Análisis psicológico a propósito de la película
Parte I
Hay tres fuentes básicas que buscan describir la realidad: la historia, los medios de comunicación y el arte. De los tres, el arte es el que más se aproxima a la realidad. Las películas como tal, casi siempre intentan fotografiar aspectos de la realidad humana. La película «Joker» –que describe al popular personaje de DC Comics, conocido por ser archivillano de Batman– que está rompiendo taquillas, no es la excepción. Se trata de un film, dirigido por Todd Phillips, que nos sumerge en el infravalorado mundo de la salud mental, con un sentido profundamente humano.
El personaje del Joker es protagonizado por Joaquín Phoenix, quien, por su descollante actuación, probablemente gane el Oscar a mejor actor. En la película hay una riqueza psicológica profunda por explorar. He ahí lo valioso de este film.
Algunos han dicho que es problemática y que romantiza la violencia, pero otros aseguran que es una película necesaria. Dicen que promueve la violencia, a pesar de que ella ha existido desde siempre, aun cuando no había películas.
Claro que, si sólo nos quedamos mirando la violencia del Joker –como quienes sólo miran la rebeldía de sus hijos–, la desaprobaremos; pero, si hacemos el esfuerzo de mirar más allá de Joker y nos detenemos a evaluar su historia y su familia, como quien se mira a sí mismo como padre, reflexionaríamos –y hasta podríamos descubrir con asombro– dónde puede radicar el origen de tanta violencia y rebeldía. Eso es lo interesante: que «Joker» pone el dedo en la llaga al describir magistralmente la historia clínica de cómo se incuba un trastorno mental. En muchas de sus frases claves de Joker podemos analizar la narrativa de una persona sufrida, marcada por una historia de desamor, que termina convertida en un trastornado mental.
Es evidente que Joker padecía de un mosaico de trastornos psicológicos, empezando por una psicosis innegable, caracterizada por su delirio de grandeza de héroe disfrazado de villano; renuncia a ser Arthur Fleck –su verdadero nombre– y pide que le llamen «Guasón», renunciando así a su propia identidad para asumir otra. Delira con ser un payaso feliz que, en el fondo, encubre a un hombre infeliz. Tiene también profundos rasgos sociopáticos que lo llevan a matar sin sentir culpa, como cuando mata a su madre, aunque antes, tanto ella como otros ya lo habían asesinado psicológicamente a él.
Además, sufría de una depresión crónica, evidenciada en su soledad y en su tic de risa forzada detrás de la cual escondía su profunda tristeza. Tampoco estaba ausente la neurosis, expresada en la fuerte ansiedad que buscaba aplacar a punta de cigarrillos… ése era Arthur: un coleccionista de síntomas y diagnósticos que hicieron su vida miserable y angustiante, como la de miles de seres humanos que sufren de trastornos mentales y no son comprendidos: ni siquiera por sus propias familias, mucho menos por la sociedad que los rodea.
Pero, ¿cómo es que un(a) inocente llega a convertirse en un monstruo amenazante?, ¿cómo es que Arthur, el niño bueno, se convierte en el Guasón, el adulto malo, que termina siendo un demente criminal?, ¿cómo es que una persona llega a desarrollar un trastorno mental?, ¿dónde es que toda patología psicológica hunde sus raíces?. Un gran sector de la psiquiatría clásica, con su ideología biologicista, nos ha hecho creer que la mayoría de trastornos mentales tiene un origen genético, que la mayoría de personas trastornadas tienen una predisposición genética con la que han nacido y que están condenados a vivir para siempre con su mal; para felicidad de la industria farmacéutica y el enriquecimiento de los dueños de grandes laboratorios, que harán a los pacientes dependientes de sus pastillas, pero que no los sanará.
No se nace con un trastorno mental, puesto que un feto inicia la concepción casi a la perfección; se forma una patología en el ambiente en el que crece, desde que está en el vientre materno. Puede haber excepciones, pero son sólo eso. No es la genética la responsable de una perturbación mental, sino los vínculos insanos en que crece un feto y un niño los que lo pueden llevar a enfermarse psicológicamente. No es la biología cerebral, sino las relaciones insanas las que generan patologías. Nuestro axioma es que toda personalidad insana se incuba en vínculos insanos. Arthur –ésta es su verdadera identidad y me niego a llamarle Joker (el bufón) o Guasón– no tuvo una predisposición genética para ser un demente criminal, lo que tuvo fue una atmosfera relacional que lo convirtió en tal. No justifica su acción, pero sí la explica.
Todo(a) niño(a) necesita llegar y crecer en un ambiente relacional caracterizado por el amor, lo único capaz de garantizar su salud mental. Amor, que nunca estuvo presente en la vida de Arthur, como bien lo dice él: «en toda mi vida, nunca tuve un momento de felicidad». Un niño infeliz es un potencial adulto perturbado. Es en una infancia infeliz, signada por el desamor, donde se incuban las grandes psicopatologías humanas. Casi todas las enfermedades psicológicas y también muchas de las físicas tienen su origen en el desamor (Maturana, 1993). Ése es el nido donde crecen los grandes trastornos de personalidad. Por ello, otro axioma nuestro es que, detrás de toda personalidad insana, existe siempre una historia de desamor que explica dicha conducta. Desamor que se expresa en vínculos insanos capaces de destruir la identidad de un niño, como pasó con Arthur. Sumerjámonos, pues, ahora, en la historia de desamor de nuestro sufrido personaje, cuya existencia queda plasmada en un extraordinario libreto del que quedé profundamente conmovido y gratamente sorprendido cuando vi la película.
Desde nuestra postura terapéutica, creemos que son cinco los principales vínculos insanos en que se expresa el desamor y que dañan la psiquis de una persona. Varios de ellos estuvieron presentes en la vida de Arthur. El principal fue el vínculo insano de la desconfirmación (Watzlawick, 1969), que es el tipo de maltrato psicológico más dañino de todos y hace que el niño se sienta que no existe para las personas más significativas de su vida, como son sus figuras paternas, y que su existencia no es importante para ellos. Ésa fue la experiencia de Arthur, quien tuvo una madre para la que no existía, ya que ella vivía aferrada al pasado, y sólo le importaban sus recuerdos y la esperanza de ser rescatada por aquel hombre rico que la embarazó. Por eso vivía en la compulsión de enviar cartas que nunca recibía respuestas. Se estancó en una sobre-conexión con el padre, pero nunca pudo llegar a conectarse con el hijo. Arthur era invisible para ella, como tampoco existió para su padre.
Eso es lo que llamamos Desconfirmación: padres que se desentienden de sus vástagos porque andan muy ocupados en sus propios quehaceres laborales, conflictos conyugales o frustraciones personales, invisibilizando a sus hijos y, por ende, desconfirmándolos. Lo peor es, que después de decirles implícitamente «no existes para mí», les exigimos explícitamente una existencia exitosa y feliz, sin importar lo que ellos piensan y sienten. Ésa es una doble desconfirmación, y es lo que hizo la madre de Arthur al decirle «siempre debes sonreír», «debes ser feliz» y «tu misión es hacer reír a los demás»; en otras palabras: «actúa como feliz, y no importa si tú eres infeliz». El meta-mensaje es «no seas tú, tienes que ser otro».
Por eso, no es de extrañar que Arthur diga «nunca existí para los demás… yo mismo llegué a pensar que no existía ni para mí mismo». Ése es el sentir exacto de alguien que vivió en el vínculo insano de la desconfirmación. He ahí el embrión de una futura personalidad psicótica. No se nace así, lo hacen así. Nadie puede existir sintiéndose un don nadie y sin identidad; por eso, como un mecanismo de defensa, necesita construirse una identidad alternativa con la que sienta que existe y que es alguien importante: soy Napoleón. A Arthur, su familia le negó la posibilidad de configurar su propia identidad, obligándolo a construirse una identidad prestada de un personaje cruel, vengativo y sanguinario; como lo era el Guasón
No importa el precio que haya que pagar, lo importante es que exista y sea reconocido. Siendo «Arthur», es un don nadie marginado; pero, ahora, como «Guasón», es alguien reconocido. Porque, claro: si mi Yo real es despreciado, me invento un Yo irreal que me garantice ser valorado; no importa si soy reconocido por ser malo y eso me autodestruya, lo importante es ser reconocido y que los demás se percaten de que existo.
Parte II
El famoso novelista, William Faulkner, en su novela «Las palmeras salvajes», nos dice: «Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor»; es decir, entre no existir y el sufrimiento, escojo sufrir. No importa ser un marginado y perseguido por la policía; lo importante es que ahora existo, al precio que sea. Por eso, la conducta de un niño problemático o un adolescente rebelde es, muchas veces, la conducta de un hijo que está gritando «yo existo y soy importante» y que suplica que se vinculen sanamente con él. Por eso detrás de la vestimenta y el maquillaje de Joker, se escondía un ser humano que buscó desesperadamente poder existir, ser aceptado, escuchado, comprendido, amado, respetado… quiso ser Arthur Fleck, pero terminó siendo el Guasón.
Muchas veces, los hijos terminan siendo lo que los padres no quieren que sean, pero que, sin darse cuenta, fue el guion que escribieron para su vida. Arthur terminó convertido en ese personaje maligno llamado Guasón, porque su familia le escribió ese guion desde el vínculo insano de la desconfirmación; que no es otra cosa que el asesinato psicológico de un hijo, porque se le destruye su identidad. A esto, muchos hijos podrían decir «mamá, papá, yo sería el hijo perfecto que quieren si al menos me hubiesen prestado atención». Pero muchos viven abandonados afectivamente y huérfanos emocionalmente.
Otra frase clave en la que se revela la narrativa psicótica de Arthur es cuando se repite a sí mismo, intentando creérselo de verdad: «mi vida no es una tragedia, sino una comedia». Aparece, así, el delirio, síntoma principal del psicótico, que detona en la vida de Arthur, y que consiste en negar la realidad dolorosa para escapar a un mundo irreal de aparente felicidad. No quería ser consciente que su vida era una triste tragedia, por lo tanto, necesita huir a un mundo inventado de alegre comedia. Porque nadie puede vivir sumergido en un mar de angustia, sintiéndose que no existe para las personas más significativas de su entorno, que es una de los peores tragedias que puede vivir un ser humano, mucho más cuando es un niño(a). Frente a esa experiencia angustiante siempre buscará asirse al salvavidas de algún relato que lo mantenga a flote; por esta razón, Arthur se embarca en la idea delirante de que su vida es una comedia, como un mecanismo de defensa que lo libre de naufragar en su dolorosa realidad de ser una tragedia. Significa que no puedo vivir en la tragedia de sentirme un don nadie; por lo tanto, necesito pensarme que soy alguien, aunque mi vida se convierta en una comedia. Porque si mi Yo real experimenta la vida como una tragedia, necesita inventarse un Yo irreal donde pueda experimentar la vida como una comedia.
Puesto que no se puede vivir en una profunda angustia existencial constante, se tiene que escapar a un mundo irreal en el que la vida es una profunda alegría. Al no poder vivir con la identidad propia, se busca una identidad alternativa que le garantice el reconocimiento que le fue negado (Linares, 2010). Por eso Arthur se niega a ser él mismo, el sujeto que vive hundido en el abismo de la tragedia, escapando de su propia identidad para adquirir una nueva, como la de Guasón, el payaso bufón, en el que pueda experimentar la vida desde la cumbre de la alegría. Muchas veces, autoengañarse es un asunto de sobrevivencia psicológica para soportar el dolor de la tragedia. La psicosis es el autoengaño extremo; en la que renuncia a ser uno mismo, alguien infeliz, para convencerse que es otro, pero alguien feliz.
La otra patología concomitante a la esquizofrenia que Arthur padecía era una profunda depresión que se evidenciaba en su narrativa «quiero que mi muerte tenga más sentido que mi vida»; es decir, que nos está metacomunicando: «mi vida no tiene sentido, mi muerte lo tiene más». Valora más la muerte que la vida, un sentimiento típico de un depresivo con ideas suicidas, en la que no encuentra un propósito definido para su existencia. Pero si una psicosis se incuba en el vínculo insano de la desconfirmación, la personalidad depresiva se anida en una descalificación (Linares, 2010) no exenta de rechazo. Si el mensaje del primer vínculo insano es «tu no existes para mí», el mensaje de los otros dos es «tu existes, pero no me gustas ni quiero estar contigo». Ésa fue otra vivencia insana de desamor que Arthur sufrió a lo largo de su vida: el implacable rechazo al que fue sometido. Fue rechazado por su padre ausente, por su madre indiferente, por la burla de sus compañeros de colegio, por el desprecio de una potencial enamorada, por la indolencia de un jefe que lo despide del trabajo, por la desidia de un gobierno que le retira las pastillas que le daba y hasta por un conductor de televisión que sólo lo invitó para mofarse de él.
Toda la vida de Arthur estuvo signada por la tragedia del rechazo y la desconfirmación; por eso, no es extraño, que la quiera convertir en una comedia, en la que hasta su propio cuerpo colaboró en ello. Porque parte de la «comedia» de Arthur fue desarrollar un trastorno neurológico llamado Labilidad Emocional o Síndrome Pseudobulbar, una enfermedad caracterizada por episodios de ataque de risas (o llanto) repentinos, descontrolados y fuera de lugar; que aparecen cuando el paciente desea llorar o está nervioso; y son episodios que pueden durar minutos, a la vez que pueden causar vergüenza, aislamiento social, angustia y depresión. Arthur padecía de todo eso, pero intentaba negar su depresión, construyéndose la narrativa «mi vida es una comedia». Pero todo aquello que no explosiona por fuera, va a implosionar por dentro. He ahí el origen de muchas enfermedades psicosomáticas. Así es como Arthur negaba su depresión afirmando que su vida no era una tragedia, sino una comedia; pero, cuando negamos algo con nuestra psiquis, nuestro cuerpo reclama y se puede producir un corto circuito en nuestro sistema nervioso, que se puede traducir en un trastorno neurológico como el que Arthur sufría.
Porque, lo que el alma calla, el cuerpo habla. Negar la tristeza de su alma hizo que su cuerpo hablara a través de un síndrome; lo que demuestra que muchas enfermedades físicas y/o psicológicas pueden ser simples metáforas, que esconden el mensaje de una realidad dolorosa que nos resistimos a aceptar. Arthur prefería vivir en la mentira de una risa que en la verdad de un llanto
Los vínculos insanos, como la desconfirmación y el rechazo, en el que pueda vivir una persona le generan heridas psicológicas: vergüenza, culpa, rabia, etc, que son el cimiento sobre el cual se edifica un trastorno de personalidad. La mayoría acumula rencor y rabia que los vuelve agresivos contra sí mismo o contra los demás, como fue el caso de Arthur. Pero la mayor violencia que observamos en la película no es la que comete él contra los demás, sino la que los demás arremetieron primero contra él. Arthur lo hace de manera visible y brusca, pero la violencia contra él fue invisible y paulatina. Es cierto que es un demente criminal, pero también es cierto que la verdadera demencia criminal es la que se produjo contra él; con un entorno signado por el maltrato, que lo asesinó psicológicamente con el desamor de la desconfirmación y el rechazo, y que terminaron dinamitando su frágil identidad.
Después de haber vivido en tal atmosfera relacional contaminada, ¿alguien puede atreverse a decir que terminó psicótico y depresivo por alguna causa genética? El que lo haga, estaría más loco que Arthur. Es indudable que en los vínculos insanos de desamor, con que se maltrata psicológicamente a un niño, es donde se encuentra la verdadera causa que lo enferma física y psicológicamente, pudiendo incluso llevarlo hasta la locura.
Dicen que Joker representa la violencia asesina encarnada y lo es; pero, detrás de él, hay una violencia aún más grande que lo engendró: la violencia del desamor expresada en la desconfirmación de sus padres y en el rechazo de los demás. Todos son cómplices de haber creado al monstruo que ahora repudian. Arthur no es inocente, pero su entorno es el gran culpable de su creación. Él no falló totalmente, su entorno falló más. Él es digno hijo del desamor. Fue violento porque fueron violentos con él. Es cierto que ni el dolor ni la herida justifican la violencia, porque, así como se puede aprender, se puede desaprender el comportamiento agresivo; pero eso es fácil decirlo, lo que no se logra entender plenamente es que la recuperación de una persona trastornada no sólo depende de ella, sino también de su entorno, incluido nosotros.
Muchas veces, sus propios verdugos tienen que ser sus sanadores; pero, por el contrario, siguen siendo sus maltratadores; por eso, Arthur dice «Lo peor de tener un trastorno mental es que las personas esperan que actúes como si no lo tuvieras». Le exigen que se porte bien y no entienden que no puede a causa de su enfermedad. Es como si le exigieran a un paralitico que empiece a correr. La mayoría de personas con un trastorno no son entendidas por sus familias ni por la sociedad: se espera que actúen bien, como si no sufrieran de ningún trastorno. Les cortan las piernas y después les piden que caminen con normalidad.
A todos los síntomas que sufre una persona trastornada se le tiene que sumar la rabia generada por la incomprensión de su entorno que, con su indiferencia y rechazo, nutre más su patología. Por ello, decimos que la falla central no está en él, sino en el entorno que lo cobija. Si el contexto familiar de un hijo está lleno de violencia, no podemos esperar que dicho hijo crezca sanamente. Una atmosfera relacional insana producirá una personalidad insana. Es cierto que hay hijos que escapan a esa maldición, pero ese es un tema que demanda una explicación que rebasa el presente artículo.
Por ahora, estamos enfatizando las consecuencias del desamor y las fallas del entorno. Arthur nació y creció en un contexto familiar atiborrado de desamor. Desde niño, sólo conoció el lenguaje de la violencia y nunca aprendió a hablar otro idioma. No es que nació como la oveja negra de la familia, es que ella lo convirtió en tal. Su única falla fue no poder romper con el guion programado y atreverse a escribir su propia historia de vida. Él fue sentenciado por la justicia, pero su entorno quedó impune; por eso, al final, él quiso tomar la justicia por sus manos.
«Hay familias en las que se sufre más que un campo de concentración» escribió un ex-reo de Auschwitz (complejo de exterminio nazi). Porque cuando el desamor de la desconfirmación y el rechazo es lo que prevalece en un hogar, los hijos sufren más que los que vivieron en dichos campos de exterminio. Ellos necesitan respirar una atmosfera familiar cercana a un paraíso para que crezcan sanos y felices. No engendremos a un «Guasón», formemos a un triunfador. Ninguno de los dos es un asunto de genética ni de suerte, es un asunto de vínculos. Si un(a) hijo(a) crece en vínculos insanos de desamor, su personalidad se enrumbará en un derrotero insano; pero si se desarrolla en vínculos sanos de amor, su identidad transitará por el sendero de la funcionalidad y la realización plena. Lamentablemente, Arthur vivió lo primero.
Parte III
A lo largo de toda la película, uno encuentra el grito desgarrador y silencioso de un Arthur que nos metacomunica, de todas las formas: «necesito que me amen»; hasta que llega un momento en el que lo va a comunicar abiertamente, que es cuando se encuentra con su padre. Es una de las escenas más conmovedoras e impactantes de la película, que uno mira con el corazón estrujado. Arthur hizo hasta lo imposible por llegar a ver a su padre, rico e inalcanzable, y, ahora, por fin lo tenía ahí, al frente. Le dice que lo ha buscado, no para pedirle la herencia a la que tiene derecho ni al apellido que le corresponde, sino sólo para poder pronunciar esa palabra nunca antes dicha: «papá»; algo que nunca pudo decirle a nadie más, ya que su madre le negó la posibilidad de un nuevo padre al no haber podido superar nunca su amor imposible. La escena más emocionante es cuando le hace una petición que, de haber sido aceptada, pudo cambiar su destino. Hasta antes de ese momento, su vida pudo ser otra; pero, después, ya todo fue irreversible. Fue un instante que pudo cambiarlo todo, pero que sólo lo empeoró todo. Arthur sólo pedía un gesto amoroso que pudo haberlo sanado, pero recibió, nuevamente, otro gesto de desamor que lo terminó de trastornar. Es cuando le dice al hombre que tiene en frente «no te pido tu dinero, sólo te pido un abrazo de padre». No le pedía dinero ni nada en especial, sólo dice que ha venido a pedirle el abrazo de un padre, tan postergado y buscado por tanto tiempo; sólo rogaba por una caricia amorosa que llenara de amor el hueco de su alma.
Hay que satisfacer las necesidades físicas y materiales de nuestros hijos, pero nunca olvidemos que sus necesidades más profundas no pasan por ahí, sino que son psicológicas y espirituales; y que necesita pensarse y sentirse amado para crecer saludablemente. Porque así como hay vínculos insanos de desamor –como la desconfirmación y el rechazo– que enfermaron a Arthur, también hay vínculos sanos de amor como LA TERNURA y LAS CARICIAS que pudieron sanarlo; porque, si el desamor enferma; el amor, sana. Arthur vivió toda su vida en el desamor y por eso enfermó; ahora tenía la oportunidad de recibir el poco de amor que pedía a gritos y, así, poder sanar. Ternura es encontrar siempre disponible a quien yo espero que me ame, es saber que no estoy solo y que puedo contar con esa persona. Caricias son expresiones gestuales (abrazos y/o besos) o elogios genuinos. Ambas cosas esperaba Arthur de su padre, por eso estaba ahí, mendigándole un poco de amor. Sin embargo, en vez de un abrazo, lo que recibe él es un puñetazo en el rostro, que representa la violencia física del rechazo; aunque ése no sería el golpe que más le dolería, sino ese otro puñetazo que recibió en el alma cuando su padre le dice «yo no soy tu padre y no te acerques nunca más a mí»; es decir, «no estoy disponible para ti»: la representación de la violencia psicológica de la desconfirmación. En ese acto final es donde yo creo que se produce el clímax de la consumación de su desquiciamiento. El proceso de gestación de un demente criminal llegaba a su fin. Muere Arthur como tal y nace el Guasón como criminal.
¿Por qué el hijo del vicepresidente de General Electric entraría a la primaria de Sandy Hook, en Newton, Connecticut; para hacer explotar los pequeños cuerpos de 20 niños de primer grado? ¿Por qué actúo así, si su padre lo hizo vivir en la abundancia y le dio todo?, seguramente, porque satisfizo todas sus necesidades materiales, pero dejó vacías las psicológicas. ¿Estuvo siempre disponible para su hijo o siempre ocupado en su trabajo y lo desconfirmó?, ¿supo abrazarlo y elogiarlo todo el tiempo o lo rechazó?. TERNURA y CARICIAS, entre otros, son vínculos de amor, tan vitales como el alimento físico para un niño; y cuando no se le satisface, el alma enferma y se abren heridas como el rencor, que es el que está detrás de muchas expresiones de violencia, que, en casos extremos, puede llevar a matar a otros, como lo hizo aquel hijo.
«El mal existe y es la ausencia de amor» nos dice Juan Luis Linares; es decir, la maldad no es sólo un acto explícito de insultos y cachetadas, es también un acto de omisión y ausencias, como la negación de caricias. Dejar de abrazar es maltratar y, es en ese contexto de una historia de desamor, y no en una herencia genética, donde se incuban las personalidades trastornadas. El destino de Arthur pudo cambiar con tan sólo un abrazo, que lo hubiera hecho sentirse amado y tocar el cielo; pero, en vez de ello, recibió un puñete que lo hizo sentirse rechazado nuevamente y arrojado al infierno. El puñetazo en su rostro fue una violencia física visible que casi no le dolió; el verdadero puñetazo en el alma, el del rechazo, es la verdadera violencia psicológica invisible que terminó de enfermar más su alma.
Hay muchos padres que, en vez de abrazos, lo que dan son puñetazos a sus hijos: puñetes de indiferencia, de ausencia, de gritos, de insultos, de críticas… y después, les pedimos que sean buenas personas y que triunfen en la vida. Los maltratamos y luego les exigimos que no sean un Guasón; sin embargo, el desamor de muchos padres y la desidia de una sociedad enferma es la que está creando muchos guasones en el mundo de hoy. Por eso, seamos padres y personas que vayamos por el mundo dando abrazos en vez de puñetes. Si el golpe del rechazo es la violencia del desamor, las caricias del abrazo son la expresión del amor. Como ya dijimos: si el desamor enferma y produce un trastorno mental; el amor, sana, y puede transformar la vida de más de un perturbado. Tenemos que creer que hay un profundo poder terapéutico en el amor. Por eso, cuando veamos a un niño malcriado y a un adolescente rebelde desbordado; probablemente, detrás de esa conducta, lo que nos está pidiendo a gritos es que lo amemos, como lo hacía Arthur; pero, tal vez, lo rechacemos y lo castiguemos aún más, y así, sin darnos cuenta, estaremos asfaltando su camino hacia la patología.
Arthur es culpable, pero también es un inocente desquiciado. No lo juzguemos ni condenemos por malvado; tampoco es que lo eximimos de sus actos, pero tengamos en cuenta que el victimario de hoy fue la víctima de ayer. El verdadero malvado es aquél que no quiere cambiar y Arthur quiso hacerlo, pero no lo dejaron. No seamos ligeros en juzgar y criticar a los trastornados por su mala conducta. Recordemos lo que dice Eckhart Tolle: «Cuando te veas tentado a juzgar a una persona piensa: ‘Si su pasado fuera tu pasado, si su dolor fuera tu dolor, si su nivel de conciencia fuera tu nivel de conciencia, pensarías y actuarías exactamente como él o ella’. Esta compresión trae consigo perdón, compasión y paz». Es la capacidad de tener empatía y ponernos en el lugar del otro. Tal vez, el otro recibió muchos puñetazos y nosotros muchos abrazos, y eso fue lo que marcó la diferencia de nuestras identidades. Siempre tengamos en cuenta que, detrás de cada ser humano trastornado, hay una historia de desamor que necesita ser comprendida: es necesario mirar a los otros con compasión antes de juzgar.
No vayamos por el mundo dando puñetazos, vayamos dando abrazos. Las agresiones sobran, mientras que las caricias escasean. No rechacemos a nuestros hijos ni a nuestro prójimo, aunque nos lo provoquen al máximo; seamos agentes de amor, que brindemos ternura y caricias constantemente, y contribuyamos así en la sanidad de tantas personas heridas de nuestro entorno. Por eso, después de leer este artículo, pídale perdón a su hijo por haberlo maltratado y dígale que lo ama; dele un abrazo, un beso y caricias psicológicas constantes. Aún en medio de las disciplinas, puede mostrarle amor, para así poder matar al Guasón en ciernes y hacer crecer a un hijo sano y feliz; capaz de triunfar y contribuir en la construcción de un Perú y un mundo mejor.
Gracias Joaquín Phoenix, el actor; Todd Phillips, el director; Warner Bros., la compañía; y a todos los que hicieron posible esta desgarradora película que, más allá de exaltar la violencia, nos confronta claramente sobre sus orígenes: el desamor que enferma. Pero, el amor sana.
Lima, Octubre 2019.
Información sobre el autor

Estudió Psicología en la Pontificia Universidad Católica del Perú, hizo estudios de especialidad en psicología social, posteriormente complementó con psicología clínica en Terapia Guestalt. Estudio 4 años de Teología y tiene un Diplomado en Familia de la Universidad de la Sabana de Colombia y tiene una Maestría en Terapia Familiar Sistémica de la Universidad Autónoma de Barcelona España. Actualmente se desempeña como Director General del Centro de Formación y Atención Terapéutica en Familias y Parejas NUEVAS SENDAS. Presidente de AETSIP Asociación de Escuelas y Terapeutas Sistémicos del PerúPanelista invitado en Radio y TV Capital Panelista invitado en Radio Programas del Perú – RPP y otras radiosConferencista en Temas de Familia en colegios y provincias del PerúMiembro activo de RELATES: Red Europea y Americana de Escuelas Sistémicas
Tiene escritos 7 ensayos titulados:
- LOS NIÑOS EN LA AGENDA DE DIOS,
- CULTURA DE VALORES: El Verdadero Paradigma de Desarrollo,
- FORMANDO UNA IDENTIDAD, CONSTRUYENDO UN DESTINO,
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