les daban el alta y se preguntaban que iría a pasar con ellos. Mucha gente se avergonzaba de trabajar en el hospital, al que de ningún modo hubieran llevado a sus hijos. Después fueron aprendiendo a contener una crisis con el contacto, sin la medicación y los pacientes empezaban a hablar de que sentían. La institución fue paciente, tuvo que ponerse frente al espejo con su historia. 

El hospital en la calle

Simultáneamente lo del hospital en la calle empezó el primer día. Pellegrini propuso salir con los pacientes. Eran pacientes sobremedicados, que dormían 20 horas por día, pálidos, con masa muscular flaca. Caminaban 100 o 200 metros y se caían. 

Los siquiatras tuvieron que revisar las dosis de medicación que estaban dando, ya que con ellas no se podía caminar. En 60 días bajaron el 90% de la medicación, de cada 10 medicamentos se empezó a dar uno. Los pacientes empezaron a salir cada vez más lejos. Atravesar la ruta fue una discusión que demandó dos asambleas: «no se puede cruzar la ruta, los van a llevar por delante…«. Para Pellegrini eran argumentos sobreprotectores que apuntaban a que el manicomio no cambiara. 

Pellegrini salía con algunos profesionales que se fueron sumando -los jóvenes fundamentalmente- y algunos enfermeros. Se demostró que se podía cruzar la ruta, que se podía cruzar para volver. Por lo tanto una cantidad de argumentos que después se discutían en las asambleas -y en la revista obligatoria de salas de todo los días- empezaron a caerse, hasta que hubo que discutir los cimientos en los que estaba parada la institución y desde diciembre empezó un plan de reinserción social que fue lo que motivó la 1ª gran resistencia. 

Era clásico en el manicomio pensar que en Navidad y en los cumpleaños todo el mundo es bueno. Le festejaban el cumpleaños de un tipo que estaba encerrado hace años (uno de ellos había estado allí 35 años). Dice Pellegrini: 

«Si querés festejarlo sacalo a la calle, ayudalo a que se reinserte ¿cómo vas a festejar la falta de libertad? No hay salud sin libertad, no estoy diciendo libertad que niegue, oculte o silencie la enfermedad, pero que uno esté enfermo no significa que uno tenga que estar encerrado. Es preferible que se interne 6 veces en un año y no que esté todo el año internado. Sale y entra, pero va haciendo experiencia. Pasa algo en el afuera». 

En el primer semestre de 1994 ya viajaban en colectivo. El hospital tenía un colectivo, pero querían usar los medios de transporte público. Al principio subían los pacientes al colectivo y el colectivero miraba más por el espejo retrovisor que para adelante y la gente miraba hacia afuera por las ventanillas. Iban a la heladería, a la catedral, a las radios, al centro. Querían instalar el problema en el centro de la ciudad, que nadie dijera que no veía lo que no quería ver.

Entre la población, hubo gente que los veía venir y cruzaba de vereda, que miraba para otro lado, pero otros miraban a la distancia, decían «pobrecito», «¡cuánto hace que no lo veo!», una heladería les regalaba helado. La posición de la comunidad no era única. Aparecieron deseos de negar el problema, asco, rechazo, pero también gente que quería reparar lo que había sucedido, ayudar. En el mes de abril empezó una campaña contra la experiencia desde los sectores más reaccionarios de San Luis. Esa campaña decía «¿qué pasa que los locos andan sueltos?, los locos son peligrosos malos, sucios, no tienen posibilidad de transformar nada«. Esos locos andaban por la calle y durante cinco meses ninguno hizo nada peligroso. La campaña empezó a desinflarse, pero no la resistencia al cambio. Dice Pellegrini: 

«Ahora los peligrosos éramos nosotros, que los abandonábamos, que en lugar de tenerlos en un lugar tan lindo como el manicomio, donde están todo el día bien protegidos, tan encerraditos, acostaditos, los hacíamos convivir con la gente. Además se había visto a algunos pacientes que habían vuelto al campo y nosotros no estábamos. Claro, la idea es que el loco es del psiquiatra, no de la familia, cuando la familia tiene un loco lo pierde como familiar y lo adquiere como propiedad el psiquiatra».

Se instaló un sistema de atención domiciliaria que recorre 45.000 kms. por año -en una provincia que es muy pequeña- lo que a la vez generó una mayor demanda. Había personas que habían perdido su lugar, otras que todavía lo tenían. Familias que decían «tenemos unas chapas, juntemos ladrillos». Todo ese año 1994 hubo una gran discusión, pero discusiones de una hora y después a la práctica, la realidad se cambió con actos, no con palabras. 

Era muy difícil para los psiquiatras y los sicólogos, especialmente los de formación psicoanalítica, entender que el problema de una persona que hace treinta años que está en el manicomio no se resuelve con una interpretación, esa persona para poder salir tenía que tener un lugar. Los asistentes sociales eran claves, pero eran poquitos Hubo que formar al personal del hospital en trabajo social. Entrenarlos para que ayudaran -con familia y vecinos- a levantar una pared, a hacer un techo. 

Una cosa era reinserción social y otra echar a los enfermos fuera del hospital y después desentenderse. 

Para Pellegrini: 

«Hay un deber ineludible de profundo carácter ético y es que hay un responsable de ese daño que se está causando y es el Estado y hay corresponsables que somos nosotros. Ese daño hay que repararlo, no te podes desentender. Si los pacientes salen, el hospital tiene que salir, tiene que trabajar en la calle y si no sabe hacerlo tiene que aprender».

Fue muy dura la resistencia de los siquiatras y los sicólogos a hacer domicilios. Hoy en día es lo que más se hace. Cuando uno entra a una casa percibe si hay miedo, o abandono, conoce formas de vida, el vecindario y puede hacer un diagnóstico que incluye lo que ve, no solo lo que le cuentan. Quedarse en el hospital esperando el producto terminado y hacer el diagnóstico basándose en lo que se cuenta implica ingenuidad profesional.

En febrero de 1994 se hizo evidente que había que estudiar paciente por paciente –ciento treinta personas en ese momento- y diagnosticarlos. Los diagnósticos eran de cuando habían ingresado, algunos de 1982. Dice Pellegrini: 

«Claro, como pasa en los manicomios, como la enfermedad es inmutable, como la locura es incurable, como el psicoanálisis -en una mala lectura- ha afirmado que la sicosis no se puede tratar, entonces los diagnósticos quedaban de una vez y para siempre».

El diagnóstico absolutamente predominante era «abandono social y familiar, institucionalización». Había que operar sobre eso, no sobre la esquizofrenia paranoide que se había diagnosticado en 1982, que a esta altura –si seguía- era una situación residual. Si se mueve la institución se mueve todo y hay que empezar a mover las cabezas de los que trabajan en ella. 

Construyendo redes

No hay ser humano que no tenga a nadie, lo que sí sucede es que no se lo busca. Para reinsertar socialmente hay que ir construyendo un sistema de puntos de apoyo social, la visita periódica del equipo del hospital, se debe articular con alguna forma de contención social. 

El tema con los gremios fue muy difícil porque se pusieron en cuestión los roles profesionales y las incumbencias. Los profesionales discutían alrededor de custodia de privilegios sectoriales, cuando las incumbencias hay que discutirlas en función de la tarea. Ninguno sabía hacer trabajo social comunitario, empezando por los trabajadores sociales acostumbrados al escritorio y al teléfono. Había que ir a trabajar a la calle. Los sicólogos no estaban preparados, pero tuvieron que ir. Ahora se hacen veinte domicilios diarios. Muchos pacientes que están en crisis tienen una familia continente y son internados en la casa. Otros se van de alta, pero necesitan apoyo domiciliario. El área está integrada por dos enfermeras, dos psicólogas, un terapista ocupacional y -en caso necesario- un psiquiatra.

El 25% de los pacientes de larga estadía necesitó reinternación. Se reinternaron por ocho o diez días y volvieron a salir. Pero los períodos entre una y otra se fueron prolongando porque empezaron a tener apoyos en la comunidad. En agosto de 1997 quedaban 10 pacientes para los que no se encontraba ningún apoyo, ningún referente familiar, institucional o barrial. Entonces se generó el sistema de familias sustitutas subsidiadas, no casas de medio camino. Se firmó un decreto en cuyos fundamentos el estado provincial reconoció haber generado este daño y tener la obligación ética, institucional de reparar a estas diez personas. No se creaba un programa con un número variable de beneficiarios que después es más grande que el hospital. La resolución era para esos diez que formaban parte del «cronicario» en un hospital que se había transformado. 

Fueron a dos casas con personas capacitadas por el personal del hospital. Eran seres humanos con autovalimiento, con abandono social y familiar. Dio un resultado excelente. En una casa uno puede elegir y va recuperando habilidades sociales. Uno se hizo socio del club, otro empezó a trabajar en una panadería, se fueron metiendo en el barrio. 

Ahora el tiempo promedio de internación es siete días y medio. Se estableció que para San Luis la demanda de camas que demostró ser eficaz es cinco camas para hombres, cinco camas para mujeres y una cama individual para personas en crisis. 

En el viejo modelo el hospital era un embudo, todo paciente que se enfermaba en la provincia era enviado allí. Con la transformación se desarrolló el trabajo con la comunidad, los talleres de SIDA y los Grupos Institucionales de Alcoholismo en el hospital, en las escuelas y aumentó el número de consultas. El modelo de trabajo se replicó en la provincia, aparecieron camas de internación psiquiátrica breve en otras instituciones y los municipios comenzaron a contemplar soluciones específicas para cada caso, generando una red de salud mental de atención domiciliaria en la provincia de la que el hospital es el referente.

María vivía con su hijo Pedro de unos treinta años y su marido. Cada tanto Pedro «se ponía malo» (así llamaba María a los episodios de violencia) y terminaba internado. Con el aval del equipo de atención domiciliaria María decidió no volver a internarlo. Confrontó con su marido y aún con el juez. No quiso firmar la internación, señaló la responsabilidad de su marido, alcohólico y violento, cuyas actitudes desencadenaban las crisis de Pedro. Propuso hacerle una pieza en el fondo o separarse. Cuando su marido la vio firme cedió. Pedro no volvió a ser internado. María decía «se compuso». El hospital le permitió madurar una concepción diferente de la mera depositación.

El poder judicial

La queja y la parálisis también se relacionaba con otras instituciones. En las asambleas era habitual escuchar: «a ésta paciente no la podemos externar porque la internó el juez xx», «los jueces no vienen a ver», «¿qué van a venir?, ¿no ves que se creen dioses?». Nuevamente se hablaba de alguien que no estaba, el obstáculo estaba depositado afuera. Los presentes no tenían responsabilidad. El oficio decía «internar».

El criterio de no hablar bien ni mal de los ausentes, de esperar que estén y que contesten, acabó con radio pasillo y con la alcahuetería. También los profesionales de la salud se creían dioses, ellos tampoco iban al juzgado.

Decidieron ir a los juzgados, pero antes tenían que saber quien era la persona de la que iban a hablar. No era ir a plantear «tenemos sesenta internados, queremos sesenta altas». Plantear caso por caso los obligó a estudiar, a saber quien era esa persona y empezaron a personalizar los tratamientos. Ya no alcanzaba con repartir masivamente Halopidol y Artane.

Apareció un paciente cuyo motivo de consulta hace ocho años había sido cefalea. No sabía por qué estaba en el hospital. Al ir a donde vivía descubrieron que había sido propietario de una tierra, por donde pasó una ruta, cuyo valor aumentó muchísimo. Las tierras ya habían sido vendidas. Había una familia… un comisario, un abogado y un juez. 

Otro paciente -que doce años antes había hecho un brote esquizoparanoide había matado al hermano y había gatillado en la cabeza de la madre, pero el arma se trabó. No era sencillo, el caso había tenido mucho impacto en los medios. No se podía hablar sin una seria fundamentación. 

El tema de Poder Judicial fue un aprendizaje muy grande. Iban en delegaciones de veinte personas, pero no para ofender ni para amenazar, les interesaba que el juez escuchara lo que la enfermera de cada uno de los turnos decía del paciente. Llevaban a los pacientes -una cosa es ver el expediente y otra la persona- después explicaban y después buscaban alternativas. Al principio fue durísimo porque había muchos rencores, demasiados orgullos profesionales tontos -de los abogados y de los profesionales de la salud-. Después cuando vieron que las cosas se podían modificar las dos partes empezaron a tener otra relación. En 1999 se fue el último paciente judicial.

Al recuperar la persona, al terminar con la manada, al hacer tratamientos distintos, al recuperar –o no- a la familia, al ver que el barrio los aceptaba, se acababa la despersonalización y la masificación. Esto llevó tres años, empezaron a aparecer las personas también para los jueces, no eran los sesenta tipos metidos en el psiquiátrico, pero había que fundamentar cada decisión y no como un debate académico sino propuestas prácticas para cada caso. Fue un trabajo de mucha constancia que no solo atendía a los derechos humanos de los pacientes sino también a los de los profesionales, que no eran carceleros. 

Se han ido ensayando figuras muy interesantes. Hay pacientes que están en su domicilio con una resolución judicial que obliga a la institución familiar a hacerse cargo. El hospital ya no era el único responsable. Hubo un fallo que implicó un año de trabajo. Una señora internada hacía mucho tiempo tenía una casa que compartía con el marido, quien se había juntado con otra mujer. La señora estaba de alta. El fallo obliga al marido a pasarle una pensión mensual con la cual ella tiene garantizado su lugar en una familia sustituta.

La reacción 

Cuando en ocho meses este proceso comenzó a reinsertar a la mitad de los pacientes depositados empezó un bombardeo muy grande. Se hicieron dos denuncias penales, una contra Pellegrini y otra contra el equipo técnico, por abandono de paciente. Legisladores que jamás habían ido al hospital pasaron a defender los derechos de los pacientes a ser cuidados.

En ese hospital había mujeres que durante la internación habían tenido tres hijos de tres padres distintos desconocidos, pero sospechados; hubo homicidios entre pacientes; las condiciones de vida eran infrahumanas y buena parte de las altas eran por muerte, pero en esa época no había derechos humanos. Cuando empezó a transformarse la situación la dirección fue interpelada en la legislatura. El conjunto del hospital decidió defender la experiencia con los familiares y los pacientes.

Es habitual en Buenos Aires que le digan a Pellegrini con una sonrisa «esto se puede hacer porque es un pueblo chico, pero acá es dificilísimo». San Luis tiene 150.000 habitantes, en un pueblo chico, ni la infidelidad se puede tapar. Allí no se puede ocultar el externado, enseguida llamaban por teléfono. «Ahí va el loco Pérez… ¿cómo lo dieron de alta a éste?» En la Ciudad de Buenos Aires nadie conoce el pasado del que duerme debajo de la autopista, allá todo el mundo sabe quien es, que hace, que pasado tiene, el que duerme en la plaza, por lo tanto el impacto de un proceso de transformación es muy grande. En el supermercado el personal del hospital se cruza con los familiares que insultan o que agradecen. Comenzó a romperse eso de «el loco es de ustedes», «es tu papá, tu marido o tu hijo, ¿qué vas a hacer vos?». Se trata de devolver la presión social a aceptar la depositación, devolver con acompañamiento.

Puertas adentro

Hubo otras modificaciones que cambiaron definitivamente la vida del hospital. En 1997 se transformó un hospital monovalente en un hospital polivalente. El hospital está en una comunidad de 25.000 habitantes. Un ala que había quedado libre en el proceso de transformación, se refaccionó; se habilitaron los consultorios para un odontólogo, un pediatra, un clínico, un laboratorio de análisis clínicos, tres enfermeras y dos agentes sanitarios y se empezó a trabajar la demanda de salud de la población. Recuerda Pellegrini: 

«La campaña fue terrible ¿cómo los locos iban a estar con los chicos?, ¿vos sabes el peligro que corren los chicos? Después se mostró que esa convivencia es positiva y que va educando a la gente con la idea de la no discriminación.»

Las reformas edilicias despejaron los pasillos de puertas de seguridad y la cocina, que en el período anterior era una suerte de búnker inaccesible al que solo se accedía desde el exterior, se convirtió en un lugar integrado al hospital. 

Desde 1998 los pacientes en crisis se internan con su familia, para lo cual hubo que transformar parte del hospital, pero comen ahí, se inicia la terapia familiar en plena crisis, los familiares saben lo que es estar internado, no dejan el problema y se van y quedan involucrados. Si vienen con la expectativa de la depositación tienen que depositarse junto con el paciente. Esa situación permite comprender dinámicas familiares que se dan en el primer día, escuchar conversaciones que se dan en el primer día.

Por último cabe mencionar que el hospital, hoy Hospital Escuela, tiene una fecunda tarea docente que incluye, entre otras actividades, un sistema de pasantías con alojamiento, comida. (Hospital Escuela de Salud Mental, hospimen@sanluis.gov.ar)

Héctor Pablo Label ( hlabel@teletel.com.ar ) es psicólogo, terapeuta familiar y docente responsable de los cursos de posgrado «Terapia Familiar y Sistema Legal» de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires y «Sistema Legal y Salud Mental» en el Hospital José T. Borda en los que se desarrollan los temas aquí planteados. Es también presidente de la comisión directiva de ASIBA ( Asociación Sistémica de Buenos Aires) y colaborador permanente de Perspectivas Sistémicas.

Este artículo fue publicado en Perspectivas Sistémicas Nº 76, Mayo / Junio 2003

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