Sobre Resiliencia. El pensamiento de Boris Cyrulnik

LA PERSONA

Nacido en Burdeos en 1937 en una familia judía, Boris Cyrulnik sufrió la muerte de sus padres en un campo de concentración nazi del que él logró huir cuando sólo tenía 6 años. Tras la guerra, deambuló por centros de acogida hasta acabar en una granja de la Beneficencia. Por suerte, unos vecinos le inculcaron el amor a la vida y a la literatura y pudo educarse y crecer superando su pasado (1). 

No es ni mucho menos gratuito que el Dr. Cyrulnik haya indagado tan a fondo en el trauma infantil: con siete años vio cómo toda su familia, emigrantes judíos de origen ruso, eran deportados a campos de concentración de los que nunca regresaron. «No es fácil para un niño saber que le han condenado a muerte». Era el típico caso perdido, un «patito feo» condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, un delincuente o un tarado.

SU DESARROLLO

Su «resiliencia» personal, su nexo de unión con la vida, fueron las personas, los libros y el ‘rugby’: -«Estudié medicina por un deseo de seguridad, de integración; nadie duda que es porque mi familia fue deportada por lo que yo quise orientarme hacia la psiquiatría, explorar la mente humana y dar un sentido a lo incomprensible».

Dar un sentido a la vida es un aspecto inescindible del proceso resiliente.

Boris Cyrulnik se transformó en un neuropsiquiatra, psicoanalista y estudioso de la etología, siendo uno de los fundadores de la etología humana.

LA RESILIENCIA Y LA PSICOLOGÍA

La resiliencia se define como la capacidad de los seres humanos sometidos a los efectos de una adversidad, de superarla e incluso salir fortalecidos de la situación.

Uno de los mayores aportes de nuestro autor, gira alrededor de colocar el concepto de resiliencia en una relación privilegiada con la psicología. Para Cyrulnik, la diferencia entre las escuelas psicológicas norteamericana y latina (europea y, agregamos, latinoamericana), reside precisamente en la aceptación de la «resiliencia». En la escuela estadounidense apenas se da crédito a éste concepto, que para Boris Cyrulnik está empíricamente demostrado, a través de múltiples experiencias (2). 

En «Algunos fundamentos psicológicos del concepto de resiliencia» (3), antes de entrar en contacto con el pensamiento de Cyrulnik, planteamos con las Lic. Mirta Estamatti y Alicia Cuestas, como se podía justificar el desarrollo de los pilares de la resiliencia (a partir de su descripción por Edith Grotberg) desde una perspectiva psicológica, puntualizando la necesidad del «otro» humano para que todos y cada uno de los pilares se construyeran en la trayectoria histórica del sujeto. Esto facilita la comprensión de qué significa la promoción de esos pilares, dando pistas seguras para analizar programas educativos, sociales y de salud. Además vinculábamos el concepto de resiliencia con el de salud mental, en el sentido de la semejanza o coincidencia de las acciones promotoras de resiliencia con las que tratan de desarrollar la salud mental. Desde el punto de vista de la resiliencia el aspecto quizás más especial y original es el énfasis de la necesidad del otro como punto de apoyo para la superación de la adversidad.

Entre las múltiples experiencias que justifican el concepto de la resiliencia, Boris Cyrulnik (4) explica cómo un alumno suyo realizó un estudio comparativo de lo que ocurría durante la guerra del Líbano en Beirut y en Trípoli: Mientras Beirut fue la ciudad más cruelmente bombardeada, con más muertes y meses de asedio, los estudios sobre el terreno demostraron que en Beirut los niños presentaban mucho menos casos de síndrome post- traumático que en Trípoli, que estuvo más tranquila. La explicación: la propia situación de Beirut hizo que aumentase la solidaridad y el contacto en las familias mientras que en Trípoli los niños estaban sufriendo simple y llanamente abandono afectivo.

Los huérfanos rumanos con los que trabajaron tras la caída de Ceaucescu, pasaron de ser autistas a poder estudiar una carrera o formar una familia, tras un programa de hogares de acogida. Más sorprendente fue el polémico estudio sobre los chicos con problemas de abuso en el seno familiar, en los que se comprobó, que el trauma no venía del hecho en sí del abuso, sino de la falta de afectos en el trato familiar diario. 

LAS CLAVES DE LA RESILIENCIA: EL OXÍMORON

Así, la clave reside en los afectos, en la solidaridad, y éstos en el contacto humano. 

Por muy grave que sea lo que haya sufrido un niño, la psique se revela tan flexible, que con los ingredientes del contacto humano, el entendimiento, la palabra, se puede volver «a flote». Boris Cyrulnik explica que ha elegido éstos casos extremos porque son más fáciles para visualizar el problema, pero la resiliencia (y el trauma) no tiene fronteras de nacionalidad o condición y preguntado por si hay alguna edad tope, respondió riendo: «Hasta los 120 años, en Toulon estamos trabajando con mayores enfermos de Alzheimer, que olvidan las palabras, pero no los afectos, los gestos, ni la música» .

Boris Cyrulnik (5) ha realizado aportes sustantivos sobre las formas en que la adversidad hiere al sujeto, provocando el estrés que generará algún tipo de enfermedad y padecimiento. En el caso favorable, el sujeto producirá una reacción resiliente que le permita superar la adversidad. Su concepto de «oxímoron», que describe la escisión del sujeto herido por el trauma, permite avanzar aún más en la comprensión del proceso de construcción de la resiliencia, a la que le otorga un estatuto que incluye entre los mecanismos de defensa psíquicos, pero, aclara, más concientes. Estos corresponderían en realidad a los mecanismos de desprendimiento psíquicos, descriptos por Edward Bibring (6), que a diferencia de los mecanismos de defensa, apuntan a la realización de las posibilidades del sujeto en orden a superar los efectos del padecimiento.

En la visión de Cyrulnik la resiliencia significa un mensaje de esperanza «porque en psicología nos habían enseñado que las personas quedaban formadas a partir de los cinco años. Los niños mayores de esa edad que tenían problemas eran abandonados a su suerte, se les desahuciaba y, efectivamente, estaban perdidos. Ahora las cosas han cambiado: sabemos que un niño maltratado puede sobrevivir sin traumas si no se le culpabiliza y se le presta apoyo». La historia explica el presente pero nunca cierra el futuro.

Cyrulnik plantea que «todo estudio sobre resiliencia debería trabajar tres planos principales:

La adquisición de recursos internos que se impregnan en el temperamento, desde los primeros años, en el transcursos de las interacciones precoces preverbales, explicará la forma de reaccionar ante las agresiones de la existencia, ya que pone en marcha una serie de guías de desarrollo más o menos sólidas.

La estructura de la agresión explica los daños provocados por el primer golpe, la herida o la carencia. Sin embargo será la significación que ese golpe haya de adquirir más tarde en la historia personal del magullado y en su contexto familiar y social lo que explique los devastadores efectos del segundo golpe, el que provoca el trauma (sobre esta idea reconocía la autoría de Anna Freud).

Por último, la posibilidad de regresar a los lugares donde se hallan los afectos, las actividades y las palabras que la sociedad dispone en ocasiones alrededor del herido, ofrece las guías de resiliencia que habrán de permitirle proseguir un desarrollo alterado por la herida.

Este conjunto constituido por un temperamento personal, una significación cultural y un sostén social, explica la asombrosa diversidad de los traumas» (7). Él dice: «Imagínese que un niño ha tenido un problema, que ha recibido un golpe, y cuando le cuenta el problema a sus padres, a éstos se les escapa un gesto de disgusto, un reproche. En ese momento han transformado su sufrimiento en un trauma «.

SU PENSAMIENTO CRÍTICO

Es muy importante mencionar la filosa crítica social que el autor francés desarrolla a partir de la utilización que hace del concepto de resiliencia. Por ejemplo cuando afirma como «en el contexto cultural de los hospitales psiquiátricos de los años 1940, se hablaba mucho de la lucha por la vida, de la selección de los más fuertes, es decir de la eliminación de los más débiles. El amontonamiento de 120.000 enfermos mentales, las restricciones alimenticias, la ausencia de cuidados y la intención anunciada de eliminar a aquellos que contaminaban la raza facilitaron las decisiones insidiosas que hicieron pasar la mortalidad habitual de esos extraños hospitales de 6,88 % en 1938 a 26,48 % en 1941. (…) Pero los 40.000 enfermos que desaparecieron no dejaron huellas, ni escritos de relatos. Los horrores que contaban cuando podían testimoniar eran considerados como horribles delirios, pero la que estaba loca era la sociedad. Esos enfermos murieron en silencio que era lo que se deseaba después de la guerra, cuando se quiso reconstruir la nación sin arreglar las cuentas con el pasado». Su conclusión es que muchas veces la conducta social se resume en esta frase: 

«Usted que ha sufrido tanto, díganos lo que pasó. Pero sólo tiene derecho a decir lo que queremos escuchar». (…) La cuestión es: ¿qué van a hacer con sus heridas? ¿Someterse y emprender carreras de víctimas que darían buena conciencia a quienes vuelen en su auxilio? ¿Vengarse exponiendo sus sufrimientos para culpabilizar a los agresores o a aquellos que se negaron a ayudarles? ¿Sufrir a escondidas y convertir sus sonrisas en máscaras? ¿Reforzar la parte sana de ustedes con el fin de luchar contra las magulladuras y volverse humanos a pesar de todo?» En esto último está la esencia de la resiliencia

Hoy en día la profundización y la cronificación del proceso de exclusión social en una sociedad cada vez más inequitativa, desafían la capacidad de los sistemas sociales, educativos y de salud para enfrentar tanta injusticia social. En ese marco de dolor social exacerbado, la promoción de la resiliencia se vuelve una necesidad y una obligación.

Yolanda Gampel (8) estudia el problema del dolor social definido como «el padecer que se origina en las relaciones humanas como conjunto»(Freud decía que de las tres causas de sufrimiento humano: los desastres de la naturaleza, el propio cuerpo o las relaciones con los otros seres humanos, esta última era la causa más frecuente e importante). Plantea la existencia en el sujeto de un «sustrato de seguridad» derivado de una base emocional equilibrada, posibilitada por un marco familiar y social estables. Son los padres o cuidadores sustitutos, como mediadores con el medio social, los que ayudan a su constitución a través de una acción neutralizadora de los estímulos amenazantes. Se trata de lo que Bowlby y Ainsworth llaman una relación de apego seguro y al mismo se remite Cyrulnik para caracterizarlo como una base para la construcción de resiliencia, aún cuando admite que una base insegura se puede corregir con buenas experiencias futuras.

La violencia social que fractura la continuidad existencial, haciendo que lo familiar (heimlich) se vuelva no familiar (unheimlich o siniestro), provoca una sensación de amenaza o trauma que genera en el sujeto otra estructura que llamamos el «sustrato de lo siniestro»

Se puede diferenciar asimismo, entre el contacto con una agresión social terrible y brutal, y el contacto con la agresión existencial que «trabaja y nos trabaja dentro de cada uno de nosotros». En el caso de los sometidos a una violencia brutal, el «sustrato de lo siniestro» no puede asimilarse o integrarse dentro de la estructura de seguridad existente hasta entonces. 

Sin embargo cuando la violencia que «trabaja y nos trabaja» existencialmente es del orden de la pobreza, la exclusión o la desocupación, por ejemplo, con los grados de humillación constantes y repetidos que el sujeto debe soportar, también produce un fenómeno de asimilación imposible y de coexistencia de ambos sustratos.

En estos casos el sustrato de lo siniestro convive con el sustrato de seguridad y la persona se ve forzada a soportar un mundo escindido y con un yo también escindido que le permite negar lo siniestro para sostener la continuación de su existencia o simplemente sobrevivir, manteniendo a raya el resultado del trauma. Por este camino entramos en el territorio de la resiliencia.

Si la resiliencia constituye un proceso de entramado entre lo que somos en un momento dado, con los recursos afectivos presentes en el medio ecológico social, la falencia de esos recursos puede hacer que el sujeto sucumba, pero si existe aunque sea un punto de apoyo, la construcción del proceso resiliente puede realizarse (Cyrulnik).

LA PSICOLOGÍA DEL OXÍMORON

Boris Cyrulnik (9) utiliza para entender el fenómeno de la resiliencia el concepto de «oxímoron», que es una figura de la retórica que consiste en reunir dos términos de sentido opuesto para generar un nuevo significado: la «oscura claridad», un «maravilloso sufrimiento», el «sol negro» de la melancolía. 

«Hay que ver el problema desde sus dos caras. Del exterior, la frecuencia de la resiliencia prueba que es posible recuperarse. Del interior del sujeto, estar estructurado como un oxímoron revela la división del hombre herido, la cohabitación del Cielo y el Infierno, la felicidad en el filo de la navaja».

«No se trata de la ambivalencia que caracteriza un movimiento pulsional donde se expresan sentimientos opuestos de amor y odio hacia una misma persona. El oxímoron revela el contraste de aquel que, al recibir un gran golpe, se adapta dividiéndose. La parte de la persona que ha recibido el golpe sufre y produce necrosis, mientras que otra parte mejor protegida, aún sana pero más secreta, reúne, con la energía de la desesperación, todo lo que puede seguir dando un poco de felicidad y sentido a la vida». 

«La felicidad existe únicamente en la representación mental, por tanto es siempre fruto de la elaboración. Es algo a trabajar. Y ella se construye en el encuentro con el otro». 

La escisión del yo no se sutura, permanece en el sujeto compensada por los recursos yoicos que se enuncian como pilares de la resiliencia: Autoestima consistente, independencia, capacidad de relacionarse, sentido del humor, moralidad, creatividad, iniciativa y capacidad de pensamiento crítico. Con algo de todo eso más el soporte de otros humanos que otorgan un apoyo indispensable, la posibilidad de resiliencia se asegura y el sujeto continúa su vida (10). 

Podríamos decir que el concepto de oxímoron es equivalente al concepto de Freud de la escisión del Yo en el proceso defensivotal como lo describió inicialmente en los casos de fetichismo, frente al trauma psíquico de la amenaza de castración, el sujeto se escinde para poder continuar la satisfacción de sus pulsiones por una parte (un poco de felicidad y sentido de la vida), mientras a otro nivel sufre la continua acción de la amenaza recibida que sabe real y posible. Luego fue ampliando la aplicación de este tipo de defensa en las psicosis y neurosis, y aún en la vida «normal». Zuckerfeld (11) va más allá y plantea la escisión como un hecho fundante del aparato psíquico, como una condición del ser humano, y la incluye en su descripción de una tercera tópica.

Se trata entonces, en ambas perspectivas, de cómo el sujeto sobrelleva la adversidad construyendo una salida vital para superar el trauma, produciendo una modificación de su yo, la escisión, con el auxilio de la denegación. 

Para Cyrulnik (12), cuando en la historia del sujeto ocurre un hecho exterior que le inflige una herida, ésta impregna el cuerpo y la memoria. El oxímoron se vuelve característico de la personalidad herida pero resistente, que porta su parte sufriente pero puede ser feliz a pesar de todo. Describe una patología del vínculo del sujeto con el mundo que habrá que restablecer, por eso un otro humano es indispensable. 

El trauma puede ser el punto de partida de una estructuración neurótica o psicótica, pero también un punto de llegada en cuanto a generar una fuerte y útil estructura defensiva. La construcción del sistema psíquico incluye, y no como algo accesorio, el sistema de las defensas del Yo. 

TRAUMA Y PRUEBA – BIENESTAR Y FELICIDAD

«Hay que distinguir entre trauma y prueba. Para hablar de trauma, es necesario haber muerto. No crean que es una imagen, es real. La gente traumatizada dice: ‘No estoy segura de estar viva. He regresado del infierno y vuelto a la vida’. Algunos incluso dicen: ‘La salida de los campos de la muerte no es el retorno a la vida. No soy un sobreviviente sino un retornado, un fantasma’, lo que implica el curioso pensamiento de ‘mientras más envejezco, más me alejo de la muerte'».

«Mucha gente sufre traumas y todo el mundo debe soportar pruebas. Pero en la prueba seguimos siendo nosotros mismos. No estamos muertos ni desgarrados. Frente a una prueba, pienso: ‘He perdido mi trabajo. ¿Qué voy a hacer?’; ‘Ella me abandonó. Siento una profunda pena, pero pienso que ella es una loca por haber dejado ir a un hombre como yo. Peor para ella’. Nos defendemos como podemos y seguimos siendo nosotros mismos» (13).

«Entonces la felicidad no es fatal, como tampoco lo es la desgracia. Se puede aprender a modificar estos sentimientos».

«El bienestar es físico. Uno se siente bien cuando todas sus necesidades están cubiertas. Se trata de una sensación inmediata. La felicidad, en cambio, es el resultado de una representación, de una esperanza, de un proyecto de existencia y se construye siempre en el encuentro con el otro. Para ilustrar esta diferencia, siempre cuento la historia de los picapedreros: paseo por un camino y veo a un hombre que está picando piedras. Hace muecas y sufre. Me explica que su oficio es idiota y que el trabajo muscular le hace mal. Más allá, un segundo picapedrero parece más apacible. Golpea tranquilamente la piedra y me dice que es un oficio al aire libre y que le basta para ganarse la vida. Un poco más allá, un tercer hombre pica piedras en éxtasis. Está radiante y sonríe. Me explica que el hecho de picar piedras lo hace muy feliz porque piensa que está construyendo una catedral. Aquellos que tienen una catedral en su cabeza son felices, aquellos que se contentan con lo inmediato sienten bienestar y aquellos que se desesperan por no tener otro oficio son desdichados. El gesto es igual en los tres casos pero es el significado del gesto lo que los vuelve felices o desdichados». 

Sin embargo el pensamiento de Cyrulnik no es utópico, no dice que la felicidad es fácil de alcanzar sino solamente que es posible. El precio puede ser alto pero los que no lo intentan lo pagan más caro. Para el sujeto si la herida es demasiado grande, si nadie sopla sobre las brasas de resiliencia que aún quedan en su interior, será una lenta agonía psíquica.

«Los drogadictos confunden la felicidad con el bienestar momentáneo. El ‘flash’ de la droga les da una sensación de bienestar que se apaga de inmediato y los desespera, en tanto los que tienen un proyecto trascienden la realidad» (14).

«Una infelicidad no es nunca maravillosa. Es un fango helado, un lodo negro, una escara de dolor que nos obliga a hacer una elección: someternos o superarlo. La resiliencia define el resorte de aquellos que, luego de recibir el golpe, pudieron superarlo».

LA RESILIENCIA COMO TRAMA CON EL OTRO, CON EL ENTORNO SOCIAL

La resiliencia se teje: no hay que buscarla sólo en la interioridad de la persona ni en su entorno, sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso íntimo con el entorno social. Esto elimina la noción de fuerza o debilidad del individuo; por eso en la literatura sobre resiliencia se dejó de hablar de niños invulnerables. 

Tiene contactos con la noción de apuntalamiento de la pulsión. Como dice Freud (15) «la libido sigue los caminos de las necesidades narcisistas y se adhiere a los objetos que aseguran su satisfacción». La madre que es la primera suministradora de satisfacción de las necesidades del niño, es el primer objeto de amor y también de protección frente a los peligros externos; modera la angustia, que es la reacción inicial frente a la adversidad traumática, en grado o medida aún mínima.

Ya mencionamos la necesidad de que el niño desarrolle un apego seguro como base de su futura resiliencia. En esto iba un reconocimiento de Boris Cyrulnik para quien él nombra como uno de sus maestros, John Bowlby y sus enseñanzas sobre la teoría del apego.

Esta condición inicial del sujeto sigue existiendo toda la vida, por eso durante toda la vida es fundamental otro humano para superar las adversidades mediante el desarrollo de las fortalezas que constituyen la resiliencia. En síntesis, el proceso de apuntalamiento de la pulsión lleva al otro humano y evita el atrapamiento en el mortífero solipsismo narcisista.

En la resiliencia, que atiende los efectos del estruendo más exterior, el Yo que lo padece, debe de todos modos gobernar la conmoción emocional. El estrés participa en el choque cuando la emoción sacude el organismo bajo el efecto de los golpes venidos de las agresiones sociales o del espíritu de los demás. Con frecuencia el estrés es crónico, y su efecto insidioso altera el organismo y el psiquismo que no toma conciencia.

Sin embargo siempre la autoestima, con la ayuda y la mirada de los demás, puede ser reorganizada y reelaborada por medio de nuevas representaciones, acciones, compromisos o relatos. Es discutible si el concepto de resiliencia pertenece a la familia de los mecanismos de defensa del yo. Quizás se deba recurrir al poco usado concepto de mecanismos de desprendimiento del yo, introducido por E. Bibring (16), que «no tienen por finalidad provocar la descarga (abreacción) ni hacer que la tensión deje de ser peligrosa (mecanismo de defensa). Sin negar que durante el proceso se producen fenómenos de abreacción en pequeñas dosis», se trata de operaciones yoicas que apuntan a dispersar las tensiones dolorosas en otros complejos de pensamientos y emociones con efectos compensatorios; o bien, como en el trabajo de duelo, generan el desprendimiento de la libido del objeto perdido para transferirla a otros. Un tercer modo es la familiarización con el peligro para poder superarlo en forma contrafóbica. Lagache (17) siguiendo a Bibring, señala el paso de la repetición a la rememoración pensada y hablada. Para él, las operaciones de desprendimiento del yo permiten neutralizar la operación defensiva (inconsciente). Para el psicoanálisis serían mecanismos más propios de la cura que de la enfermedad; desde el punto de vista de la resiliencia constituyen la posibilidad de una continuidad de la vida en aceptables condiciones de salud mental. 

LA CONSTRUCCIÓN DE LA RESILIENCIA

No se puede abstraer el modo concebir por nuestro autor francés la construcción de la resiliencia de su concepción etológica del ser humano. Cuando dice acerca de la construcción de la resiliencia que «la genética tendrá algo que decir, pero que las interacciones precoces hablarán mucho más, mientras que las instituciones familiares y sociales contendrán lo esencial del discurso» (18), podríamos traducirlo a otras palabras suyas: «A priori, antes de hablar, es preciso que el desarrollo de mi cerebro humano esté correctamente programado; es necesario que mis ojos se encuentren con una figura de apego para suscitar en mí las ganas de hablar, y que me impregne el baño lingüístico social de los adultos que me rodean. (…) El habla ya no pertenece al cielo, sino que tiene su origen en el cuerpo, en lo afectivo y en lo social» (19)

Cyrulnik pone así en valor el carácter social de cada ser humano, cuya individualidad se construye en un campo de tensiones afectivas estructurado por palabras. Pero que en términos de la resiliencia las posibilidades de reestructuración no cesan nunca. Por eso acomete la posibilidad de trabajar con pacientes que padecen el mal de Alzheimer e insiste en que la mente de un niño, de una persona, es como un submarino que aguanta toneladas y toneladas de presión sin romperse y siempre (mientras hay vida) puede volver a flote. Para él «no hay herida que no sea recuperable. Al final de la vida, uno de cada dos adultos habrá vivido un traumatismo, una violencia que lo habrá empujado al borde de la muerte. Pero aunque haya sido abandonado, martirizado, inválido o víctima del genocidio, el ser humano es capaz de tejer, desde los primeros días de su vida, su resiliencia, que lo ayudará a superar los shocks inhumanos. La resiliencia es el hecho de arrancar placer, a pesar de todo, de volverse incluso hermoso».

EL MURMULLO DEL PASADO EN LA INTIMIDAD DEL ADOLESCENTE

«El Murmullo de los Fantasmas» es un libro de Boris Cyrulnik que se centra en la adolescencia, esa compleja y crítica etapa de la vida en la que aflora con fuerza la sexualidad en un cuerpo que se transforma y pasa a ser adulto, la identidad se constituye como una búsqueda fundamental donde los pares juegan un rol importante, el deseo de autoafirmación pone en conflicto la autoridad en general, no sólo la paterna, y se vuelve perentorio encontrar nuevos sentidos a una vida que se llena de incertidumbres. 

En esta circunstancia el pasado de la infancia del sujeto retorna como un murmullo fantasmal que lo obliga a poner los hechos y emociones en el modo de una narración a la que él mismo le va dando sentido. Para que exista un trauma debe darse dos veces la experiencia traumática: la primera en la realidad y la segunda en la representación. Es en relación a ésta donde puede instalarse el trabajo de la resiliencia. El adolescente la busca; primero en la familia y si ahí no la encuentra será con sus pares, con un docente o cualquier adulto significativo que juegue como tutor de su desarrollo resiliente. Con un entorno adecuado afectivamente que respalde su socialización, el adolescente puede rememorar sus experiencias traumáticas y ubicarlas en un relato positivo de su vida. Los fantasmas quedan conjurados.

LOS TUTORES DE RESILIENCIA

«Un tutor de resiliencia es alguien, una persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de arte que provoca un renacer del desarrollo psicológico tras el trauma. Casi siempre se trata de un adulto que encuentra al niño y que asume para él el significado de un modelo de identidad, el viraje de su existencia. No se trata necesariamente de un profesional. Un encuentro significativo puede ser suficiente. (…) Muchos niños comienzan a aprender en el colegio una materia porque les agrada el profesor. Pero cuando, veinte años después, uno le pide al profesor que explique la causa del éxito de su alumno, el educador se subestima y no sospecha hasta que punto fue importante para su alumno» (20).

Cuando comienza a contar su vida, Tim Guénard (21) nos dice que «cuando se habla de hermosas casas o de coches viejos, siempre se cuenta bellamente su reconstrucción. Pero cuando se ve a un niño que se agrieta, a un adulto que se derrumba, la gente se plantea tantas preguntas que ya ni siquiera se atreve a hacer cosas muy simples: mirar con amabilidad, tocar o hacer compañía». 

Fue abandonado por su madre. La única imagen que le quedó de ella es alejándose, de espaldas, con unas botas blancas. A él lo dejaba atado a un poste de luz en una ruta. Golpeado por su padre alcohólico, despreciado por su madrastra y sus hijos que lo confinaban en la «cucha» del perro a la intemperie. La última golpiza del padre con un palo y lanzándolo a un sótano lo deja con múltiples fracturas, un ojo reventado y un oído estallado. Despierta del coma de tres días en un hospital donde pasa tres años, curándose y volviendo a poder caminar. De un orfanato donde su aspecto físico no da la medida para que sea adoptado, es entregado, junto con otros niños, a una «nodriza» que también lo maltrata, previo paso por un hospicio para enfermos mentales donde lo envía una médica simplemente por sus antecedentes. Otro médico percibió varios meses después que no era loco. Termina en un duro correccional donde se lo rotula y estigmatiza como un niño «descarriado». Se transformó en una persona de riesgo, «echado a perder» y por lo tanto, «irrecuperable». Esas palabras dirigidas al niño, renovaban las violencias vividas. Su única esperanza era llegar a matar al padre, eso lo mantenía con vida. 

Fue ladrón, huyó de las instituciones en que lo internaban y llegó a París. Allí se encontró con dos jóvenes que le dieron una acogida amistosa, lo ayudaron, pero lo introdujeron un poco más en el delito: fue «chulo de putas» (les robaban a las prostitutas lo que ganaban) y «gigoló en Montparnasse» (eran elegidos por mujeres acaudaladas en un café de moda). 

Finalmente se encontró con una jueza (cumplía su viejo deseo de tener una madre) que lo hizo pasar a su despacho y empezó a hablar con él, le prestó atención y finalmente le consiguió trabajo en un taller de escultura. Nadie daba mucho por su duración en el trabajo y a su profesor principal, que hacía diseño industrial, enojado porque rechazó un trabajo suyo, le rompió todos los dibujos del año. El profesor paso de largo del suceso y durante dos años y medio le enseñó geometría, tecnología, dibujo industrial, etc. Dice Tim: «soñé con tener un padre como él». El diploma que finalmente obtuvo se lo regaló a la «jueza-madre» que le dio la posibilidad de lograrlo. 

Luego se encontró con un cura que atendía discapacitados. Se sorprendió al verse querido por esos chicos y se dedicó a su cuidado. Finalmente, sorprendido al conocer a los «extraterrestres», el grupo de creyentes que circulaba alrededor del cura, terminó por hacerse cristiano.

«He aquí el resumen de todo esto: crecí queriendo matar a mi padre. Pues bien, ahora quiero a mi padre. Si hoy soy un hombre feliz, con una mujer, cuatro hijos y amigos, no puedo ser lo que soy sin todo mi pasado. Cuando antes se decía que no era nada, sentía vergüenza. Cuando voy a la cárcel a visitar a los prisioneros, con frecuencia me dicen lo mismo: que se sienten «torcidos» –no es grave: imagínense que tuviéramos que arrancar de cuajo, en la Tierra entera, todo lo que esté torcido; dejaríamos de tener vino, aceite de oliva, frutas. Para las cosas torcidas se pone un tutor para que puedan dar frutos-; que se sienten «podridos» – fíjate, una manzana podrida, la tiras y quedan las pepitas. ¿Y que hay después de las pepitas? Un nuevo árbol que crece, y del árbol nuevo, nuevos frutos». Tim Guenard con esos antecedentes que pronosticaban un destino funesto para su vida, llegó a encontrar los tutores de resiliencia necesarios para terminar siendo coautor de Boris Cyrulnik, entre otros, de «El realismo de la esperanza». 

EL MOMENTO DE LA RESILIENCIA

Cuando se habla de resiliencia se plantea de inmediato su aplicación en el plano social, de salud o educativo a las poblaciones más desfavorecidas por una sociedad que genera pobreza, inequidad, exclusión, delincuencia, enfermedades de todo tipo. Pero entonces surge la sospecha. El fomento de la resiliencia en las poblaciones cadenciadas, ¿no es funcional al sistema de injusticia social que predomina?, ¿no es un parche que hace olvidar la necesidad las estructuras sociales que generan la injusticia?, ¿no estamos postergando indefinidamente su solución?, ¿se trata sólo de modificar al yo del sufriente, dejando intactos los discursos legitimadores de estructuras de poder que siguen generando injusticia, maltrato e infelicidad?

Nada más lejos del pensamiento de muchos de quienes trabajamos con el concepto de resiliencia. Precisamente Boris Cyrulnik ha marcado con mucha precisión la ubicación de la resiliencia entre los diferentes quehaceres de una sociedad y lo dice así: «Cuando un niño sea expulsado de su hogar como consecuencia de un trastorno familiar, cuando se le coloque en una institución totalitaria, cuando la violencia del estado se extienda por todo el planeta, cuando los encargados de asistirle lo maltraten, cuando cada sufrimiento proceda de otro sufrimiento, como una catarata, será conveniente actuar sobre todas y cada una de las fases de la catástrofe: habrá un momento político para luchar contra esos crímenes, un momento filosófico para criticar las teorías que preparan esos crímenes, un momento técnico para reparar las heridas y un momento resiliente para retomar el curso de la existencia» (22).

NOTAS

(*) El Dr. Cyrulnik es psiquiatra etólogo. Director de Estudios en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de Toulon. 

(**) Aldo C. Melillo es médico, psicoanalista, ex secretario de Salud y Medio Ambiente de la Ciudad de Buenos Aires, miembro del Foro Psicoanalítico de Buenos Aires y profesor de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. Consejero académico del máster en Psicoanálisis de la Escuela de Psicoterapia para Graduados y de la Universidad Nacional de La Matanza. Autor y compilador de Resiliencia. Descubriendo las propias fortalezas y de diversos trabajos psicoanalíticos.

(I) Este artículo fue publicado en el nº 85 Perspectivas Sistémicas, marzo- abril del 2005.

La visita de Boris Cyrulnik está organizada por la Lic. Elida Romano, miembro fundadora de la Asociación Parisina de Investigación y Trabajo con las Familias (A.P.R.T.F.) de París, Francia y por la Lic .Juana Droeven, Directora de la Fundación para la Investigación Clínica Familiar (F.F.) de Buenos Aires, Argentina, asociadas para invitar al Dr. Cyrulnik a Buenos Aires. Acompañan al Dr. Cyrulnik en el Encuentro Internacional, los siguientes invitados: Jorge Basile, Emilio Boggiano, Bernardo Chomski, Silvia Crescini, Elina Dabas, Juana Droeven, Lucila Edelman, Roberto Ferro, Emiliano Galende, Silvia Gomel, Estrella Joselevich, Luis Juri, Marta López Gil, Denise Najmanovich, Aldo Melillo, Isabel Mikulic, Cristina Ravazzola, Cynthia Szevach, Nieves Tapia, Graciela Zarebski, Rubén Zukerfeld.

(1) www.muyinteresante.es/canales/muy_act/entrevi/entrevis29

(2) y (4) http://elmundolibro.elmundo.es/elmundolibro/2003/10/01/no_ficcion

(3) En Resiliencia – Descubriendo las propias fortalezas, Aldo Melillo y Néstor Suárez Ojeda (comp.), Buenos Aires, Paidós, 2001, Pág. 83 y sig.

(5) Cyrulnik, Boris, La maravilla del dolor , Barcelona Granica, 2001

(6) Birbring, Edward, «The conception of the repetition compulsion», Psycoanalitic Quaterly, vol XII, N° 4, 1943.

(7) y (22) Cyrulnik, Boris, Los patitos feos, Barcelona, Gedisa, 2002.( páginas 26 y 215).

(8) Gampel, Yolanda, «El dolor de lo social», Psicoanálisis, Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, Vol. XXIV, N° 1 y 2.

(9) Cyrulnik, Boris, La maravilla del dolor, Barcelona, Granica, 2001.

(10) Melillo, Aldo, «Realidad social, psicoanálisis y resiliencia», en Resiliencia y subjetividad, Melillo A., Suárez Ojeda, N. y Rodríguez, D. (comp.), Buenos Aires, Paidós, 2004, pag. 71.

(11) Zuckerfeld, Rubén, «Psicoanálisis actual: tercera tópica, interdisciplina y contexto social», presentado en el III Congreso argentina de Psicoanálisis y II Jornada Interdisciplinaria, Córdoba, 1998.

(12) Op. Cit.

(13), (14) y (20) http://resiliencia.cl/opinexp/

(15) Freud, Sigmund, (1914) Introducción al narcisismo, OC, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, Vol. 14.

(16) Op. cit.

(17) Lagache, Daniel, «Psychanalise et structure de la personnalité, en La Psychanalise, Vol. 6, 1958. 

(18) Cyrulnik, Boris, La maravilla del dolor, Barcelona, Granica, 2001, pag. 193.

(19) Cyrulnik, Boris, Del gesto a la palabra, Barcelona, Gedisa, 2004, pag. 110.

(21) Guénard, Tim, Más fuerte que el odio, Barcelona, Gedisa, 2003 y en El realismo de la esperanza – testimonios de experiencias profesionales en torno a la resiliencia, Barcelona, Gedisa, 2004, «La encarnación de la resiliencia», página 71.

6 Respuestas a “Sobre Resiliencia. El pensamiento de Boris Cyrulnik”

  1. La resiliencia vemos que se define como la capacidad de los seres humanos sometidos a los efectos de una adversidad, de superarla e incluso salir fortalecidos de la situación. En contenido del artículo podemos ver que en cada situación traumática hubo pruebas difíciles especialmente en la etapa de la niñes, y que aun en esas pruebas seguimos siendo nosotros mismos, y que por más difícil que se vea el panorama, puedes encontrar la clave que es el amor, los afectos la solidaridad y el trato con el ser humano la que puede ayudarte a ver una oportunidad aun en medio del fracaso.

  2. Definitivamente la resiliencia es un tesoro que no tiene valor ……es posible recupererar una vida aunque no halla tenido un comienzo fortuito y favorable ..El ser humano será capaz de salir adelante y renacer por medio de la resiliencia…..

  3. La resiliencia, es la fortaleza que nos ayuda a emerger de las cenizas y tener la fortaleza para vivir bien y ser útiles cuando la adversidad trata de asernos
    inútiles

  4. Me ha ayudado mucho y he aprendido, del concepto de resiliencia del Dr. Cyrulnik. Me impresionó en especial el concepto de «Oximorón» que, aplicado al psicoanálisis, plantea que un trauma, produce una división en la mente de una persona: mientras una parte produce «necrosis», la otra se aferra a la vida. Ese es el principio de la resiliencia…

  5. Había escuchado algo de Resiliencia, pero nunca tan explicativo y extenso como lo hace el Dr Cyrulnik usando la psicología del Oximoron.
    Aprendí que la Resiliencia es la capacidad que tenemos de aferrarnos a la vida cuando somos golpeados por un trauma.

  6. QUE INTERESANTE LO LEIDO EN ESTE CAPITULO REFERENTE A LA CAPACIDAD DE OBTENER CAMBIOS DESPUES DE SUFRIR TANTOS TRAUMAS, ENCONTRARSE CON LA MISMA MUERTE SOPORTAR Y TENER EL VALOR DE CONTINUAR EN LA LUCHA DE LA EXISTENCIA Y LOGRAR ESTUDIAR OBTENER TITULOS PROFESIONALES ESTO ME AYUDA A SEGUIR ADELANTE EN ALCANZAR MIS SUEÑOS SI OTROS LO HAN LOGRADO YO TAMBIEN PUEDO QUE GRAN ENSEÑANZA.

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