Cuando quiero explicar a mis alumnos la importancia del contexto o la delgada línea que separa a menudo lo «normal» de lo «patológico» suelo ponerles el siguiente ejemplo:
«Acude a vuestra consulta un paciente contando que se encuentra muy mal porque le siguen y le vigilan con la intención de matarle. Cada día sale de casa a distinta hora, si se cruza con algún vecino nota que pasan rápido delante suyo, mirándole de soslayo y mascullando un ininteligible saludo. Antes de salir del portal mira cuidadosamente a uno y otro lado, luego va rápidamente hasta su coche. Da dos vueltas en torno a él mirando si nota algo extraño, primero por fuera y luego por dentro, y finalmente se agacha a mirar los bajos. Duda siempre al introducir y girar la llave para abrir la puerta y arranca siempre muy angustiado. No se tranquiliza hasta haber cruzado tres o cuatro calles. Se dirige a su trabajo haciendo siempre un recorrido diferente y a distinta hora, pensando en el tiempo que hace que no lleva a su hijo al colegio, ni se para a comprar el periódico en el quiosco de la esquina, ni a tomar café en el bar que hay junto a la entrada de su trabajo. Ha cambiado todas su rutinas para no dar facilidades a los que le quieren matar, nota que ha adelgazado, tiene mala cara, se está quedando sin amigos y percibe la preocupación creciente en los ojos de su familia».
Si este relato nos lo hacen en alguno de los pocos lugares tranquilos que van quedando en el mundo, enseguida pensaremos en la dosis de Haloperidol que le vamos a prescribir a este consultante. Si lo hace en mi consulta, en el País Vasco, sabré que tengo delante a una de las aproximadamente 40.000 personas que tienen su vida amenazada por el terrorismo etnonacionalista vasco
En realidad, tiene su vida amenazada el aproximadamente 50% de la población vasca no nacionalista: estos 40.000 son aquellos que se han señalado a sí mismos por su profesión o la expresión de sus ideas: jueces, policías, políticos en cualquier grado de compromiso, periodistas de medios de comunicación, participantes en movimientos ciudadanos, artistas, etc., todos ellos no afines al etnonacionalismo vasco.
Todos ellos son víctimas del terrorismo, del terror con minúsculas. Lo pongo así no porque haya diferencias entre unos y otros, o porque sea menos dañino o cruel. Lo hago para diferenciarlo del que produce un impacto mayor en muchas más personas a la vez: bombas en lugares públicos sin previo aviso que afectan a un número elevado de gente cuyo único nexo en común es que estaban allí en ese momento, tal y como ocurrió el 11 del pasado Marzo en Madrid. El Terrorismo, sea uno u otro, tienen los mismos objetivos: imponer al otro su voluntad, utilizando todos los medios que sean necesarios, sin reparar en la violencia de éstos.
A éste terrorismo con minúsculas, menos conocido pero muy dañino para una sociedad, se le ha venido a llamar en el País Vasco, Violencia de Persecución. Necesita del primero, de la violencia extrema y reiterada, ya que sin él no tendría sentido ni posibilidad alguna de tener éxito. Se trata de utilizar publicitariamente las acciones violentas –asesinatos, secuestros, explosiones, etc.- para crear un clima de amenaza y acoso que produzca una sensación de temor continuado, asfixiante, que conduzca a las víctimas al silencio, a la sumisión o la huída.
Para crear este Contexto, se usan medios directos e indirectos. Entre los directos están las amenazas verbales o escritas, la presión al entorno del amenazado para que se le aísle, los insultos, quema del coche, etc. Entre los indirectos, está el efecto multiplicador que tiene la difusión de los actos terroristas por los medios de comunicación, utilizado más o menos hábilmente por los terroristas: los atentados se producen a menudo en días previos a fechas especialmente señalados o a elecciones, tal y como ha ocurrido en Marzo en Madrid. Otro factor indirecto que ha sido enormemente perjudicial en el País Vasco ha sido la actitud de los partidos nacionalistas «no violentos»: una actitud comprensiva hacia los «patriotas descarriados», «los chicos de la gasolina», que llegó a crear una sensación de impunidad y desamparo (la sensación de que quien debe defenderte mira para otro lado, algo similar a lo que ocurre con los cónyuges del progenitor incestuoso) que deja en una situación de enorme indefensión a las víctimas de esta violencia de persecución.
¿Y cuáles son esos efectos sobre estas víctimas?
Los estudios sobre las víctimas del terrorismo se han centrado en los efectos del Terrorismo con mayúsculas, el de las bombas, disparos o incendios, sobre las víctimas y sus familiares, cuyos síntomas se agrupan en la categoría del llamado Trastorno por estrés postraumático.
Los efectos de este terrorismo con minúscula, son algo distintos. Se instauran de forma paulatina e insidiosa, tiene aún menos reconocimiento social y por tanto acceden aún menos a los sistemas de ayuda y tratamiento. De hecho, uno de los objetivos de esta violencia de persecución es hacer más difícil este acceso, limitar las posibilidades de comunicación y por tanto de reclamo de ayuda.
En las víctimas de la violencia de persecución:
Aparece, con frecuencia, un sentimiento de culpa, en relación con la estigmatización social de los designados por los terroristas como «antipatriotas», designación que durante muchos años fue asumida sin críticas por la comunidad nacionalista vasca.
Durante bastantes años, incluso, a un atentado terrorista contra un ciudadano del que se desconocía su filiación se reaccionaba con una frase tópica que se divulgó notablemente: «algo habrá hecho» (1). La designación de «antipatriota», es decir de «enemigo de la causa (nacionalista) vasca» se convertía así en la (des)calificación necesaria para los que apoyaban o toleraban el terrorismo pudieran tranquilizar sus conciencias y dormir tranquilos. Esta estigmatización de los enemigos antipatriotas – entiéndase cualquier periodista independiente, un profesor universitario que se expresa con libertad, o un concejal de relleno de un pueblo pequeño que defiende sus ideas pacíficamente – trasciende incluso a su asesinato, y no es inusual que horas después de éste la mujer, el marido, los hijos o padres de las víctimas reciban llamadas telefónicas en las que se les escarnece, se celebra ruidosamente su muerte o se les insulte exigiéndoles que abandonen el País Vasco. Todo esto por más que nunca se haya definido con claridad quién es vasco o patriota vasco, más allá de unas trasnochadas raíces étnicas. Pero en general todos los terrorismos suelen coincidir en esa definición: patriotas son los que apoyan y ayudan a los terroristas, antipatriotas todos los demás.
Cuando la situación se prolonga, el sentimiento de culpa se amplía con el sufrimiento de la familia del acosado, que ve dificultada de forma notable su vida, y sumida en un riesgo vital por su relación y convivencia con éste. Las dudas sobre si su actitud ha sido la adecuada, si ha obrado de manera adecuada al tratar de defender sus ideas, los derechos humanos, su dignidad a pesar del coste que ello implica para los que le rodean, incrementan su ansiedad y dolor.
Sus redes de apoyo disminuyen tanto por la presión directa como indirecta, es decir por el temor de que ocurra algo cuando se está en compañía del amenazado. Tras la primera reacción de solidaridad – si la hay cuando se conoce la amenaza, viene la del progresivo alejamiento y disminución del contacto de buena parte de la red social. De ahí que muchos amenazados se esfuercen porque no se sepa su condición. No es raro que la familia misma no comprenda la conducta del amenazado, e interprete que es él quien se ha puesto voluntariamente en tal situación, ya que la conocía con antelación.
Se produce un inevitable cambio de rutinas, tal y como nuestro paciente describía. Es necesario modificar muchos hábitos por seguridad propia o por la de los que le rodean. Estas conductas rutinarias conforman nuestra identidad y cuesta mucho renunciar a ellas, ya que hacerlo produce una intensa sensación de falta de ubicación y malestar. Ya no se puede ir a buscar los niños al colegio, ni tomar un café en la cafetería preferida mientras se hojea el periódico, ni dar el agradable paseo vespertino. Se sale cada vez menos, el círculo relacional se estrecha aún más.
Esta es una de las cosas que producen más resistencia, y cuyo incumplimiento ha llevado a la consecución de numerosos asesinatos. Los terroristas, que en el país Vasco muestran un gran interés por preservar su vida, necesitan de estas conductas rutinarias para elaborar un plan de ataque que les permita además del éxito, asegurarse la huída. Saben que antes o después van a ser encarcelados ( «Todos caen», es otra frase tópica extendida desde hace muchos años en el seno del propio nacionalismo), pero confían en las redes de apoyos a los presos para hacer más llevadero éste, y en la presión de los partidos nacionalistas para en algún momento conseguir una nueva amnistía ( ha habido dos en lo que se llamó «transición democrática» en España, durante la que cientos de presos de ETA fueron excarcelados, reincorporándose a la organización la mayor parte). No importa que la evolución política haga que en la actualidad esto sea muy poco probable: para eso se reclutan terroristas cada vez más jóvenes, que tienen aún menos en cuenta éstas consideraciones.
La modificación de las rutinas, de las conductas habituales, la disminución de las interacciones comunicacionales, la percepción de un cierto anillo de aislamiento preventivo a su alrededor, el necesario incremento de las actitudes de desconfianza como una actividad necesaria para salvaguardar la vida propia y la de la familia, las dificultades para desarrollar el trabajo adecuadamente, todo ello instaurado a menudo de una manera brusca, produce una intensa modificación de la Visión del Mundo del perseguido, que necesita hacer un esfuerzo intenso para adaptarse a esa nueva realidad, tan distinta y amenazadora. Esa necesaria adaptación se hace a veces con un escaso apoyo externo, ya que para las instituciones pasa a ser una carga más, y la familia cercana se haya ocupada en su propia adaptación. Hemos dicho ya que la red social se estrecha, por lo que todo ello, unido a la pérdida y al terror que produce la amenaza vital continua y difusa, conduce a la aparición de numerosos síntomas.
Los amenazados sufren una intensa angustia, que varía en intensidad y duración a lo largo del día y de acuerdo a las actividades que se realizan. Aparece con frecuencia una sintomatología de ansiedad, a menudo persecutoria, acompañada de miedo, aislamiento, y a veces de incremento en el consumo de tóxicos o sedantes. Estos con frecuencia se autoadministran, dado el temor del amenazado por solicitar ayuda si no está seguro de quién es el que va a escuchar sus palabras
El País Vasco está dividido casi al 50% entre población nacionalista y no nacionalista, que en la mayoría de los casos y por diferentes razones, no explicita su adscripción política. Así, casi nadie sabe «con quién está hablando», por lo que se cuida mucho de expresar sus opiniones. Rara vez se habla de política salvo en circunstancias de gran intimidad, con el temor de que se produzcan división y enfrentamientos entre los amigos o en la propia familia, o en el peor de los casos llegue a oídos de quien pudiera hacer un uso perverso de esa información. Con frecuencia la información necesaria para que ETA asesine a alguien proviene de los vecinos del asesinado. Por el contrario, los medios de comunicación están muy «politizados», y la actividad política se centra en el mismo tema en un porcentaje altísimo.
La tristeza, el cansancio y el desánimo van haciendo progresivamente su aparición, conformando a menudo síndromes depresivos. Finalmente, si no se percibe el apoyo social y familiar, o si la tensión es insoportable o se prolonga demasiado, y si hay oportunidad de hacerlo, la víctima opta por marcharse del País vasco.
Como es lógico suponer, es difícil obtener cifras fiables del número de personas que han abandonado el País Vasco debido a la presión nacionalista. Los cálculos más creíbles hablan de entre 100 y 200 mil personas desde que ETA inició su actividad, hace ya 25 largos años. Mas allá de éstas cifras, es un hecho que el País Vasco está perdiendo población, y que es una de las regiones con la natalidad más baja del mundo.
Los terroristas consiguen así su objetivo: una limpieza étnica que disminuya el voto y la cultura no nacionalista en el País Vasco, de manera que en un proceso en sordina, pero efectivo, van consiguiendo la homogeneización. No nos olvidemos que los Terroristas son desalmados y amorales, pero no son tontos. El terrorismo sólo es irracional desde el punto de vista de los que defendemos los Derechos Humanos de los individuos como algo que está por delante de cualquier otra cosa; para los que anteponen unos supuestos derechos del «pueblo vasco» sobre los de los individuos que conforman ese supuesto pueblo, su actuación no es racional, y puede incluso justificarse.
Finalmente, como ilustración de algunas cosas de las que se han dicho previamente, reproduzco algunos párrafos de la declaración de Ana Urchueguía, alcaldesa socialista de una población de unos 18.000 habitantes, cercano a San Sebastián, en el Comité de Regiones de la Unión Europea (Abril, 2003):
«Mi vida ha estado en peligro en múltiples ocasiones, tienen muchas ganas de asesinarme. Me aseguran que soy un objetivo prioritario, y no puedo hacer nada para evitarlo. …He necesitado protección desde los años 80. Cuando daba a luz a mi hijo pequeño, la guardia civil custodiaba mi puerta. A mi sobrino recién nacido lo veo en el despacho para evitar riesgos. Siempre que quiero hacer algo tengo que medir primero los riesgos que corremos yo y los que me rodean.
Los concejales no nacionalistas estamos siendo objeto de todo tipo de agresiones. …Nos increpan, nos amenazan, queman nuestros coches, nuestras casas, vecinos nuestros pasan información a los comandos que van a atentar contra nosotros. Para sobrevivir tenemos que ir escoltados, aceptar el secuestro de nuestra libertad. Es muy difícil, incluso para la gente más cercana, entender el drama en que vivimos, el coste personal que conlleva en Euskadi ser concejal y defender la legalidad……(Aceptar ser concejal no nacionalista), es aceptar el fin de la libertad personal, el comienzo de una vida llena de peligros y problemas para nosotros y todos aquellos que queremos. Es acabar con la paz familiar, es la angustia de saber que cuando te despides de tu hijo con un beso, quizá sea el último beso que reciba de ti. Que cuando cierras la puerta de casa quizá ya no vuelvas a ver todo lo que dejas dentro. Son ya muchas las familias rotas por las balas de los terroristas.
Nuestras familias son nuestra gran angustia. Son las víctimas más inocentes de toda ésta situación. Deben aceptar nuestro compromiso, desde los niños más pequeños a los mayores, desde tu pareja a tus padres. Y el sufrimiento es grande, los silencios son dolorosos. Nosotros optamos, ellos no. ¿Cómo superar la crueldad de recibir una amenaza de muerte en el bolsillo de tu hijo de apenas unos meses cuando su abuelo lo ha llevado a pasear?».
Bilbao, Mayo de 2004
Notas
(*) El Dr. Pereira es Presidente de la Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar y Director de la Escuela Vasca de Terapia Familiar y Asesor Científico en el exterior (Bilbao) de Perspectivas Sistémicas.
N. de R.(nota de la redacción): La patética expresión «algo habrá hecho», nos recuerda los años de plomo de la dictadura militar en Argentina, en los cuales frente al terrorismo de Estado, mucha gente, aterrorizada, víctima del síndrome de indefensión adquirida, repetía como una letanía, la mencionada frase. Parece ser uno de los síntomas de cualquier sociedad que vive bajo un clima de persecución, delación y represión arbitraria y que, en su desesperación, busca una pseudoexplicación a lo que no lo tiene y que simplemente resulta ser, la expresión del efecto que genera el estar sometido a situaciones y contextos como los descriptos por el Dr. Pereira. Al respecto, recomendamos la lectura del artículo de Carlos Sluzki, « Palabras recuperadas, mundos recuperados» (Perspectivas Sistémicas nº 34 , Dic/ Feb, 1994).
Este artículo fue publicado en el nº 81 de Perspectivas Sistémicas, Mayo- Junio 2004.