Dentro de los enfoques que han ido formando escuelas en terapia familiar se destaca uno, motivo del presente artículo, poco difundido pero terapéuticamente poderoso. Su relativa difusión tiene que ver —según mi apreciación— con causas conceptuales, técnicas y de la formación de los operadores psicosociales.
Entre las primeras, el hecho de ampliar la unidad de diagnóstico e intervención le confiere un sesgo propio, que dificulta su clasificación tradicional.
Además, por tener entre, sus pioneros a destacados terapeutas familiares con orientación psicodinámica como Bowen, Withaker y Boszormenyi-Nagy —por citar a los más conocidos internacionalmente— ha motivado cierto recelo entre los «puristas » sistémicos, a quienes horroriza la noción de historia o de pasado. Cabe aquí decir que un error frecuente —por el hecho de trabajar con sistemas familiares de origen— es creer que se trabaja con relaciones del pasado histórico, a la manera de los objetos introyectados en el inconciente, que privilegia el psicoanálisis tradicional. Esto no es así, ya que el operar en la relación actual con figura significativa de la vida de los miembros de la familia nuclear, claramente lo ubica en el aquí y ahora. Esta lectura relacional lo diferencia, a su vez, radicalmente de aquellos terapeutas de orientación psicodinámica que trabajan con los familiares, en función del paciente individual o del inconciente familiar.
Entre las causas de origen técnico importa mucho destacar que entre los pioneros nombrados anteriormente, había una característica común, un mismo contexto clínico de aprendizaje: pacientes psicóticos y sus familiares. La insatisfacción de estos clínicos con los resultados terapéuticos obtenidos con el abordaje psicoterápico bipersonal, los hizo ampliar el contexto terapéutico. La gran dependencia emocional, psicológica y fáctica de estos pacientes, con sus familiares significativos, llevó a la incorporación de estos parientes a los tratamientos y con ello a la referencia sistemática a los sistemas familiares de origen. Sumado a la mayor entrega emocional y a la necesidad de trabajar en equipo y co-terapia hace que, objetivamente, estos tratamientos sean más complejos.
Entre las razones de formación está no solo el hecho de escasez de docentes clínicamente capacitados en este enfoque, sino también la existencia de un elemento subjetivo de notable importancia. Las dificultades relacionales dentro de las familias de origen de los mismos terapeutas, motor de su elección vocacional, hace que haya una reticencia y un temor —a veces racionalizado— de meterse en las complejidades de los sistemas familiares disfuncionales.
Al doble mensaje de la familia de origen del terapeuta: «Instruite para poder curar nuestras dificultades psicológicas, aun cuando nunca las reconoceremos» se le sucede el doble mensaje de las familias de los pacientes: «Alívienos de nuestros sufrimientos, pero sin cambiarnos». Al desafío existencial del primero se superpone el desafío técnico del segundo.
Fundamentos terapéuticos
El paradigma esencial de la terapia familiar, que la diferenció de otras disciplinas, era que para aliviar al paciente sintomático había que modificar su contexto familiar. Más aún, cuando tenemos una visión global del sistema familiar disfuncional vemos que las señales patológicas se perciben en tres áreas diversas: mente, cuerpo y relación con la sociedad.
Por lo tanto, un sistema disfuncional «sufrirá» a través de sus miembros en distintas áreas de expresión sintomatológica individual. Así tendrá el mismo valor simbólico desde el punto de vista sistémico, un problema psicopatológico que uno sicosomático o sociopático.
Al tratar un grupo familiar en conjunto deberían aliviarse los síntomas en todas esas áreas, y no sólo en la del paciente designado. Esto requiere que sea comprendido y tratado todo el sistema familiar.
Es aquí donde entran ciertas dificultades técnicas, provenientes de la cultura circundante. ¿Cuál es el contexto que hay que cambiar para que la familia nuclear pueda mejorar su funcionalidad? No es sólo modificando la dinámica intrafamiliar, sino también su relación con los macrosistemas sociales que intentan compensar las carencias de la familia nuclear contemporánea.
El cambio de la estructura tradicional de la familia (convivencia «in situ» o en las cercanías, de las tres generaciones) unido a la mitificación imperante del individualismo hizo perder funciones solidarias, que esta familia tradicional cumplía, y que todavía no son provistas por la sociedad actual (ver Zwerling y Boszormenyi-Nagy).
Así entonces, convocar a los sistemas familiares de origen es necesario no sólo para reconstruir una realidad compartida, como los pedazos de un puzzle, que dé sentido a lo histórico y que ayude a una mejor prevención primaria, sino también para revigorizar vínculos solidarios con alto poder emocional que canalizados terapéuticamente pueden ser de enorme ayuda.
Aquí el terapeuta debe ser la enzima catalítica, que active elementos autoterapéuticos siempre presentes en todo sistema familiar, a la vez que pivote integrador de los ejes diacrónicos y sincrónicos de dichos sistemas.
Así como dice Boszormenyi-Nagy: «La reversión conjuntiva del estancamiento relacional (relaciones que han sido interrumpidas, negadas, abandonadas, fijadas en forma rígida, etc.) puede brindar una estrategia más efectiva que los recursos psicológicos no desarrollados del individuo» .
En esencia, el trabajo terapéutico con los sistemas familiares de origen contiene un elemento altamente paradojal: regresar para partir mejor. La búsqueda de una mejor diferenciación se logra metiéndose hasta alcanzar la madurez, como un fruto cuando se desprende del árbol a su debido momento, y no —para continuar con la metáfora— como cuando se lo corta aún verde para conservarlo en una refrigeradora: «Dar un paso atrás para dar dos adelante» significa tomar fuerza de aquella energía mal gastada en neutralizar desencuentros relacionales y utilizarla para una inserción creadora en la sociedad.
El elemento central de una simbiosis es un profundo desencuentro. La frustración del pasaje de elementos afectivos psicológicos y funcionales, que caracterizan a la confirmación de la identidad del otro, a doble vía, es lo que contribuye al stop transgeneracional, fuente de numerosos conflictos, Este bloque es lo que quita funcionalidad a un sistema, impidiendo su marcha hacia adelante en el proceso de la vida. En la armonía intergeneracional en la que cada uno cumpla el rol asignado por su momento evolutivo, está el secreto de la funcionalidad de un sistema familiar.
La trascendencia generacional de los valores afectivos y culturales es lo que garantiza la supervivencia de las personas más allá de su muerte física. Así como todos los mayores en esa escala jerárquica tienen derecho a esa trascendencia, todos los que continúan tienen también derecho a sentirse nutridos por esa fuerza que le viene de sus raíces.
(*) El Dr. Canevaro fue el director fundador de la Revista Terapia Familiar. Reconocido pionero de la terapia familiar en Argentina, ejerce y está radicado hace años en Italia. E-mail: alcanev@libero.it
Bibliografía
- Bowen, M.: Family Therapy in Clinical Practis, Ed. Jason Aronson, NY, 1978.
- Boszormenyi-Nagy: Revista Terapia Familiar, Vol. 2, Ed. ACE.
- Canevaro, Alfredo A.: Revista Terapia Familiar, Vol. 9, Ed. ACE.
- Zwerling, I.: Revista Terapia Familiar, Vol. 11, Ed. ACE.