Publicado en el número especial 94/5
Fragmento
Uno de los efectos colaterales de la sociabilidad de los seres humanos es que somos permeables a las opiniones de los otros. Este rasgo, necesario para vivir en sociedad, nos ayuda a calibrar nuestra actuación social y mantener nuestras guías éticas. Tiene el efecto de organizar no sólo nuestra opinión de la opinión que los otros tienen de nosotros sino que, reflexivamente, nuestra opinión acerca de nosotros mismos (parte de lo que Laing et al. 1965, llamaron «la espiral de las relaciones recíprocas»).
Este proceso de calibración social tiene un correlato o componente crucial, a saber, las emociones que forman parte del proceso mismo.
Esta nota se centrará solamente en dos de las emociones relacionales desagradables, la experiencia de vergüenza –en la que cargamos sobre nosotros mismos la culpa por todo despliegue público de nuestras debilidades, disparando el deseo de desaparecer de la escena en la que hubo testigos («¡Trágame, tierra!»), y humillación –en la que ubicamos en los otros la responsabilidad por la calidad negativa de su testimonio que nos hace sentirnos vistos o tratados injustamente, disparando el deseo de descalificar o atacar al testigo, percibido como la fuente del proceso social desagradable («¡Venganza!»)1.
Debe quedar en claro que ambas emociones pueden cumplir una función importante como parte del sistema de señales de alarma que nos informa acerca de desviaciones (notadas por nosotros mismos o informadas por los demás), nos permite corregir desviaciones del comportamiento social aceptado en la comunidad así como desviaciones a nuestros propios estándares éticos, y nos estimula a incorporar y repetir comportamientos que evocan emociones sociales positivas. Ni que decir que estas señales son parte importante del proceso de socialización. En otras palabras, las experiencias moderadas o circunstanciales de vergüenza y aun de humillación merecen ser bienvenidas. Con todo, cuando una u otra de esas emociones invaden el self, o reaparece una y otra vez en una variedad de experiencias sociales del sujeto, estamos pasando de lidiar con emociones pasajeras y útiles a lidiar con experiencias reiteradas y torturantes. Entramos así en el terreno del sufrimiento humano que es objeto de la actividad psicoterapéutica. Las matrices que se discutirán más abajo se aplican fundamentalmente a ese tipo de circunstancia.
Una de las razones de haber seleccionado estas dos emociones es que, a diferencia de otras, ambas son «emociones sociales», es decir, requieren la presencia de un tercero, el testigo (a veces internalizado, pero generalmente externo). La otra razón es que existe un equilibrio relativo entre estas dos emociones (y estos dos mecanismos psíquicos, la externalización y la internalización), por el cual, cuando están presentes, la dominancia de una en la esfera emocional reduce la presencia del la otra.
El impacto relacional/emocional de toda situación individual o colectiva que nos expone ante los ojos y oídos –la opinión– de los otros de una manera potencialmente negativa varía de estilo personal a estilo personal, de historia a historia, y de circunstancia a circunstancia, y también depende del estilo y la naturaleza del testigo de ese evento. Examinemos este párrafo en mayor detalle.
«Toda situación» cubre la gama de las situaciones humanas en contexto en las que hay un testigo («los ojos y oídos –la opinión– del otro».) Y, de hecho, con muy pocas excepciones, la gama completa de las situaciones sociales –desde que nuestras tripas hagan ruido en público hasta que estemos ayudando a un vecino en apuros, desde actos triviales hasta actos heroicos o viles– pueden transformarse en fuentes de vergüenza o de humillación, dado un contexto y/o un testigo con ciertas características.
«Nos expone… de una manera potencialmente negativa» puede incluir múltiples situaciones en las que o bien uno mismo supone una posible observación crítica por parte del testigo («¿Se habrá dado cuenta de que me había olvidado de cerrarme la bragueta?» «¿Me vio alguien cuando me caí de la bicicleta?» «¿Habrán supuesto de que yo fui quien hizo llorar a ese niño cuando, en realidad, estaba solamente tratando de consolarlo?») o de hecho el testigo o los testigos expresan su opinión negativa (se ríen de nuestro traspié, o nos acusan implícita o explícitamente de que hemos hecho algo que no hemos hecho… o que si hicimos suponiendo que no había testigos, o que, si los había, eran testigos benévolos).
«Varía de persona a persona».
Esta variable incluye varios ejes.
Un eje tiene que ver con grados de sensibilidad a la opinión de los demás. En un extremo del espectro se encuentra quienes son impermeables, indiferentes o insensibles a la opinión ajena. En el mundo social estos sujetos son rotulados de » crueles,» a veces «explotadores» o «manipuladores», y en el campo de la psicopatología suelen ser diagnosticados como «sociópatas» o a veces «narcisistas. » El otro extremo corresponde a sujetos extraordinariamente sensibles a la opinión de los demás –algún «otro» selectivo o bien «el otro» generalizado–, a quien el sujeto atribuye de manera estereotipada (¡y no necesariamente equivocada!) una actitud crítica o negativa. Estos individuos suelen ser rotulados socialmente como «tímidos,» «inseguros,» «hipersensibles» , o bien «fáciles de ofender.» La sensibilidad extrema a la opinión de los otros los lleva o bien a un aislamiento social –para rehuir la tortura del escrutinio–, a las relaciones de dependencia –donde el comportamiento del sujeto esta dictada por el otro–, o a actuaciones sociales recurrentes en las rehuyen activamente o confrontan a quienes atribuyen un supuesto juicio negativo (a veces, para sorpresa del otro.)
La otra variable, cruzada con la anterior y ya mencionada de manera implícita en las descripciones previas, corresponde al espectro que va de la predominancia de mecanismos de internalización a la predominancia de los de externalización por parte del sujeto. Se trata de procesos psíquicos (derivados en parte de experiencias previas de procesos interpersonales) mediante los cuales o bien incorporamos la responsabilidad y asumimos la falta o bien la expelemos y atribuimos a los otros la responsabilidad de acusarnos injustamente. Estos mecanismos son prácticamente universales (con la probable excepción de los individuos «impermeables» mencionados más arriba). Si bien coexisten en grados diversos dependiendo de las circunstancias, uno u otro tienden a dominar en distintas personas, a veces selectivamente –por ejemplo, cuando interactúan con sus progenitores, o cuando son entrevistados–, a veces de manera estable.
La prevalencia de un estilo internalizador o externalizador en una persona dada resulta de una combinación de mandatos de la cultura, historia personal, y probablemente proclividades genéticas. Individuos con rasgos dominantes de internalización tenderán a asumir para sí toda atribución negativa mencionada por (o atribuida a) el otro, sin evaluar la naturaleza de la fuente o del contexto del juicio negativo. Una persona que acaba organizando su vida para evitar el sufrimiento cotidiano de la experiencia de vergüenza será probablemente rotulada en la jerga psicopatológica como «personalidad evitativa». A su vez, individuos cuyo rasgo social dominante es la externalización tenderán a suponer en el otro a priori un módico de hostilidad o intención maligna y a reaccionar a todo comentario expresado por (o atribuido a) el otro, sin sopesar la naturaleza de la situación ni de el contexto del juicio atribuido. En la jerga psicopatológica la prevalencia de ese estilo de visión del mundo suele conducir a un rótulo de «personalidad paranoide».
«Varía de historia personal a historia personal».
Las experiencias de la historia personal –a partir del nacimiento– contribuye a facilitar la expresión de uno u otro estilo relacional, así como su expresión más fluida y adaptada al contexto o más descontextualizada, en una u otra dirección. Hay evidencia de que cuanto más extremas y reiteradas las experiencias tempranas, más rígidos y descontextualizados serán los estilos adoptados.
«Varía de circunstancia en circunstancia».
Las circunstancias pueden ser deconstruidas en situaciones –las acciones, la trama, es decir, «que»–, actores –personajes centrales y secundarios, es decir, «quienes»– y contexto –la escenografía, es decir, «dónde y cuándo» ocurre lo que está ocurriendo. En otras palabras, las «circunstancias» son las narrativas que los actores construyen con los elementos mencionados, a saber, acción/actores/contexto. Posibles proclividades genéticas, las experiencias de vida, la cultura, los estilos de socialización, contribuirán a calibrar de manera diferente estos elementos y organizarán historias más o menos consensuales o sui géneris, más o menos equitativas o sesgadas.
«Varía según las características relacionales y el estilo del testigo del evento».
Las características interactivas del testigo tienen un efecto crucial en la manera en que el individuo construye el impacto (emocional, pragmático) de todo acto social, aún más si ese evento posee un componente de ambigüedad en términos de la posición social resultante para el individuo. Los testigos pueden ser simples observadores del evento –un paseante que nos ve resbalar y caer de bruces en la vereda (¿se muestra solidario, indiferente, burlón?), una enfermera que está desinfectando una lastimadura producto de una paliza (¿se comporta de una manera empática, indiferente, crítica?)–, o personajes activos del evento –un torturador o un violador que acompaña su acto con comentarios despectivos o degradantes, un padre que se burla del llanto de su hijo después de haberle pegado. Pero poseemos además observadores internalizados –desde la «conciencia moral» hasta las figuras materna o paterna–, que juzgan nuestras propias acciones como testigos a veces amables y tiernos, a veces severos y sádicos…
NOTAS
1 Entre los autores que han explorado en profundidad este tema merece citarse a Miller (1993) y Lindner (2006).
(*) El Dr. Carlos E. Sluzki, MD es Profesor del College of Health and Human Services and Institute for Conflict Analysis and Resolution. George Mason University. (CHHS)4400 University Drive, MS 5B7. Fairfax, VA 22030. Es asesor editorial y ha publicado numerosos artículos en Perspectivas Sistémicas, muchos de los cuales se hallan publicados en Perspectivas Sistémicas On Line: www.redsistemica.com.ar, artículos on line.
(Lea el texto completo en Perspectivas Sistémicas Nº 94/95 en kioscos y librerías, o consígalo llamando al: (5411) 4831-0400