Fragmento (*)
En la mayoría de las profesiones, la exposición del diploma de láurea constituye la habilitación para el ejercicio profesional. Sin embargo, llamativamente, una vieja y tácita tradición (¿?) lleva a que tanto el psicólogo clínico como en cualquier otra de las especialidades psicológicas, no cuelgue su certificado en el consultorio. Esta simple acción (u omisión), es el pasaporte para que otras disciplinas desempeñen la psicoterapia sin tener la formación adecuada ni la posibilidad legal de realizarla.
Este escrito antecede y expresa parte del espíritu de la letra del Artículo 43 de la Ley 24.521, reflejada en el artículo del Dr. Fernández Moya («Psicología: Una profesión de Riesgo») que completa la nota sobre la tan debatida y demorada habilitación del ejercicio y formación profesional del psicólogo.
Una mañana entré en mi consultorio y miré las paredes vacías a la espera de colgar los cuadros seleccionados. A pesar que hace meses lo redecoré, me tomé el tiempo para escoger colores y motivos. Pero, de repente me asaltó una extraña sensación: hace 23 años que ejerzo mi profesión y nunca colgué mis diplomas profesionales. Debo reconocer que cuando comencé a sentir esta sensación y reflexioné al respecto, me invadió un ridículo sentimiento de abuso narcisista (y digo ridículo y de hecho eso es). Tal vez, este prejuicio (como el de muchos) impide aplicar lo que debería ser una normal legal, más allá del ostracismo al que se vio condenada la psicología clínica por las dictaduras militares de este país que, por cierto, no son pocas.
En conclusión, resulta casi inexplicable, absurdo, el hecho de que los psicólogos clínicos no cuelguen sus diplomas en el consultorio. En el hábitat de atención puede haber una biblioteca, cuadros austeros, lamparas de luz tenue y hasta algún adorno incambiable que se mantiene siempre en su lugar, pero nada de certificados, títulos o cualquier otra evidencia de la formación profesional. Y son varias las hipótesis que sustentan semejante actitud.
Tal vez, un afán ridículo de intentar diferenciarse de los médicos psiquiatras que, como es de tradición médica, los títulos son expuestos en el consultorio. Ridículo, visto desde la actualidad, pero tengamos en cuenta que la psicología clínica, desde su nacimiento, debió hacerse lugar a los codazos en el mundo de la psicoterapia. Mundo que se encontraba monopolizado por las ciencias médicas y no habilitaba a ningún otro profesional en su ejercicio. Aunque, parece ser que el psicólogo no solo debió diferenciarse de las usanzas de la medicina sino de todas las profesiones puesto que, de hecho, la mayoría de los profesionales (arquitectos, ingenieros, abogados, escribanos, contadores, etc.) cuelgan normalmente su título habilitante.
Otra de las razones, sugiere que la exposición de título y certificados de asistencia a congresos (si el congreso, curso, seminario o ateneo es en el exterior, con más razón para ser expuesto) es una manifestación de la omnipotencia médica y el narcisismo profesional. Si bien, no tiene que ser así, y la exposición de certificados atestigua la acreditación profesional para el ejercicio de la tarea, en muchos casos no atestiguan ni acreditan tal formación, sino que son una ostentación de viajes al exterior -por ejemplo, mediante diplomas en otros idiomas- o de la gran cantidad de certificados que, observándolos con detenimiento, son asistencias a jornadas de escasa calidad académica. Es decir, se cuelgan indiscriminadamente papeles y no verdaderos certificados de acreditación.
O, por ejemplo, una razón puede emparentarse con creer que la muestra de certificados de formación profesional pueden denunciar ciertos aspectos de la historia personal del psicólogo. Violando, por ende, su intimidad y rompiendo con el exagerado hermetismo que oculta toda información personal. Detalles que se logran deducir mediante el título: por ejemplo, el año de láurea marca la edad del terapeuta y, por ende, queda a la intemperie el grado de experiencia profesional (si es novel o lleva años en las lides terapéuticas) o el lugar donde se desarrolló un congreso explicita un viaje o señala un rango económico.
Sea por la razón que se adjudique, los psicólogos se empeñaron en dejar limpias las paredes -libres de diplomas- de su reducto de consultas. Por tanto, menos aún colocar la clásica chapa de bronce en la puerta de calle, que abre al mundo el conocimiento que en ese edificio trabaja un psicólogo. Pero en la Argentina, el hecho de no colocar la chapa de profesional en la puerta tiene su explicación. La famosa ley del dictador Onganía (1969-1971), reducía a la tarea del Licenciado en Psicología solamente a la administración de test. Tarea equiparable con la labor que desarrollaba un testista recibido en un curso de 6 meses. Razón por la que se le vetaba la atención de pacientes, por tanto, la chapa no tenía motivo para ser colocada. Esta misma dirección fue tomada por los últimos dictadores (1976-1983), que se cansaron de perseguir y secuestrar psicólogos por considerarlos zurdos y subversivos, razón más que suficiente para ocultar la profesión. Ya hace más de diez años que esa ley quedó sin valor y fue suplantada por otra que legaliza el ejercicio de la psicoterapia por parte del psicólogo, pero nunca se revirtió tal costumbre…
El Dr. Ceberio es doctor en Pisicología, Director Científico de la licenciatura en Psicología de la Universidad Maimónides, Director de ESA (Escuela Sistémica Argentina) y Editor Asociado de Perspectivas Sistémicas.
Notas
* El artículo completo fue publicado en el nº 79 de Perspectivas Sistémicas