En medio del fragor de balas y de bombas, en época de celebración judeo- cristiana, Pascuas de Resurrección de la Vida y de la Esperanza y Pésaj de liberación de la esclavitud, de la travesía del desierto hacia la Tierra Prometida, me pareció oportuno brindarle a usted lector/a, este mensaje de ética de las relaciones del Dr. Marcelo Pakman(**), presidente del comité de Derechos Humanos de la Academia Norteamericana de Terapia Familiar (AFTA) en el momento que elaboró este trabajo. En este artículo, publicado originalmente en el boletín de la mencionada asociación, el autor describe un modelo de estructura social generador de condiciones de vida dramáticamente insatisfactorias y propone cuales son los valores y prácticas humanas que deben implementarse para modificarla.
El título general del nº de Perspectivas Sistémicas en el cual publiqué este escrito fue, «Rescatemos Al Niño». En aquel momento me refería a los niños, hoy aclararía que también me refiero al Niño Interior que todos llevamos dentro nuestro hasta el último día de nuestra existencia y tal vez titularía al nº en cuestión, simplemente, «Rescatemos lo Humano».
Felicidades
Claudio Des Champs
El derecho a vivir en libertad, garantizado por la Constitución de los Estados Unidos y uno de los derechos humanos fundamentales, figura entre las palabras y los parámetros éticos de las tradiciones religiosas más antiguas. Recuerden las palabras de Moisés en la Biblia:
«Les he mostrado la vida y la muerte, la bendición y la maldición; ustedes elegirán la vida que vivirán, ustedes y sus descendientes» (1).
El derecho a la búsqueda de la felicidad, proclamado en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, se repite también en las palabras del Dalai Lama, el líder del Budismo Tibetano:
«…Básicamente, todos los seres humanos somos iguales, buscamos la felicidad y tratamos de evitar el sufrimiento» (2);
«…todos los seres sensibles – tanto humanos como animales – tienen el derecho de buscar la felicidad y de vivir en paz» (3).
Fácil es estar de acuerdo con estos principios generales, pero cuando se encarnan en medidas políticas específicas resulta, sin embargo, menos claro cuál será su resultado final. La complejidad es la regla de esta zona gris, en la cual los derechos humanos abandonan el campo de las declaraciones abstractas para convertirse en prácticas humanas. Esta dificultad puede explicar parcialmente por qué la gente de los países desarrollados del primer mundo prefiere dirigir sus esfuerzos respecto de los derechos humanos a luchar contra las violaciones que suceden muy lejos y, mayoritariamente, en circunstancias extraordinarias (por ejemplo, guerras, refugiados, tortura y maltrato de prisioneros en dictaduras y gobiernos ilegales), lo cual les permite a los activistas del primer mundo evitar las consideraciones políticas. Resulta más difícil ser conscientes de la dimensión de los derechos humanos en ciertas realidades de nuestro entorno más próximo y en las agendas políticas que impactan directamente sobre las instituciones y la sociedad en que vivimos. Sin embargo resulta urgentemente necesario.
Como terapeutas somos bien conscientes de que la búsqueda de la felicidad es una aventura incierta, y de que la desigualdad en la libertad de elección de las personas y en última instancia, de su capacidad para ejercer su derecho a la vida, afecta esa búsqueda. Aunque sabemos que la felicidad es esquiva y no sólo está garantizada por la provisión de bienes materiales, sabemos también que la desigualdad material es una gran fuente de infelicidad para muchas personas de los Estados Unidos.
A pesar de la apelación internacional a la santidad de la vida, se estima que 100.000 personas mueren por año en los Estados Unidos por la falta de atención (4), 40 años después de que las Naciones Unidas estableciera su Declaración de los Derechos Humanos, que incluye el acceso a la atención de la salud, íntimamente ligado con el derecho a la vida. La política socioeconómica (que ha sido foco de atención para la AFTA en estos años) tiene un impacto evidente sobre los derechos humanos. Según un informe del Congreso de los Estados Unidos, cada aumento del 1 % en la desocupación produce 5.000 muertes y 250.000 trastornos relacionados con el estrés (5).
Los Estados Unidos, solo entre los países desarrollados
Estas cifras reflejan el hecho que los Estados Unidos sigue siendo el único gran país desarrollado que carece de un programa nacional de salud que garantice los beneficios de salud universales y abarcativos para su población, evidencia llamativa de la cultura de la escasez – de la competitividad y de la división – que invade a la sociedad estadounidense y se infiltra en las instituciones y organizaciones a cualquier nivel. Esta falta de solidaridad se encarna en una ley de los Estados Unidos, que eliminó las huelgas de solidaridad (sympathy strikes) en 1947, cuando el Congreso proclamó el Acto Taft – Hartley. Esta falta de solidaridad se ve reforzada continuamente porque el sistema liga la cobertura social al empleo, lo que produce que la gente pierda los beneficios de salud cuando pierde su trabajo, o que cambie su nivel de beneficios de salud cuando cambia de trabajo, otras dos cuestiones particulares que separan a los Estados Unidos de los demás países del mundo desarrollado. La consecuencia de este sistema es que restringe la libertad de las personas, que las somete a permanecer en trabajos que no les gustan, trabajos que las hacen infelices – junto con sus familias -, y que les producen miedo a quejarse en sus lugares de trabajo. El costo producido por esta sumisión y este temor es difícil de estimar, pero cualquier estimación debería incluir el impacto que estos sentimientos producen en la incidencia de la violencia doméstica y de la adicción, más allá de lo que pudiera ser atribuido a la psicopatología individual.
Evidentemente, la lucha por la reducción de las desigualdades raciales, étnicas, de género y de clase está íntimamente relacionada con las cuestiones de derechos humanos. Las estadísticas de salud y mortalidad reflejan claramente los efectos de las políticas socioeconómicas, tanto gubernamentales como corporativas, que se encarnan en las violaciones a los derechos humanos y que mantienen las desigualdades raciales, étnicas, de género y de clase, tal como lo exhibe el cuadro adjunto. Lamentablemente vemos que algunas corporaciones, con consciencia de las desigualdades raciales y de género, intentan implementar regulaciones para la igualdad de oportunidades, pero ignoran el impacto de las desigualdades de clase sobre los derechos humanos. El creciente déficit de viviendas, de la atención primaria pública de la salud y de los servicios sociales, combinados con una tendencia a los bajos salarios, a la falta de sindicalización y a los trabajos part – time, constituyen el telón de fondo frente al cual se destacan las sombras de estas dramáticas figuras.
El biólogo chileno Humberto Maturana sostiene que las «relaciones sociales» merecen ser llamadas «sociales» sólo en la medida que recreen el amor, la emoción que posibilita el estar juntos, y se prevengan de las prácticas mercantilistas que invaden las relaciones humanas (6). En una sociedad en la cual se alimentan sutil o abiertamente las divisiones entre las personas, no se fomentan ni se honran las relaciones sociales. Como terapeutas, tenemos la función de erradicar el clasismo, el racismo y el sexismo de las instituciones de salud, y de fomentar los procesos de reflexión sobre las condiciones que impiden la realización de las relaciones sociales y su revitalización en nuestras interacciones cotidianas. Por supuesto, con el objeto de erradicar los obstáculos de las relaciones humanas respetuosas, debemos cuestionar las estructuras que nos inducen a ser técnicos ciegos y autómatas de control de costos, y tenemos que mantener o recuperar nuestras naturalezas como seres sociales con la tarea de curar. La re – encarnación de los antiguos rituales de interacciones humanas que merecen denominarse «sociales» son, por el momento, suficiente recompensa. Eso es lo que una práctica de los derechos humanos puede, hoy en día, involucrar.
DERECHOS HUMANOS Y POLITICAS SOCIOECONOMICAS: ALGUNAS ESTADISTICAS.
La tasa de mortalidad perinatal en las mujeres negras es tres veces mayor a la de las mujeres blancas.
De un tercio a la mitad de esas muertes se atribuyen a la falta de atención prenatal.
El 22 % de las mujeres con cáncer de mama diagnosticado en el Hospital de Harlem vivieron cinco años, comparado con el 76 % de las mujeres blancas y con el 64 % de las mujeres negras en todo el país.
La tasa de mortalidad durante el primer año de vida es mayor para los bebés negros del Delta del Mississipi que para los niños de Chile o de Malasia.
Llegan a los 65 años de vida menos hombres negros en Harlem que hombres en Bangladesh.
Se estima que entre los homeless (personas que viven en las calles) de los Estados Unidos la cifra de infección por HIV trepa hasta el 40 %.
Las personas sin cobertura médica son tres veces más propensas a morir en el hospital que las personas con cobertura médica (habiendo controlado las diferencias de edad, sexo, raza y enfermedad específica).
Hay una constante epidemia de tuberculosis entre los individuos que tienen de 25 a 44 años.
En la ciudad de Nueva York los casos se duplicaron entre 1985 y 1992, llegando a una incidencia de 52 casos cada 100.000, contra una incidencia nacional de 10.5 cada 100.000.
El 80 % de los casos de tuberculosis se produjo entre los negros y latinos, que quintuplican el promedio nacional.
El 19 % de los casos de tuberculosis entre los negros y latinos de Nueva York es resistente a múltiples drogas debido al tratamiento incompleto y al escaso vínculo con las instalaciones de atención de la salud.
Fuente: Nancy F. McKenzie, «The Real Health Care Crisis: Medicine as a Commodity», The Nation, Feb. 28, 1994
Deuteronomio 30 / 19, en The Chumash, The Stone Edition, N.Y.: Mesorah Publications, 1993.
«The Nobel Peace Prize Lecture», en H.H. el Dalai Lama, A Policy of Kindness, Ithaca, N.Y.: Snow Lion, 1990.
«Human Rights and Universal Responsabilities», en H.H. en Dalai Lama, A Policy of Kindness, Ithaca, N.Y.: Snow Lion, 1990.
Himmelstein, David y Steffie Woolhandler, The National Health Program Chartbook, Cambridge, Massachussetts: The Center for National Health Program Studies, Harvard Medical School, 1992.
Navarro, Vicente, Dangerous to your Health: Capitalism in Health Care, N.Y.: Cornerstone Books, Monthly Review Press, 1993.
Maturana, Humberto, El Sentido de lo Humano, Santiago de Chile: Hachette, 1992.
(*) Este trabajo fue publicado en Perspectivas Sistémicas nº 52 (Rescatemos al Niño), Septiembre/ Octubre de 1998.