«El corazón tiene razones que la razón desconoce…»
Pascal
Son amores…
En busca de esas razones del corazón, los resultados de una investigación dirigida por una investigadora del Conicet(1) concluyen que el atractivo físico y el desempeño sexual no son para los adolescentes de hoy (entre 13 y 25 años), razones para ponerse de novios y menos para enamorarse. En cambio, les importa la atracción mutua en términos románticos, el amor, la confianza, la simpatía y la madurez emocional.
Más allá de las evolución en el tiempo y de las cuestiones propias del ciclo vital de los seres humanos, parece que lo que no solo nos sostiene sino que también nos energiza y nos permite construir la esperanza de una mejor ecología relacional, son los vínculos amorosos con nuestros congéneres, los cuales necesitan enraizarse en la confianza, en la sabiduría emocional y naturalmente en los pequeños actos de la vida cotidiana. Por otra parte, la riqueza de una relación amorosa, portadora de amor dado y recibido, constituye un mundo de acontecimientos que ningún len guaje articulado bastaría para explicarlo. Los artículos de Miguel Mihanovich (*) y Sergio Sinay(**) aportan originales descripciones, análisis y propuestas al complejo y trascendente universo del amor de pareja, poblado de encuentros y desencuentros, de ilusiones y desilusiones.
Las siguientes palabras de los actores Susana Cart y Arturo Bonin, pareja en la vida real y protagonistas de dos comedias reflexivas sobre la pareja («Hasta que la Muerte nos Separe» y «Como Ríe la vida»), expresan, a mi juicio, la inteligencia emocional y la actitud proactiva de los que apuestan a la vida en pareja:
«… Somos defensores de la convivencia. Muchas veces nos decimos que tendríamos por lo menos cuatro o cinco razones diarias para separarnos, pero hemos tomado la decisión política de luchar por nuestros vínculos más profundos«(2).
Claudio Des Champs
(1) La Dra. Martina Casullo
(2) Perspectivas Sistémicas nº 72, Julio / Agosto 2002
DE LO QUE VIO UN TERAPEUTA SISTÉMICO FRENTE A UN HECHO TEATRAL
Y finalmente los actores dieron por concluida la representación(1). Durante un poco más de una hora, Arturo Bonin y Susana Cart nos mostraron en forma impecable qué sucedía en una pareja cuando, después de veinticinco años de casados y dos de divorciados, se reencontraban en el velatorio de una pareja de amigos gay. Las alusiones a la vida pasada, entre divertidos reproches y tiernas remembranzas, configuraron un intercambio verbal que fascinó a este terapeuta, quien ahora se ve en la curiosa s ituación de compartir los comentarios que en ese momento tuvo el placer de elaborar, con quienes, quizás, no han visto «Hasta que la vida nos separe», de Martín Diez. Por fuerza habremos de olvidar muchas cosas de las que dijimos, y, por el contrario, es muy posible que hoy se nos ocurran ideas que ese día no tuvimos. Y es que, más allá de los juegos de la memoria, en los diferentes contextos se generan diferentes desarrollos. Veremos qué resulta:
Amor y enamoramiento
En principio, alguna vez Alberto y Silvia conformaron una pareja. Cómo dijimos en otra oportunidad, hoy ya no pensamos a la pareja como una totalidad indiferenciada, sino como la relación de dos seres humanos comprometidos en una danza, cada uno en busca de su confirmación desde la mirada de un otro. Esta validación habrá de darse en un diálogo peculiar que no sólo justifique la elección, sino que prometa la continuidad y la exclusividad. En la escena, la pareja alude al momento del primer encuentro: un joven que tropieza con su bicicleta al contemplar a una jovencita que regresa de hacer las compras. En ese momento surge el enamoramiento, ese instante privilegiado de la elección inesperada. Es clásico el distingo entre el enamoramiento y el amor. El enamoramiento es una sorpresa, el amor es un descubrimiento. El enamoramiento nos impacta, nos enajena; el amor es una exploración, una colonización del otro. Quién se enamora desea, el que ama posee. Los seres humanos añoramos el enamoramiento, pero nos aposentamos en el amor. Platón decía que buscamos en el otro aquello de lo que carecemos, en un afán de ilusoria completud. Pero también dijo alguna vez que del otro nos atraen aquellas peculiaridades que suponemos consonantes con las que nosotros mismos nos atribuimos. O buscamos desde la carencia o escogemos desde la especularedad.
Nosotros suponemos que el enamoramiento tiene que ver con el hallazgo de las diferencias y el amor con el encuentro con las similitudes. Tal vez el amor no sea el punto de partida sino de llegada de lo que una vez preanunció el enamoramiento. Tal vez las parejas debieran alguna vez preguntarse ¿Estamos viviendo, o hemos vivido de manera tal que accedamos al amor?
Cuando hablamos de diferencias hacemos un distingo entre el reconocimiento de lo diferente del otro, descubrimiento enriquecedor que debe respetarse, y la diferencia que se vive como una deserción de algo que se imaginó desde la propia necesidad. .
Alberto y Silvia parecen anclados más en las diferencias que en las similitudes que podrían acercarlos. Alberto, según descripción de Silvia, fue siempre una especie de bestia vestida de seda. Y Silvia fue algo así como una damita delicada y romántica para el recuerdo de Alberto. Y uno se pregunta ¿Para qué elige un romántica a una bestia vestida de seda? Quizá, en este caso, para ser iniciada en los secretos del amor tumultuoso, de la pasión ardiente, del celo permisivo. Pero la bestia desea la seda que le aporta la romántica, la posibilidad de la ilusión que él no logra plasmar, la novelería de la que su vida carece. Y desde ese deseo inicial de lo que no se tiene, no reconocido ni registrado siquiera, cada uno elige al otro, más ávido de adquirir lo que no posee que de otorgar lo que le sobra. Y la aspiración, no declarada ni lograda, se transforma en reproche:
«¿Por qué no me das aquello que tienes y que parecías prometerme?»
Aquel apetito insatisfecho queda entonces coagulado en una insatisfacción querulante: Alberto ya no le hace a Silvia el amor en lugares inesperados, la alfombra del living, la cocina u otro lugar accidental. Y Silvia lee en soledad sus novelas, que la abren a un mundo de fantasía. Estos dos seres, como suele suceder, forjaron al otro, por lo menos en parte, desde la ilusión a la que los forzaron sus vacíos. Porque en la elección de pareja, como antes dijimos, son nuestras necesidades, nuestras apetencias inconscientes, las que nos hacen alucinar al otro, que ya no es quien es sino quien inventamos. A esta etapa le sigue la correspondiente des- ilusión, con su inquietante sospecha de traición. «Pudiendo ser aquél que me mostrabas, decidís ser este otro diferente». Si la pareja tiene éxito, a esa ineluctable etapa sucederá otra de des- cubrimiento, de la exteriorización de otros aspectos que las mutuas urgencias mantenían ocultos.
Las familias de origen. Los avatares de la sexualidad
Pero no es el caso de Alberto y Silvia. Por lo menos no lo es totalmente, ya que estuvieron 25 años juntos. ¿Por qué no accedieron a esta otra fase? Acá pensamos en los mandatos de las familias de origen. Para el padre de Alberto, Silvia era una marxista sospechosa que no le convenía a su hijo. Y para la familia de Silvia, Alberto era el hijo de un italiano fascista del que Silvia debía huir. Y los dos hicieron lo mismo: desafiaron el mandato familiar y se casaron, pero se sometieron a esos mandatos y se separaron. Porque para juntarse con la extranjería del otro, él y ella de ben alejarse de un vínculo familiar que, en ese momento, entra en crisis.
Esa relación nueva será vicariante de otra anterior, de cuyo desequilibrio ella deriva y cuya alteración ella provoca. Quizá sea pertinente para los terapeutas, averiguar si el nuevo vínculo cuestionó el anterior o si alguna limitación procuró satisfacerse en la potencial pareja.
La parcial sujeción a las prescripciones familiares, aparece en las conductas levemente trasgresoras, como aditamento estimulante de la relación. Esto se ve muy bien en la sexualidad. Hasta el nacimiento de los hijos, la sexualidad era fogosa y apasionada. Con la llegada de los hijos, esa sexualidad se apagó, se espació, perdió vigor. ¿Por qué sucedió esto? En esta pareja la sexualidad tenía un aspecto contraventor excitante. Cuando Silvia deduce que sus dos amigos gay murieron en un accidente automovilístico mientras se entregaban al placer sexual, se entusiasma con esa muerte en plena pasión. Antes ella y Alberto hacían el amor en cualquier lugar, con una espontaneidad traviesa. Pero el nacimiento de los hijos legitima la sexualidad, le da un aire de cotidianeidad social, de permisividad oficial, de anunciada habitualidad que obnubila la imaginación. El acto retozón y con algo de pícara desvergüenza, es sustituido por una práctica predecible y casi obligatoria. ¡Ni la bestia vestida de seda ni la romántica incurable subsisten a esa metamorfosis! Y ambos, desencantados, se entreveran en un seudo diálogo interminable, un reiterado duelo de monól ogos paralelos, coagulados en el reproche y el reclamo, en el que cada uno só lo escucha al otro para contradecirlo e impugnarlo. En un momento de ese intercambio, Silvia recrimina al marido por un viaje que hicieron a Europa en el que visitaron un sinnúmero de ciudades sin solazarse en ninguna. ¿Será esta una solapada manera de referirse a una sexualidad apresurada, sin las necesarias morosidades que hace al placer compartido? Y Alberto a su vez recuerda el departamento que adquirió merced a la Ley 1050, de triste memoria. Ellos también están sujetos a una 1050, a una deuda imposible de pagar, pero que los mantiene en la empecinada ilusión de una restitución inalcanzable. Nunca el otro será aquél que cada uno deseó desde una carencia apenas reconocida, Nunca uno de ellos podrá doblegar al otro, obligarlo al reconocimiento del error, pero la esperanza de un triunfo que jamás obtendrán los mantiene unidos en un coloquio interminable.
El habla del amor, del conflicto y del diálogo
Alguna vez distinguimos el habla del amor, el habla del conflicto y el diálogo esclarecedor Decíamos entonces que en el conversar del amor las palabras antiguas suenan como nuevas: » Te quiero. Te deseo. Te extraño. Te busco», pueden ser viejas palabras, pero suenan inaugurales en los oídos de quienes las escucha. Esas voces, dichas al amado/ amada, en la intimidad, son estrenos para una situación singular. Se oyen con deleite, y se responden con mensajes análogos que también inducen placer. La escucha está puesta al servicio de la intensificación de las emociones propicias y la respuesta tiende a la permanencia del estado de gozo. La escalada deriva en la respuesta tangible del beso y la caricia, hasta el diálogo de los cuerpos que culmina en el placer fís ico compartido. La repetición del ciclo intensifica en vínculo.
En el conflicto las palabras, gastadas por la obstinación estéril, se renuevan en la exigencia repetida, el reclamo permanente o el despecho pertinaz. La respuesta se coagula en un discurso reincidente de defensa y ataque, marchitado por una sordera selectiva al decir del otro. La escucha está puesta al servicio de la argumentación y el deseo final es la derrota del otro. La escalada conduce a la aparición de la violencia verbal o física y la repetición del ciclo no agrega variedad.
En el verdadero diálogo la historia propuesta por un miembro es escuchada con curiosidad y respondida por un discurso que implica alguna alternativa novedosa. Y no se responde con/ y/ a/ un discurso ya deteriorado, sino que se contesta a la alternativa surgida, cosa que estrena permanentemente nuevos derroteros: Este diálogo ideal se abre siempre a conocimientos novedosos, y su escalada lleva a mayores conocimientos del otro, y, complementariamente, del sí mismo de cada uno.
El amor es pues, entre otras cosas, ese sentimiento que hace nuevas las viejas palabras, que estimula la respuesta complementaria y concluye fortaleciendo el vínculo. El rencor es un afecto que cristaliza la palabra iterada, que estimula la réplica contradictoria y que culmina en la violencia. La curiosidad es una posición que alienta la búsqueda, que no se satisface en la negación de lo dicho por el otro y cuya amplificación enriquece el entendimiento y solidifica el vínculo
Consecuentemente la ausencia de un verdadero diálogo, le vedó a esta pareja el acceso al proyecto, al emprendimiento compartido en un futuro acariciado. Porque el proyecto no consiste en llenar un vacío, como lo fueron en este caso las innumerables compras, que derivaron en un telescopio absurdo, sino que un proyecto consiste en avanzar sobre lo logrado. No se busca sólo lo que falta, sino que se anticipa lo que complementa.
¿El momento del terapeuta?
Sin embargo, hay dos momentos en el conversar de Alberto y Silvia que quisiera rescatar, En una oportunidad la pareja, insensiblemente, se acerca con cierta ternura y algo del amor antiguo, que facilita un casi previsible acercamiento físico. En ese instante aparece algo así como la tentación de restaurar la relación anterior apetecida, de retrotraerse a una situación emocional amorosa. Esto puede ser peligroso. La nostalgia no es un buen argumento para el rencuentro. No se puede entrar al futuro de espaldas. Si se cede a la seductora emoción del «volver a ser lo que fuimos», se terminará casi ineluctablemente por retornar a «ser lo que somos» Silvia y Alberto soslayan este peligro y se apartan preventivamente Y en otra secuencia, cuando marido y mujer se denostan mutuamente aludiendo a qué cosa hizo el tiempo con cada uno, sorpresivamente Alberto se sale del libreto y pondera a Silvia. Ella, que ya estaba iniciando el discurso agresivo, se interrumpe atónita, y no escucha el sarcasmo con el que Alberto prosigue su comentario, dicho ahora para sí, casi protegiéndola un instante de sus ácidas palabras. Si la pareja hubiera podido seguir por esa ruta, ¿cómo sería el diálogo futuro?
No lo sabemos, pero esta escena recuerda otra análoga de una hermana de teatro «Esquina peligrosa» de Priesley, en la que una palabra, escuchada o no, modifica todo el resto de la historia..
Y un último comentario. ¿Consultarían Alberto y Silvia a un terapeuta? ¿En qué momento? Esta pregunta nos lleva a la escena final:
Silvia y Alberto se presentan el uno al otro como dos desconocidos, presuntamente liberados de la historia, aceptando y revelando al otro las edades actuales y los hijos que tienen, reemplazando con éste actual, aquél viejo encuentro adolescente, ahora de cara al porvenir. ¿Podrán acceder a él juntos? Me complacería poder iniciar con ellos esta aventura posible, como su terapeuta de pareja.
(*) El Dr. Mihanovich es terapeuta familiar, coordinador general del equipo de parejas de la Fundación Familias y Parejas.
(**) Sergio Sinay es autor del libro «Vivir de A Dos», editorial Nuevo Extremo.
En alusión a la representación teatral del 10 de Agosto del 2002 en el marco de la Jornada organizada por A.P.R.A. (Asociación de Psicoterapia de la República Argentina: www.apra.org.ar y www.4cmp.org.ar) y auspiciada por Perspectivas Sistémicas, durante la cual el Dr. Mihanovich integró el panel de terapeutas de parejas de distintas teorías y prácticas psicológicas, coordinado por el Lic. Claudio Des Champs, que comentaron la obra «Hasta Que la Vida nos Separe»)
Este artículo fue publicado en el nº 73 de Perspectivas Sistémicas, Septiembre-Octubre del 2002.