Gloria y miseria de la pareja

Fragmento

La formación de la pareja

Se puede afirmar que el deseo es la principal motivación que empuja dos seres a encontrarse para ligarse en una experiencia compartida. Destinados a complementarse en la búsqueda y en la realización del placer, la resolución de la pulsión se materializa a través del apareamiento carnal del que serán protagonistas.

Se entiende que otras formas de encuentro existen en el inmenso repertorio de las relaciones interpersonales, pero ellas no interesan en el marco de este trabajo. Es útil convenir, además, que diferentes pórticos permiten el acceso a la condición de pareja y que sólo uno de ellos será evocado en este texto. Cualquiera que sea la referencia, el deseo, como se verá, es el elemento central de la reflexión propuesta.

Este encuentro, como se decía en el primer párrafo, puede provocar vivencias sensoriales, espirituales y aun amorosas de una intensidad particular pero, cualquiera sea su valor y fuerza, esto no basta para conformar una pareja. La relación sexual no conlleva un proyecto y un futuro, está marcada por lo efímero, lo anónimo y por la inmediatez de la búsqueda de placer y de la resolución de la pulsión del instante.

El deseo, la experiencia sensorial y sexual crean sin embargo un sentimiento estético de la relación. Exultantes de confianza, gracias a inefables alquimias, los amantes van a construir una representación de su encuentro que les incita a perpetuar la relación.

El deseo es la génesis de la pareja y la pareja legitimiza el deseo.

A diferencia del apareamiento, la pareja define un territorio que le pertenece y un proyecto que busca perennizarla. Comunica a la sociedad su existencia, sale del anonimato para reivindicar un derecho que le acuerde legitimidad y la proteja.

Existen expectativas, esperanzas, compromisos y contratos que tienden a la continuidad y a la estabilidad de la relación.

El casamiento, en tanto que ritual de pertenencia (como lo son también otros rituales de este tipo), señala la intención de dos personas a participar y a implicarse en un proceso, que estiman suyo propio, inscripto en un tiempo y en un espacio social. 

Como fue dicho precedentemente, marcan un territorio, señalan a la colectividad la intención de vivir juntos; convienen que ninguna persona vendrá al interior de su territorio a solicitarlos como compañero de otra pareja y que se abstendrán de solicitar a otros, externos a su espacio existencial.

El casamiento define un vínculo de alianza y crea lazos entre dos seres, dos familias, entre personas que, hasta entonces, eran anónimas.

El proceso de casarse. Casándose

El proceso de casarse, (que comienza el día del ritual de casamiento), se llama «casándose» verbo pronominal (ellos se casan) que evoca la noción de proceso y que permite comprender el carácter dinámico de la acción, a diferencia de la palabra casados -que declina de casamiento- y que connota un estado fijo y terminado. El casamiento «conyugaliza» a los protagonistas que no están todavía casados. Casándose formarán un matrimonio.

La ceremonia de casamiento es sincrónica, es decir que ambos participantes se encuentran en el mismo lugar al mismo tiempo pero el proceso de casarse es a-sincrónico: los dos protagonistas no se casan al mismo ritmo ni con la misma convicción de manera que cuando uno se estima casado el otro puede persistir soltero durante largo tiempo todavía.

Esta a-sincronía va a marcar la existencia de la pareja. 

Uno de los cónyuges puede hacer esfuerzos para que el otro se case, invitarlo, suplicarle, incitarlo, esperarlo pacientemente a que se decida hacerlo.

Puede reprocharle abiertamente o en forma velada su no casamiento o decidir luego de una larga espera, que no va a ligarse finalmente a él. 

En el marco de la a-sincronía uno de los protagonistas puede percibir su casamiento como una experiencia exterior a él, sentir que la situación no le atañe, situarse como espectador de una historia de otros en la que él no participa como actor.

Ciertos eventos de la vida influyen en el proceso de casarse (casándose) retardándolo o por el contrario acelerándolo, pero este efecto es idiosincrásico de cada pareja: lo que para unos es un obstáculo para otros servirá de acelerador. No hay eventos que contengan en si la calidad de acelerador o retardador.

La falta de trabajo por ejemplo, puede mantener un joven matrimonio en un estado de dependencia económica de los padres o por el contrario empujarlos a autonomizarse y partir lejos de ellos, un casamiento censurado por una familia de origen puede retardar el proceso o activarlo, es el caso igualmente, de un hijo discapacitado, de una enfermedad, de un promoción profesional, etc. 

En la mayoría de los casos los protagonistas terminan por casarse. Cuando esto tiene lugar, es porque llegan a un estado donde son capaces de aceptar la diferencia y la singularidad del otro y son capaces de decir «yo quiero amarte como tal como tu eres, es contigo con quien yo deseo vivir» Sin embargo este estado de comunión y de aceptación se produce mucho tiempo después de la ceremonia del casamiento y algunas veces no se producirá jamás.

El «casándose« no concluye forzosamente en casamiento y en formación de una pareja aunque haya existido un matrimonio.

Ser la esposa o el esposo de alguien no es lo mismo que estar casado con esa persona. Frecuentemente se observa en terapia de pareja que aquellos que están ligados por la ceremonia del casamiento (o de otros rituales equivalentes) no son por lo tanto esposos. Esta diferencia puede no ser percibida por los consultantes o por el terapeuta.

Representación de la pareja

La pareja emerge como una dimensión supra individual; el concepto hace alusión a un conjunto de dos unidades que tienen algo en común, una fuerte atracción las liga y mantiene la cohesión. Las palabras participantes, protagonistas, cónyuges, evoca la noción de díada, de dúo compuesto por individualidades.

Se entiende que en la pareja existe una complementariedad profunda, que se trata de una unidad, de un estado mucho más evolucionado y completo y que va más allá que coexistir o compartir una vida en común.

Se trata de una co-construcción, imposible de realizar individualmente, es la consecuencia de una voluntad de ambos destinada a construir esta instancia supra-individual. 

La pareja se construye a condición que las dos personas implicadas se encuentren al mismo tiempo en el es pacio de la construcción; la abnegación o la determinación de uno de ellos no es suficiente para lograr que ella exista.

La separación o el divorcio significan precisamente que las abnegadas acciones o la omnipotencia de uno solo de los cónyuges no ha alcanzado para que la pareja viva.

Corpus 

Gracias a esta co-construcción, la pareja deviene una imagen mental compartida, una especie de corpus inmaterial que constituye una representación psíquica de la relación existente entre los dos seres. Este corpus emerge de la pareja, vive en ella, se instala en su espacio como un fantasma que la protege o la amenaza, ángel o demonio, según que esta representación sea percibida como protectora o persecutoria. Los cónyuges viven una experiencia subjetiva en relación con este fantasma que evoca control, guía, amenaza, protección, abandono, o lo que sea.

Esta representación de la pareja va a provocar sorprendentes comportamientos reactivos y conductas adaptativas particulares. Los hombres y las mujeres reaccionan diferentemente según sea su singular historia personal.

Algunas veces los hombres viven el corpus (o sea la representación de la pareja) como una experiencia que los asfixia, que les priva de la libertad, representación que los lleva a mentir, defenderse, fugar… Las mujeres lo viven como un elemento protector, como una seguridad ante las turbulencias del medio ambiente, lo perciben como aliado para proteger a los niños y ayudarlos a crecer. Múltiples reacciones ante este cuerpo inmaterial omnipresente, serán el resultado y el motivo de interacciones conflictivas, malentendidos, frustraciones y ajustamiento de cuentas que agotaran a los miembros de la pareja sin entender por lo tanto, las razones del desagrado…

NOTAS

(*) El Dr. Perrone es psiquiatra, terapeuta de familia y de pareja. Profesor en el Master de Psicología de la Universidad de Savoya en Chambery, Francia; en el Instituto de Ciencias de la Familia de la Universidad Catolica de Lyon, Francia; en el post-grado de la Universidad Católica de Montevideo, Uruguay; en el Master de Trabajo Social de la Universidad Complutense de Madrid, España. Es director del IFATC (Instituto de Formación y de Aplicación de Terapias de la Comunicación) de Lyon, Francia. Ex consultante de la Sauvegarde de L’Enfance en Lyon. Formador y supervisor internacional en Terapia Familiar y Terapia Breve. Es autor de «Erotismo, fantasma y pasión», «Gloria y miseria de la pareja», «Reliencia y Resiliencia, un ensayo sobre el dolor», «La falta, el arrepentimiento y el perdón en terapia» en Cuatro artículos elementales, ediciones Reel, 2006; La Génesis de la violencia, la Ley y la Interacción Violenta en «Violence Subie, Violence Agie», Ed. Jeunesse et droit, 2000; El Rol de las Patologías Mentales, del Alcoholismo y del Contexto Familiar y Social en los Autores de Agresiones Sexuales en «Psicología y Tratamientos Actuales de los Autores de Agresiones Sexuales», Ed. John Libbey, 2002; Violencia y abuso sexual en la familia, Ed. Paidos, 1998; Y de numerosos artículos entre ellos: «La Génesis de la Violencia, la Ley y la Interacción Violenta » (1ª parte y 2ª parte en Perspectivas Sistémicas Nº 67 – Julio / Agosto 2001 y Nº 68 – Septiembre / Octubre del 2001. E-mail: Ifatclyon@aol.com

(Lea el texto completo en Perspectivas Sistémicas Nº 93 en kioscos y librerías)

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